Gráfico por Ronny Barrientos.
Crónica por Fabrizzio Velaochaga.
Prendo un cigarrillo sin antes haber comido. A
veces pienso que mi desayuno es un Pall Mall azul a las nueve de la mañana, por
Larco, después de estudiar. Panes, leche con coca, eso es un gusto para mí. No
tomo desayuno, y eso que me dicen que es el primero alimento del día, el más
importante. No lo sé, y si lo sé, pues no quiero hacer caso.
Prendo un cigarrillo en casa de Mario. Se molesta.
Me bota a la calle. Me dice que fume afuera. No recordaba que él odia el humo
del cigarro, que le hace mal, desde hace muchos años. Sufre de asma. Empieza a
toser. Me grita. Le grito. Le digo que no joda. Sonrío, le muestro una sonrisa
pendenciera, de puto, esas sonrisas pendejas que regalas a quien esté de
testigo ahí, antes de cometer alguna bajeza. Tose más fuerte, más seguido. Me
siento mal, apenado, la culpa es mía, pienso, bajo la mirada. Me siento mal,
muy mal, pero con el Hamilton doradito entre los dedos.
Son las ocho de la mañana. Me despierto con
náuseas. Siempre me despierto con náuseas, con una pelota en la garganta, y
alguien dentro de mí, empachado horriblemente, a diario. No hay nadie. La noche
anterior mi mamá me dijo, entre sueños, que saldría desde temprano con mis
hermanos a una feria de manualidades fuera de Lima, no recuerdo que le
respondí, seguro que fue un ya pero
pensando qué bien que me dejen solo
nuevamente; sinceramente que no lo sé, no recuerdo haberle dicho algo o no
haberle mencionado palabra alguna. Prendo un Lucky, ese pitillo blanco de bolita
roja que suavemente se consume, lento, como pidiendo permiso. Encontré uno en
mi pantalón con el que me quedé dormido, no sé cómo llegó pero ahí estaba,
estábamos los dos, él en mi boca y yo, en la cama, evitándome quedar dormido
con el pucho en los labios.
En la mañana, después de estudiar, al despertarme,
cuando te espero, cuando te dejo, cuando escribo, cuando te escribo, cuando
leo, cuando te miro, en la noche, en el baño con una sonrisa pendejísima, en la
cama leyendo Sólo para fumadores de Ribeyro, a las once de la noche, antes de dormir,
cuando el insomnio me cagó de nuevo, cuando digo que quiero amarte, amarte y
escribir, dormir, vivir, cuando pienso que ya no quiero abrir los ojos nunca
más, cuando voy a la tienda a llenar la cajetilla de Hamilton green que vacía
me tira ojitos, cuando escribo la crónica de siempre, como esta, a las dos,
después del almuerzo, antes de zamparme tres o cuatro chelas jugando fulbito, y
claro, con el cigarrillo típico en la boca, retando al bobo, pero feliz.