domingo, octubre 28, 2012

EL HÁBITO DE LAS VIEJAS AMISTADES

Es un día gris, como los que siempre me tocan. En la brea, las sucias crazy combis vuelan cual flechas de cupido, hacen carreras y se cruzan y chillan con los claxon, coqueteando con la muerte que acecha en la pista de Chorrillos. Y sube sube, pisa pisa, gritan en plena marcha los cobradores, sacando medio cuerpo por la débil mica que llaman ventana, luciendo una típica gorrita deportiva de marca trucha y logo gringo. Llaman a la gente escupiendo las palabras, sacando pecho, mascando chicle, alargando el brazo y dejando el olor rancio de su sobaco en las narices de los cansados peatones que esperan el bus que los llevará a su destino.

Unos borrachos que yacen al pie de algún poste de alumbrado público, rascan el piso cobijándose en la pichi y caca de cuanto perro pasó, y jugueteando con botellas de Pilsen Callao con el pico roto. Otros, balbucean, tirados en las bancas del parque con un tremendo campus de tierra y árboles flacos y podados y palomas que te cagan desde lo más alto que ni las ves y sólo maldices y las mandas a la mierda, y te vuelven a cagar, como riéndose de tu desgracia.

Y las más viejas salen a caminar con sus nietos, los pasean en coches o los tienen bien agarrados de la mano. Lucen el hábito morado cubierto por un saco o abrigo porque ya llegó octubre y como costumbre, todos los santos años, es su ropa diaria y salen y caminan y pasean al perro y juegan con el nieto, llevando a Cristo, rindiéndole un homenaje diario, venerándolo con el traje que siempre esperan vestir en el décimo mes del año. Esperan al primer día del mes y lo desempolvan porque estaba guardado en el clóset, llenándose de moho y suciedad que no margina por religión ni edad ni clase social. Lo sacan con cuidado, poniendo suave las manos, cogiendo delicadamente el ropón que cubre el cuerpo entero y queda sujeto por un cordón blanco, delgado o ancho, nuevo o viejo, depende la dueña.

Cinco pe eme de un miércoles malcriado. Doña Julia vive en el tercer piso departamento 302 del Edificio Residencial Acapulco del rico Chorrillos. Es una viejita de pelo blanco que desde hace catorce años camina encorvada, con la mirada enterrada y la sonrisa coqueta, ayudándose por un bastón de madera que le facilita el paso cansado. Yo, salgo a comprar pan a las doce, gozando de mi vida ociosa, y me recuesto en el viejo árbol que está saliendo del edificio y que soporta jóvenes parejitas calentonas cada noche de rumba. Junto mi espalda con su tronco y me siento aturdido por los claxon que hacen apresurar a los demás carruajes y molestar a las gentes que esperan y esperan, como yo, riéndome del caminar apurado de unos negros que van por aquí y por allá, en busca de relojes plateados en muñecas débiles, de carteras sostenidas por mujeres tristes, de patinetas montadas por niños indefensos que visten pantalón pegadísimo y camisa de cuadraditos multicolores por la rica moda skater. Y en esa marea caótica de gentes y combis y choros y perros calatos que persiguen gatos techeros, doña Julia sale a pasear por la Alejandro Iglesias, despacito, arrastrando los pies, y cuando me ve, me alza la mano y me pongo en firmes decidiendo acompañarla a su acostumbrada travesía urbe que el doctor le ha recomendado porque ayuda para la buena circulación de la sangre.

Y contemplo su hábito morado ajustado por un cordón blanco, delgado y viejo. Le pregunto que desde hace cuántos años viste el traje en octubre, y me responde, con nostalgia y los ojos vidriosos, desde que mi mamá murió: ella lo usaba, y yo la sigo, porque un día cuando caminaba con ella me dijo que yo debía hacer lo mismo, e ir a la procesión, seguir al Señor, oler el incienso y la mirra y escuchar los cánticos de las señoras… y mírame, ahora vieja y así, soy cantora y este es mi último año en la hermandad donde mi mamita estuvo como diez años, papito lindo. Me quedo perplejo y en el dudar de mis acciones le pregunto que si le gusta seguir al Señor o sólo lo hace por su madre. Me mira, me acaricia los cachetes y sonríe, que soy un muchachito loco, me dice, el Señor siempre nos guía y mi madre está mejor allá arriba, me evade, me cambia de tema, me caga, me calla, y caminamos lento, sonriendo y tirándole flores a la buena labor del chino alcalde de Chorrillos city.
Voy por la calle, andando al compás de doña Julia que, prendida de mi brazo izquierdo cual quinceañera presentando a su chambelán, saluda a todas las viejas, sonriendo y alzando la mano como Miss Perú, que hola, mamita linda, le dice a una, corazoncito mío, buenas tardes, le dice a otra que no usa bastón pero sí unos lentes-poto-de-botella que pareciera que ni con eso logra  distinguir a su hijo maricón que la saluda desde la otra acera. Veo que la cegatona también luce el hábito morado cubierto por un sacón verde oscuro y una chalina recontra gruesa que la salva del frío. Entra a la tienda pidiendo cosas desde la puerta, una botellita de aceite y un paquete de sal, paga con un  billete de diez soles y se va, caminando ligerito, rapidito, nos cruza, se me quema el arroz, Julita… le dice a la doña que al escucharla, levanta la mirada que clava en los baches y le hace adiós, sin voltear, agitando la mano.

El cielo se está poniendo anaranjado y las señitos salen a caminar por el  malecón lleno de piletas y luces y carros y el sonido de las olas que mueren en la orilla y vuelven jalando los peces de Grau y suspiros de templados y locos calatos y artistas lanzas y estonazos por vocación. Lo recorren porque el doctor les dijo que caminen una hora al día, mejor si es cuando cae el sol y respirando aire fresco, y si es cerca al mar, por la arena, a pie cala y enseñando los juanetes, mucho mejor. Y salen, todas, con el hábito morado apretado a la cintura por el cordón blanco, deshilachado por 1) viejo e 2) instrumento sustituto de la correa mojada y el San Martincito con espinas. Y salen las de antaño, se saludan, se hacen gestitos en pleno trayecto Pescadores-Agua dulce, ida y vuelta, cuchicheando alborotadas e inhalando por la nariz y exhalando por la boca, lento, muy lento, a pasito de tortuga, señora mía, que se aloque el bobo que ya va por los descuentos, señora mía. Todas, uniformadas de purple por ser la moda de octubre, cumpliendo con la anual veneración al Señor de los temblores que sale en procesión por las calles limeñas, calles por las que los más achorados, van y vienen y huelen y se alegran por el tesoro escondido en una bolsita blanca o en unos retazos de papel periódico que venden en el sitio más caleta del pendejo Centro de Lima, o la hierba happy que te la juegan al choque de palmas o en el cuchitril que queda en medio del callejón de un solo caño que no conoce de agua.


Chorrillos, octubre del 2012. 

domingo, octubre 21, 2012

PÁRAME BALÓN

"Píntame su boquita
para yo poder besarle.
Píntame sus ojitos
para que me pueda mirar.
Píntamela enterita
que no se pueda borrar".

Elvis Crespo

Mientras te exponía mi discursito cursi.

Ayer. Cuatro de la tarde. Un frío de mierda.

Leías el tabloide nacional más culto y más aburrido que existe. Te confundías entre titulares Arial 36 negrita, y fotografías de muertos frescos tapados con páginas y trapos cochinos, en plena Evitamiento y a la salida de una concurrida discoteca del cono norte limeño. Mantenías la mirada enterrada en las grises hojas de El Comercio y sus fuentes pequeñas y pequeñísimas que te hacían acercar la cara y maldecir la próxima medida de anteojos que tienes que comprar.

Me gustan tus lentes, querida. Esas dos lunas redondas enmarcadas elegantemente en plástico celeste, te hacen ver recontra guapa, déjame decirte. Pero qué cólera, carajo, para que no me hicieras caso. Me perfumé el cuello y tú, nada. Pelo engelado, camisa de dril y tú, nada. Canté una de Miguel Bosé, recontra bajito, porque sé que te vacila, después de practicar arduo, mañana tarde y noche, las cabronadas, gestos y esas vainas, y tú, mamita querida, naca la pirinaca.


Esa vincha que te sujetaba los pelos locos que habitan en lo más alto de tu cabeza te quedaba recontra linda, déjame decirte. Te veías como una niña inocente y yo, como un completo imbécil. Más ignorado que los subtítulos después de la pela y la canchita y la gaseosa y los manoseos si estás con tu hembrita. ¿Por qué, ah? ¿Por qué me choteas, ah? ¿Te he hecho algo malo, acaso? Mírame, pues, y cágate de la risa. Tengo ojos bonitos y cejas peludas, y peinado de moda. Mírame, pues, no seas malita. Mírame con esos ojos tristones para alegrarlos un poquito que sé que puedo. Deja ese diario cultito y dame frente. Píntame una sonrisa. Mírame fijo. Clávame un dardo. Yo me dejo, haz conmigo lo que quieras, tienes entrada libre. Pero mírame. Párame balón, pues, dame ese placer. No seas así. Sé que quieres. Se te nota. 

sábado, octubre 13, 2012

CRÓNICA DEL BELLO DURMIENTE

UNO

La habitación es chica: dos veladores, un mueble para el televisor y disc compacts, una cómoda que las polillas adoran, una silla donde cuelga la ropa del día y una cama de dos plazas que se hunde por el peso del ocupante. Un amarillo sobrio pinta las paredes que lucen sin raspones ni manchas enormes, excepto detrás de los veladores donde tres rayas y una mancha como de leche derramada malogran el regular pintado. Cuadros del Alianza Lima están colgados en tres paredes, y en la que da a la cabecera de la cama luce colgada la camiseta del gran César Cueto. El cuarto huele mal, a pedo pichi caca poto. La ventana siempre permanece cerrada. La luz de la lámpara, prendida.

DOS

Sigue durmiendo. La puerta de su habitación maloliente está cerrada con seguro, hay unas marcas de pisadas y unos rasguños a la altura de la chapa. No se escucha nada, ni nadie. El silencio comienzo a cuchichear.

TRES

Los rayos del sol se meten por la ventana pero no logran abrirle los ojos, ni molestarlo, ni hacerle cosquillas. Se quita la frazada estirando la velluda pierna, pateando instintivamente. Cambia de cachete, se voltea rápido y continúa babeando la almohada fofa.

CUATRO

Siente que su madre le habla y se pone en firmes de un solo salto, al costado de la cama, con los ojos como salidos. Habla, susurra, le dice que todo va a estar bien, le miente, sonríe, mira al techo, vuelve a sonreír, vuelve a mentir. Se vuelve a recostar, y ayudándose con los pies se tapa hasta la cintura y cierra los ojos con el recuerdo de su madre que juguetea en su cabecita stone.

CINCO

Su madre murió hace un año y medio y él aún no lo supera. Está derrumbado, está dolido, está hecho una verdadera mierda. Vive solo en un departamento barranquino, frente a un parque que es campo de borrachos y putas y drogadictos y arrechos jovencitos cada fin de semana, y al costado, una asistencia pública donde sólo saben colocar curitas y gasa y estabilizar la presión arterial. En esa asistencia pública falleció su madre, una madrugada rara y fría, muy fría.

SEIS

El televisor se prende de improvisto, ha sido programado para encenderse a las nueve con treinta en el canal 8, en el programa de las noticias deportivas. Haciendo el menor esfuerzo, coge el control remoto de su mesita de noche y tanteando dar en el punto de la tele, aprieta varias veces el botón de apagado y tras muchos intentos, el televisor cesa y vuelve a negro.

SIETE

El señor del 301, como todos los santos días, comienza a hacer gárgaras a las diez o’clock. Se limpia la boca, la garganta, el esófago, la faringe, la laringe, los dientes, la lengua, el estómago, los pulmones, qué no se limpia ese huevón… Produce sonidos maravillosos que no lograría una guitarra, ni un cajón peruano. Es un beat boxer, y no lo sabe, está perdiendo plata, que alguien le diga, alguien, por favor… Qué cojudo ese causita, segurito que no sabe lo que es beat box. Qué tremendo cojudo, cojudazo, tiene una boca privilegiada ese hijo de puta que me jode todas las mañanas, siempre treinta minutazos.

OCHO

El bello durmiente comienza a hablar solo, habla dormido, tratando de abrir los ojos, despegarlos de los párpados que lo aprisionan a seguir jateando plácidamente. Balbucea, grita, se tranquiliza, insulta, susurra, pelea, jode, gime, ladra, ríe, se lamenta… dormido.

NUEVE

Un hambre voraz lo hace pararse de la cama a regañadientes. Se acomoda el short, se pone un polo maltrecho que encuentra en el piso y abre la puerta con furia contenida. Camina arrastrando las pantuflas, arrastrando la infelicidad que lo acompaña adonde vaya. Saca un pan de la bolsa de papel que está en la alacena y mastica mirando fijo a la nada. Actúa compungido, y de los ojos que le saltan automáticamente por el consumo de drogas, una lágrima es la cerecita del pastel que recorre su pómulo prominente hasta caer en un cuadro de loseta de la cocina. Y, con el ceño fruncido, pasa el bocado, cierra la alacena y se va de la mano con la mierda revuelta, y la cabeza gacha.

DIEZ

Despierta y con el dedo índice babeado se saca las legañas que le joden al querer abrir bien los ojos tristones. Se mira en el espejo y se pasa la mano en los cabellos negros como peinándose, se desenreda el pelo y como le duele hace gestos con la boca y pestañea y juega con la lengua. Sonríe mientras se huele la mano, mientras se mira en el espejo jugando con los perfumes y el labial de su viejita.

miércoles, octubre 03, 2012

APRENDÍ

«Escribo porque no tengo perro que me ladre»
Por favor, no me beses (Pag 13) 
Beto Ortiz

Aprendí a ser solo. Sí, porque estar solo es una cosa muy diferente a ser solo. Yo soy. Y eso lo aprendí leyendo, lamentablemente, a Beto Ortiz.

Aprendí a ser loco y loca: loca cuando se necesita y loco cuando quiero. Aprendí a escribir como un tremendo cabro. Aprendí a caminar como una bella doncella. Aprendí a cruzar las piernas al sentarme. Aprendí a comer sin poner los codos en la mesa. Aprendí a ser varón, a tener palabra de hombre, a dar el asiento cual caballero. Falté a la clase para aprender a ser macho y aprendí a ser macho-macho-meeen.
Aprendí a jugar dominó, solitario Spider, buscaminas, pacman y algunos jueguitos de mesa que no sabía que se podían jugar solo, solísimo. Aprendí a hacer pataditas en mi habitación maloliente y darle a la pared alucinando que estoy en un entrenamiento pichanguero de precisión absoluta: derecha, zurda, cabecita, culo, cabecita… mano, sí, porque meter mano no es falta cuando juegas con nadie.

Aprendí a recitar con esa voz estúpida que utilizan los poetas cuando quieren leer en voz alta sus primeros versos para darse un baño de fama prole. Aprendí a decir te quiero pegando el cachete a la ventana, una noche cualquiera, siempre y cuando sea estrellada y el recuerdo de tu perfume me conmueva. Aprendí a ser cursi, a leer poemas apenas me levanto, a escribir cartas y guardarlos en el último cajón de mi cómoda, junto con los chocolates y peluches que nunca te regalé. Aprendí a decir te extraño, ahora que contemplo tu foto enmarcada en la pared donde están los anaqueles sosteniendo mis libros preferidos. Aprendí a bailar tango. Aprendí a bailar salsa, timba y guaracha. Aprendí a bailar rocanrol. Aprendí a bailar el vals para quinceañera, despacio, tratando de no mezclar el lento con la timba y cruzar las piernas y toma, negrita… cintura, mami, cintura. Aprendí a bailar el lento con mi soledad. Aprendí haciendo palmas, primero, tirándome un paso, después, y metiéndome al baila que te baila, con alegría y quimba y saborcito, coloradito, para ser un máster en salsa de salón, Ricky ricón. Aprendí a cantar Amiga mía de Alejandro Sanz. Aprendí a cantar, mientras comía lomo saltado, mientras tomaba una sopa archi-ultra-mega-súper-caliente, mientras me endulzaba los labios con una gran bolsa de esos caramelitos que parecen pelotitas y tienen la bandera de algunos países en la envoltura. Aprendí a bailar tango escuchando a Gardel. Aprendí a recitarte en las mañanas escuchando a Sabina.

Aprendí a tomar café, y a prepararlo. Aprendí a sumergir la galleta Óreo en leche fresca y comérmela en bocados pequeños para que dure. Aprendí a saborear la comida que tenga al frente. Aprendí a distinguir el agua hervida del agua de caño. Aprendí a escuchar. Aprendí a escucharme. Aprendí a tocar lo que no se debe. Aprendí a no tocarme cuando quiero. Aprendí a seguir tocándome cuando ya no hay ganas. Aprendí a decir stop, y no hacerme caso. Aprendí a hacer caso cuando alguien me dijo go, go, run it all free, y sin voltear, fui pa’ lante, jugador, y salí ganao, contento y en carcajeos.

Aprendí a amarte más que nunca. Aprendí que los para siempre casi nunca son para siempre y que los nunca, casi siempre no se cumplen. Porque nunca dejaré de pensar en ti. Y te amaré para siempre, mi vida.
Aprendí a caminar derecho, a mirar a los ojos, a no arrastrar los zapatos. Aprendí a llamar a mis amigos por sus apellidos paternos. Aprendí a enviar mails. Aprendí a ver televisión cultural. Aprendí a escuchar Radio Mágica, la hora de The Beatles. Aprendí a escuchar radio Capital y RPP y pelearme con los interlocutores y venerarlos cuando pienso que están bien. Aprendí a no decir pe, jerma, batería. Aprendí a cruzar las manos cuando expongo algo. Aprendí a meter las manos en los bolsillos cuando el frío cala en los huesos.

Aprendí a dormir a las dos de la madrugada, ni un minuto más. Aprendí a leer antes de dejarme llevar por el cansancio y el sueño absoluto. Aprendí a tomar Coca-Cola sin helar, antes de irme a la cama con el libro de turno. Aprendí a limpiar la caca del gato antes de servirme gaseosa negra en la taza blanca. Aprendí a escribir huevadita y media, antes de meterle mano a la tina donde El Negro mea y caga y uno limpia y limpia como su chacha personal que es. Aprendí a descansar de tres a seis, religiosa y disciplinadamente. Aprendí a experimentar con la comida. Aprendí a romperme la cabeza para saber qué cocinar y agarrar dos bolsas de fideos canuto, Salsati o Campomar, y sancochar, mezclar y tragar. Aprendí a escribir cuando quiero, y no cuando puedo. Aprendí a no escuchar música cuando escribo. Aprendí a escribir en voz alta para ver si las palabras van sonando bonito. Aprendí a escribir de diez a una pe eme. Aprendí a barrer la habitación que no es mía, a trapear la cocina que no es mía, a sacarle el polvo a los adornos que tampoco son míos. Aprendí a cantar música criolla, moviendo de lado a lado la escoba de frágiles cerdas. Aprendí a escuchar a Luchita Reyes y Lucía de la Cruz, apenas bajo un pie de la cama. Aprendí a recitar un poema a viva voz apenas me siento nuevamente con vida. Aprendí a respirar tres veces, antes de abrir los ojos… a decir buenos días a nadie, a voltear siempre a la izquierda para ver si El Negro aún duerme o ya está metiendo el hocico a su plato verde lleno de galletitas de Cat Chow. Aprendí a sacarme de encima la frazada con dibujitos y carritos, imitando a mi mamá. Aprendí a ponerme las pantuflas sin ayudarme con las manos como me enseñó mi papá. Aprendí a despertar solo, a beber un sorbo de agua para que la sangre me lleve a la mocha loca.

Y desde que aprendí a despertar solo, a decirle buenos días a nadie, a suspirar mirando el cielo gris, a cocinar lo que se me ocurra, a mantener limpio un departamento que no es mío. Desde aquel triste día, aprendí a ser sólo, porque estar y ser son cosas muy distintas.

Y sí pues, infeliz, estúpido pero tranquilo. Y solo. Carajo, solísimo, ¿manyas?

Aprendí a ser solo.