viernes, noviembre 22, 2013

Lemebel en la Lima linda



Pedro Lemebel, cronista chileno. Premio Donoso 2013.

Me cuentan que has venido al Perú por un performance. Que vas a actuar con mi gran amigo y compadre, con la persona que hizo que yo alguna vez cree y administre un blog. Me cuentan que me llamas, que has preguntado por mí. Me cuentan que te han contado de mí, que has sonreído. Me cuentan que quieres verme, que quieres verme, oh Santo Dios, que quieres verme. Me cuentan que has paseado por la Plaza de Armas, apenas bajaste del avión. Me cuentan que estabas en modo caza, pero no había nadie, sólo quien es mi gran amigo y compadre. Me cuentan que me has separado dos pases para tu performance (porque no voy solo, claro, porque contigo ir solo es ir perdiendo y con las ganas que uno tiene de perder ya lo poco que no ha perdido). Me cuentan que soy uno de tus tantos invitados, que quieres verme, que quieres que esté ahí. Me cuentan que rumbearás, después, en Pachacamac. Me cuentan que sigues con el velo negro, tapándote la boca para evitar besos o para evitar hablar. Me cuentan que sigues caminando como una señorona que sale a pasear los domingos y se luce como ella sola, como cuando te vi por primera vez en un reportaje en Canal 2, hace ya como dos o tres años. Me cuentan que ya te dormiste en la suite que tienes destinada para tus ceremonias y manjares nocturnos. Me cuentan, Pedrito lindo, que estás aquí, cerquita, cerquititita, en la Lima que tanto quieres y tan bonito le escribes. Me cuentan que te puedo ver, Peter, que te puedo ver mañana a las 12 en el MALI, que soy tu invitado, que estoy bien reservadito.

f.

jueves, octubre 17, 2013

No entiendo

No entiendo tus ganas de entender todo. Y no entender nada. Tus ganas de saber qué hago, qué pienso, qué siento. Tus ganas de hacerme sentir menos, de suponer que pienso tal cosa, cual bruja, cual locumbeta rabiosa que se autodestruye el cerebro porque pienso y digo y hago cosas que no deben ser, que está mal, que por el amor del Santo Dios que está mal, que no sea bruto, que no sea huevón, que entienda, que piense. No entiendo tu juego manipulador, tus ganas de minimizarme, de achicarme ante propios y extraños, de suprimirme frente a las gentes que pasan en la calle y nos quedan mirando, desconcertados y contentos.


No entiendo cómo has podido enrollarme en tu amor feroz. Cómo hacerme sentir un poco más sensible, un poco más engreído, un poco más sentimental. No entiendo tu manera de enseñarme, y que te entienda. Tus ganas de que sea quien quiera y tenga planificado ser. Tus dulces ganas de besarme y hacerme tuyo. Tus calientes ganas de que me den ganas. Y cuando ganas, me dan ganas, lo acepto y me rindo.


No entiendo cómo puedo hacerte caso. Cómo confiar sin que tú confíes en mí. Cómo creer sin que tú creas en mí. No entiendo cómo me escabullo en tu falda y me vuelvo un niñito que quiere a su mamá y nunca, jamás, se quiere despegar de ella, ni de sus piernas, ni de sus brazos, ni de su arrullo. No entiendo cómo puedo sonreír cuando estás enfadada. Cómo hacerte entender cuando estás necia. Pero me enseñaste que hay cosas más importantes que solucionar. Pero no entiendes cuando la molestia me absorbe y me consume y las palabras son tragadas por la rabia y la concordia se esfuma rápidamente con olor a mierda, el hablar se me hace complicado (y creo que deberías conocer y entender que valoro tu compañía aunque, rabioso, no me soporte ni a mí mismo).


Y, lo que más empiezo a odiar es que no entiendo tu gran manera de despreciarme mientras yo te escribo amores y pasiones en una noche tan larga y tan fría.

domingo, septiembre 15, 2013

El día que no existió la suerte



Y nadie pregunta
si sufro, si lloro,
si tengo una pena que hiere muy hondo.

HECTOR LAVOE


Totalmente empastillado, echado en un sillón de mi casa, empiezo a ver El cantante con una gran actuación protagónica de Marc Anthony y JLo. Qué manera, qué aguante. Tremenda Puchis que se encontró el gran Lavoe, tremenda mujer, tremendo guaguancó que debió armar con el gran Willy Colón –cómo no hablar del gran trompetista de esa época, que metió el metal a la rumba que congas–. Porque, como decía, La Puchis, vestida de blanco, botó a todas las amigas que estaban con él en la habitación, lo paró de la cama y con un cigarrillo entre los labios lo llevó a la iglesia y lo hizo casarse con tremendo jolgorio armado. El gran señor conoció, probó y se hizo íntimo amigo de la droga, entre pinchazo y pinchazo, entre líneas de cocaína, se destruía –seguro, por eso los lentes medio oscuros–; pero la gente no sabía nada de ello –o sí–, esa fanaticada locumbeta por su rica salsa portorriqueña no lo dejaba, no lo abandonaban jamás, jamás le dieron la espalda, iban a sus conciertos y se jaraneaban de lo lindo con los temas de los más grandes: Lavoe, Colón, la espectacular Fania y compañía.

Y ahora que ando enfermo con el estómago hecho añicos, que ni un ron con CocaCola puedo saborear, solo me queda ver películas en cable, dándole de sorbos a un tesito caliente. Pienso, pueda que exista una Puchis en mi vida. Una mujer con armas tomar, que me detenga de un solo bofetazo, que me saque las putas de la habitación, que se drogue conmigo pero que no deje que me drogue y me carcoma solo, porque vamos a estar los dos siempre: Era bueno, era malo, pero siempre era hermoso, dijo La Puchis en una entrevista. Cuántos quisieran tener esa Puchis que lloraba en silencio pero era fuerte delante de tremendo hombre que le tocó o ella mismo eligió, de tremenda joya de rumba que le ponía nervioso estar limpio, con los ojos vidriosos, cantándoles a los Santos, a los querubines, porque con los Santos no se juega… Qué aguante, Señor.

Cuando estaba cansado, cuando paraba de bar en bar, cantando porque las orquestas que se presentaban lo reconocían y le hacían llamado a la tarima, cantaba lento, como medio tristón, como que si algo no encajaba en su paupérrima vida. Es en una de esas tantas salidas noctámbulas que recibe la noticia que Tito, su hijo, había muerto, que ya no lo tenía, que se había ido, pero por encima de todo, que lo había perdido por su mala cabeza, por pelear con mamá cuando él estaba jugando en casa, cuando nunca lo escuchó, cuando nunca lo abrazaba cuando todo y nada.

(Ya había recibido la devastadora noticia que el sida corría mezclado con su sangre).

Y, cantando esa canción-himno de todo devastado, de todo caído por las malas juntas, por el mal camino, se tiró del balcón de su casa. Pero no murió el desgraciado, dijo Puchis. Fue a los 46 años que muere Hector Lavoe por el maldito sida. Y, Nilda Román, La Puchis, muere en un accidente, 5 años después de una entrevista que le hicieron sobre la vida del cantante y ese género que todo el mundo hoy le agradece y baila y menea.

domingo, septiembre 08, 2013

Santa María y el estelar de Ortiz



Observen el desparpajo y la poca de verguenza. ¡Prendan la tele!

Es domingo y bajo este mentiroso sol infernal, veo la repetición del estelar programa de Beto Ortiz ‘El Valor de la Verdad’ con tremendo invitado Jean Paul Santa María, exesposo-mentenido-estúpido de la tatuada top model –en sus años mozos– Angie Jibaja.

Sé que todo es mentira, porque conozco la tele desde el interior. Porque tengo familia que trabaja en la tele. Porque tengo amigos que trabajan en la tele. Porque yo he estado en la tele y he trabajado en la tele. Así que entiendo, por todos los santos, que ese programa ha sido tramado y preparado y actuado y qué bien hecho quedó, porque lo veo y me la estoy creyendo, me lo estoy imaginando, lo alucino a Santa María y digo, puta qué tremendo locaso es este pendejo.

No conozco a Santa María, pero muchos dicen que es un tremendo insoportable, inmaduro, berrinchudo, increíble, huevón, papanatas, soberbio, malcriado, malnacido. Es una rata, dicen algunas mujeres. Es un conchadesumadre, dicen otras mujeres. Ni siquiera es guapo, dicen algunas y otras. Pero si la Angie es tremenda bandi ya pe, causa; dicen otros.

No voy a crear un concepto (más) de Santa María ni de Jibaja ni del estelar de Ortiz ni de los rostros de los padres de Santa María. No lo voy a hacer porque me aburre y me aza y a la misma vez, hace enrollarme de risa porque, como repito, conozco la tele desde dentro. Pues lo único que quiero es crear una atmósfera turbia para que hablen de algo insignificante como lo es el programa de Ortiz, pero, claro, acepto que me he despertado con todas las ganas del mundo para ver el programa que no pude ver ayer, y lo estaba esperando hace una semana… Pero, vamos, es insignificante escribo sobre algo insignificante y me rajo las vestiduras y ay, no sé, soy inferior y me rajo las vestiduras. (Entender el sarcasmo, señoras y señores).

Cabe recalcar que escribo este texto porque no sabía qué escribir, y entiendo (quiero creerlo) que escribiendo sobre Santa María o el estelar de Ortiz ‘El Valor de la Verdad’ (o sea, el titular, lo amarillo, lo cochino… O sea, la tele peruana) puedo volver al ruedo, a este círculo mafioso de los publicados. Porque repito: entender, mil por favores, el sarcasmo, señoras y señores.

(Y quizás, este texto viene en capítulos)

sábado, junio 08, 2013

Me has abandonado



Gracia Marrou, futura madre.

«¿Por qué me has abandonado?», le dijo Jesús a Dios.

Te has olvidado de mí. Te has olvidado de mí. Me has dejado a la deriva en una isla que no conozco, que se me hace enorme, que se me hace recontra sola. Una isla que no quiero conocer por nada del mundo, no me apetece, no me endulza, no me hace cosquillitas ni sonrisitas.

Te has burlado de mí, como la rica cumbia que no supimos bailar en el tonazo de Ricardo. Te has burlado de mí, dejándome como un completo estúpido esperando respuesta a los mensajes que te escribía, sin tregua, hasta hacerme heridas en mis flacuchentos dedos.

Yo, que te quería con locura y pasión desbordante, que me provocaba dormir pegado al teléfono escuchando tu voz decirme cosas de cosas, hablándome de Raquel, ¡ay, Raquel! Yo, que te escribía (y escribo) columnitas cursis de vez en cuando, cuando recuerdo la bonita costumbre de llegar cansado del trabajo y sentarme frente al computador a escribirte cosas que ya ni sé qué decirte. Ni sé, ni cómo, ni cuándo.

Me has dejado, déjame decirte, tirando cirunta, en jaque, peinando calaveras. O sea, como un huevón, un papanatas, un triste imbécil. Un huevón que dejó los estudios de comunicaciones en el quinto ciclo por un trabajo de vendedor a los amiguitos del Sur. Un papanatas que se la pinta de escritor cuando solo publica en su blog (y eso), y raspando (rogando) en alguna revista urbe de Lima (¡y eso!). Un triste imbécil que se gilea a una flaca para que otro salga con ella. Ni más ni menos, darling.

Aguanta tu Toyota Supra a lo «Rápidos y furiosos», ¿dije darling? Uy, esto ya es grave, entonces. Me falta cantar «Corazón partío», de Sanz mientras me empujo un Princesa lentamente, enjugándome el rostro por el llanto de desamor. Ay, ay. Porque con mi darling no me quedo, cual noctámbulo enamorado, susurrando por el teléfono de 1 a 4 de la linda madrugada. Porque a mi darling no le canto Robando corazones y me dejo grabar en el celular. Porque a mi darling no le ayudo leyendo un fucking texto de principios de ingeniería y le saco un resumen, punto por punto, para que estudie y se saque buena nota en su parcial de la universidad. Ay, darling, qué cosas ¿no?

Me has desencadenado a tu amor que era fugaz y juguetón. Un amor loco y tonto, déjame decirte. Y pues,  «ahora soy un alma libre…», puedo confirmar aquella frasecita que escuché alguna vez de la dulce boca de una modelo-actriz-mamacita que la hacía de una pituca surfer  en la teleserie boom de los últimos años en el Perú. 

martes, junio 04, 2013

Indispensable

Gracia Marrou.

Te extraño porque te volviste indispensable. Porque, de una manera u otra, se me volvió una bonita costumbre escribirte y esperar tu respuesta como el regalo pedido en la carta a Papa Noel. Regresar, muerto de cansancio del trabajo, y sólo buscar conversar contigo, preguntarte qué tal te fue en el día, jugar al importante yéndome sin avisar y solamente volver para sentir que alguien me quiere cuando me dice te fuiste, te extraño, no sé cómo puedes dejarme hablando sola.

Te extraño porque, quizás, te he comenzado a querer. Porque, de repente, me he empezado a encariñar contigo tanto que me doy miedo, tanto que tiemblo, tanto que bailo en puntitas. Sure, sure, miss, porque yo no soy de escribir y antes de publicar, enviar textos y preguntar si está bonito o feo; yo publico y ya está, así de simple. Pero se me ha empezado a hacer importante en grado sumo tu opinión, tu corrección, tu lisura y tu delicadeza de ser niña pero no tonta. Y, creo, que por eso te quiero, porque eres niña pero no tonta, ni sonsa ni gorda, sólo una chica freak que le jode sacar mala nota en la uni, ¡qué barbaridad, carambas! ¡Cómo puede ser!

Te extraño porque me falta algo, porque eres linda pero no te la crees, porque utilizas las malas palabras en los momentos indicados.  Por eso, maldita sea, te estoy extrañando a rabiar. Porque nunca he sentido tantas ganas de ir, cual cinéfilo empedernido, a la función de las 8 del Cine Primavera, contigo. Porque nunca me ha gustado tanto zamparme una jarra de leche fresca con Milo y sin azúcar (¿Sin azúcar?) después del ejercicio matutino. Porque nunca se me había dado la idea de pronunciar tu apellido con una devoción impresionante y repetirlo unas mil veces y odiarlo otras mil veces más, por si acaso.

Y ahora se me hace un mundo no poder ni escribir un mensaje de texto porque simplemente mi teléfono ya no es mío, porque nunca fue mío y su dueño lo tiene de vuelta. Pero no me quita el sueño no tener teléfono, déjame decirte. Me quita el sueño estar pensando qué puedo hacer para hacerte saber que te ando extrañando mañana tarde y noche, y escribiéndote tarde y noche (más noche y madrugada) que de costumbre. ¿Que me estoy haciendo el writer very important? Nada que ver, princcipessa, estoy totalmente incomunicado y te extraño tanto que no me extraña que te haya escrito esto en la soledad de mi covacha, en el frío de tu voz ausente, en lo triste que puede llegar a ser extrañarte porque, déjame decirte, eres indispensable.

martes, mayo 07, 2013

Al borde del barranco





Creo en la Virgen de Chapi. La mamita de Arequipa, una de las principales ciudades del Perú. Creo en ella porque mis abuelos maternos, desde que tengo uso de razón, me han llevado a los rosarios y he recitado el Ave María con mucha devoción, frente a familiares y extraños fieles que acudían a la casa de la Tía Mery porque ahí estaba la virgencita de Chapi, coronada, vestida elegantemente. Creo, también, en el Señor de los Milagros. Voy a la multitudinaria procesión, todos los días de octubre que sale en andas, año tras año, cargado por un centenar de hombres bien fajados y bien al terno, que rezan con cada corto paso que dan para tambalear de un lado a otro la pesada anda de oro y metales preciosos. Me gusta el olor de la mirra, el incienso, y los cánticos donde le ruegan al Señor de Pachacamilla para que velen por ellas, por ellos y todos nosotros, que perdone nuestros pecados, que nos guié por el sendero del bien. Yo, de chibolo, también pertenecía a los cargadores.

Y ahora que estoy parado en el borde de un barranco, escribiendo, quizás, la última carta que te escriba en la vida, recuerdo a todos los santos a los que le rezo, y no atino siquiera a pronunciar el Padre Nuestro. Mis padres se han muerto. Esa gente que me profesaba su amistad, no está. Estoy solo, tan solo que sólo tengo a mis santos y mi Dios. Soy un marica, un tremendo marica. Estoy llorando como no tienes idea. Porque he perdido todo. Tampoco estás. Y creo que es una reverenda estupidez que crea en muchos, pero no crea en mí mismo.

Lima, mayo del 2013.

sábado, mayo 04, 2013

¡Izquierdistas, unios!



JDC

Diez Canseco pellizcaba la muerte con rabia y frustración. Con dolor desde una mesa de hospital porque el cáncer lo tenía postrado, como él nunca quiso acabar. Con cojones, porque defenderse ante tantos ineptos que le indicaban tal por cual. Así esperaba el final de su existencia activista y corajuda.

Tenía un caminar cojo cuando aparecía en televisión defendiendo alguna causa noble. Siempre luchó por los de abajo, por los progre que siempre los cobijaba con consejos para que nadie se burle de ellos. Fue uno de los pocos políticos decentes que se embarraba los zapatos en arenales de Villa El Salvador o algún cerro de Comas. Y hacía, y siempre fue honesto, y no robaba… porque con Diez Canseco, ese dicho popular que robe pero que haga, no iba, no le cuadraba al Doc, porque el que lo conocía tenía el mejor concepto de él, porque él sí respetaba al Perú.

Defensor de gays y lesbianas. Defensor del MHOL. Gio Infante, presidente de la institución, escribe en su cuenta de Twitter, que él entró al Partido Socialista a los 17 años y Diez Canseco lo incentivó para que entrara al MHOL. Le vio ‘acción’ al muchacho que ahora le llora a mares al cojito bueno de ojos caídos que lo defendía desde el timón del barco de la libertad de sexo en nuestro país.

Y cito lo que escribió César Hildebrandt es su semanario:

Pudiste ser rico, Javier: abogadazo, jurisperito de multinacionales. Elegiste ser modesto. Y alegre. Porque a ti la cumbia te va bien y las chelas también y el goce puro del momento, de lo más bien. Pudiste ser Robespierre pero preferiste ser un hombre fiero con la palabra y amable – por lo general – con quienes no estaban de tu lado.

Ahora, descansa en paz. Javier Diez Canseco ha levantado su voz en señal de protesta, pero no le ha alcanzado. Se ha ido para esperarnos, para seguir dándonos cátedra de un poco de política decente, de esa actividad que humildemente, Javier, ejecutaba sin aspavientos, sin chiches, sin estar bien a la facha, ni a los lentes, ni a los chalecos gorilones.

Un izquierdista que sí parecía izquierdista, pero no radical. Un izquierdista que sabía escuchar al pueblo y a los opositores con los que sabía fajarse, sin miedo, sin burlas. Un ziquierdista que sabía escuchar, atentamente, a los derechistas que lo querían embarrar. Ahora la derecha, el fujimorismo, Aldo Mariátegui y todos quienes lo lapidaron, quizás, la tengan fácil. Lo más seguro es que lo extrañen. Lo más seguro es que él estará viendo todos los menjunjes que harán, a partir de esta noche triste y fría, contentos, debajo de la mesa, porque ya no habrá quien levante la voz y diga esto está mal, esto no se hace, esto es robar, esto no es política.

Descanse en paz.

Lima, sábado 04 de mayo de 2013.

miércoles, mayo 01, 2013

¿Chamba por aquí?

Mi viejo ha dejado de ser un trabajador hace un par de semanas. Yo, su único hijo, tampoco soy trabajador. Y no es que no quiera trabajar, sino que he cometido errores que ahora los estoy pagando. O eso es lo que últimamente he comenzado a creer, golpeándome el pecho.

La edad de mi viejo está pellizcando los cincuenta, pero luce como un abuelito de ochentitodos recontra chupado por una maldita hernia que le carcome hasta el alma. Y fue por esa razón –médica– que no puede (o no quiere) trabajar. Porque le fastidia, porque le jode, porque se marea cuando está sentado en la oficina, porque no puede caminar ni una sola cuadra sin renguear, porque no puede estar parado más de diez minutos porque siente que desfallece y la pierna se le desgarra. Y en la casa, tampoco es un trabajador. Es un abuelito que no sabe hacer nada. No cocina, no plancha, no lava. Duerme todo el día y traga más de lo puede (y sabe) argumentar en algún tema de coyuntura nacional. Pero no es un cerdo, al contrario, es que toda la comida que pueda llevarse a la boca, se lo quita la hambrienta hernia que estira la mano y abre el hocico para recibir el único bocado del día.

Yo, a veces, escribo y envío crónicas y cuentos al extranjero y cobro un dinero que me ayuda para comer y comprarme chucherías. Y es que he dejado de ir a las tiendas por departamento para comprarme un jean o un par de zapatos. He dejado de ir a los Centros Comerciales para almorzar con la novia de turno. He dejado de ir a UVK de Miraflores, solo, para disfrutar la película en estreno. He dejado,  hace un año y tres meses, de hacer las cosas que me gustaban, porque el dinero que gano escribiendo no es gran cosa, y no me alcanza para esos (tengo que decirlo, lamentablemente) tremendos gustos. A veces, una vez a las quinientas, salgo a un cine misio o me compro unas zapatillas en liquidación.

Sería utópico pensar que siendo escritor voy a mantener a mi padre desempleado y bueno para nada. Decirle un día: Ya no trabajes, viejo, yo pago todos los servicios de tu departamento con lo que gane publicando columnitas de mierda. No te preocupes, carajo. Ya no chambees más. No, pues, sería loco. Muchos dicen que escribiendo huevadita y media no se puede vivir, y menos en el Perú. Pues ese pensamiento es cierto. Pero es lo que hay, y para eso sirvo. Pero no me puedo quedar sentado, pensando que sólo soy bueno para escribir y escribir y escribir, y publicar de vez en cuando. Ahora me toca salir a la calle y pararme bien enternado y bien peinado y bañado en perfume juvenil para la respectiva entrevista. Es así. Ahora le toca al único hijo. Es la vida. Es la dura e injusta vida.

Día del trabajador. Primero de mayo, 2013.

martes, abril 30, 2013

El hombre bajo la lluvia

A Ericka Velasquez,
quien conversa con mis demonios.


Hola, Fabri;
Te escribo para saber si hoy estarás en tu casa. Quiero hacerte un test que es mi trabajo parcial y me quiero sacar buena nota. Bueno, quiero que seas mi sujeto, así le decimos los psicólogos a quien tenemos por paciente. Claro, quiero estudiarte porque tu mamá me ha dicho que estás algo loco. Un beso. Chau.

Pasa, pasa, estás en tu casa. Siéntate. ¿Quieres algo para tomar? Ok, todo bien. Hace tiempo que no te veía. ¿Estás cómoda? Ok, yo bien, todo tranquilo, gracias a Dios. Escribiendo estupidez y media. Tú ya sabes. ¿Mi madrina, cómo está? Hace tiempo que no la veo. ¿Tu hermano? Bien, qué bueno que todos estén vivitos y coleando.

Conversamos apenas se sentó en el sillón. No nos veíamos, si mal no recuerdo, hace más de un año. Vestía short negro y un polo suelto que combinaba con sus sandalias muy cómodas para el verano. Cargaba un morral que contenía hojas en blanco, hojas con dibujos de niños de 5 años, muchos lápices, borradores, tajadores. Recordamos nuestra etapa en el colegio de primaria. A los amigos con los que nos hablamos por mails. Pero no tocamos el tema de Willy y su enfermedad, el profesor que fue nuestro tutor en quinto y sexto, y del cual conservo muy buenos recuerdos.

Me cuenta que está en quinto ciclo de Psicología en la San Martin. Que se va hasta Surquillo pero que no siente el viaje porque nunca olvida su MP3 o va leyendo los textos que le dejan. Se ha vuelo una lectora voraz. Lee más de lo que duerme. Nos paramos del sillón y vamos hacia la mesa de madera. Deja caer unas cuantas hojas en blanco, un cuaderno de apuntes y su cuaderno de la universidad. Me acerca un lápiz Mongol y una hoja. Entonces, empezamos con el test, me dice. Yo, asiento y me acomodo en la gruesa silla.

–     Vas a dibujar a un hombre de cuerpo entero, bajo la lluvia.
–     ¿Con zapatos, jean y camisa de dril?
–     Como tú quieras.
–     ¿Con sombrilla?
–     No sé.
–     ¿Con piso?
–     No sé.
–     ¿De día o de noche?
–     ¿Qué parte de cómo tú quieras no has entendido?

Comienzo a dibujar como mejor puedo, recordando cuando dibujaba más o menos bien y ganaba todos los premios de arte en la secundaria. Ella me miraba, y de rato en rato, chequeaba su cuaderno y apuntaba no sé qué en mayúsculas. Yo, seguía dibujando. No despegaba mis ojos de la hoja llena de la pelusita del borrador. No estaba muy seguro de mi dibujo, y sentía que lo estaba haciendo mal. La veía, y ella jugaba con sus dedos, los hacía sonar. Bostezaba y volvía a apuntar.

Hola, Niki;
Estoy de vago. No encuentro chamba. Me he presentado a un par de entrevistas pero sin suerte alguna. Me dijeron que me iban a llamar y hasta ahora estoy esperando. Quiero chamba porque paro misio y estoy sin novia. Y eso que estar con novia es gastar. Pero en realidad te digo, quiero tener la billetera llena y el corazón recontra vacío. Dime cuándo vienes y soy el sujeto que necesitas. Besos.

Sacó un viejo libro de su morral. Había separado unas páginas y leía, concentradísima. Revisaba su celular. Se arreglaba el polo.

–     ¿Cómo vas? ¿Todo bien?
–     Sí, tranquilo. Recién me doy cuenta que no sé cómo he podido ganar tantos premios dibujando.
–     ¿Qué es eso? ¿Eso que está abajo?
–     Su pie, pero me ha salido como un zapato.
–     No te creo. ¿Es un pie?
–     Sí, pero lo dejaré como zapato.
–     Ja ja ja ja ja ja ¿Ya terminaste o sigues?
–     No, ya terminé.
–     Seguro, ¿no?
–     No sé.

Ella no paraba de reír mientras miraba mi dibujo. Escribía en su cuaderno y revisaba los apuntes de su clase. Dejó el celular a un lado. Cerró el libro no sin antes percatarse de dejar en la página indicada el separador, se arregló el pelo, y me habló directamente a los ojos: Ahora me contarás una historia. Y reposó su codo sobre la mesa de madera.

Lima, verano del 2013.

domingo, abril 28, 2013

MUCHACHO MALO

Que solo va a jugar contigo,
querido amigo...

Juan Solo
Querido corazón



He enclaustrado el corazón.

Lo he encerrado en una cajita de madera para que no sienta, para que no grite, para que no salga. Y lo que es más importante, para que no vea y para que no se alegre. La cajita de madera tiene suficiente espacio como para dejarlo bombear que es para lo único que quiero que me sirva. Que bombee toda la sangre que necesito. Si pasa otra cosa: Tranqui, aguanta tu coche, muchacho del demonio, relaja las venas y mete reversa.

Pero este muchacho, la mayoría de veces, se me hace el rebelde. Empieza a latir y me golpea el pecho de gato. Quiere salirse el pendejo, pienso, malhumorado. Quiere romper la débil cajita de madera. No lograrás tu cometido, le digo en voz bajita, y lo arrullo con una canción de cuna para que se relaje y cumpla a cabalidad su función fisiológica. Pero es terco. O no sé si le gusta verme enojado, enojadísimo, con el pelo chispeando.

Recuerdo cierta tarde cuando íbamos por la calle y La Negra pasó caminando y el saltaperico se me emocionó cuando la susodicha levantó la voz para llamarme (gritarme), desde la otra acera, que cómo estaba, que cómo me iba. Qué-chucha-está-pasando-por-la-puta-madre. La-Negra-me-habló. Bum bum. Bum bum. El muchacho se prendió y comenzó con la cantaleta de siempre y ni hablándole ni gritándole. ¿Pero por qué camina así, tremendo monumento? ¿Acaso, para que todos la miremos, para que todos babeemos, para que todos parezcamos una arrecha manada de lobos hambrientos que miran con plan comida a tan culona tan tetona tan mamacita y tan rica susodicha? Sure, sure, brother, le dije. Relaje, carajo, relaje las venas y escúcheme atentamente: No se me vaya muy de avance que esa negra es ya no ya. Mucho camión pa’ tan humilde y estrecho jirón, mi estimadísimo. En serio le digo, adú, por las huevas se me pone happy, por las puras huevas me hace el fiestón del año en mi pobre pechito de gato techero.

Loco, bruto, eso es lo que es. Ni hablándole de usted. Ni tratándolo como un perro. Ay, este muchachito loco que recién está empezando a salir a la calle. Ay, este pequeño saltarín. Ay, este loquillo enamorado. Ay, llamen a los bomberos que está que bota fuego. Ay, se me quema en pasiones. Ay, que me quema, que está que arde. Ay, qué caliente. Ay, qué hot. No entiende, no hace caso cuando uno le habla. Un testarudo. Eso es lo que es. Ay, qué hot.

Madrugada de abril, 2013.

domingo, marzo 31, 2013

TU RECUERDO EN MIS PASCUAS

He visto nacer el día.

Esperaba en plena calle, para ver cómo el cielo se aclaraba, de poco en poco, hasta hacerse totalmente celeste. Y con mis manos en los bolsillos, enchompado, enchalinado y tiritando, reposando mi espalda en el viejo árbol que da la bienvenida a mi casa, escuchaba clarito cuando los gallos comenzaban con la melodía-despertador que hace bostezar a más de uno.

Salían las primeras personas, elegantísimas, a la misa del domingo. Otras, las deportistas, le sacaban la vuelta al frío con shorts cortísimos y politos de tiras más que delgados, se tapaban las orejas con el iPod que hace ameno el trote, mayormente, juvenil. Me miraban al pasar. Me miraban raro, como si fuera un indigente o un marciano o un drogadicto que no sabe qué hacer, qué decir. Algunos salían a pasear a sus perros chuscos con correas muy bonitas. Los hacían cagar en el pasto de sus casas. Les hablaban como si fueran el amigo borracho de turno y se contentaban tan sólo con una movida de cola.

Mientras jóvenes y señores pasaban raudos, saludaba a quien conocía rogando que no me pregunten qué hacía parado como un completo huevón mirando a la ventana de mi casa. La chalina me tapaba la boca y me envolví en la chompa que vestía. Contemplé el pasar del panadero. Cruzó rápido la cuadra, sin tocar una vez su chillona bocina. Ni me miró, ni de reojo. Antes, le compraba pan calientito, religiosamente, a las 8 am, nos quedábamos hablando un rato y seguía su rumbo. Ahora, ni chis. Aunque sea, me he enchanchado con el olor del pan recién salido del horno de la panadería que está a unos pasos. He llenado mi hambre feroz con el olor del pan yema que es un manjar cuando se combina con el café pasado que prepara mi vieja.

Son las ocho de la mañana del domingo de pascuas y quiero seguir como un ente, recostado en el árbol, haciendo de todo para que los ojos no se me cierren. No necesito más. Sólo tus besos ausentes y tus caricias frías. Exacto, tu vago recuerdo que no se me escapa ni un segundo de mi cabecita. Este recuerdo que juega con las hojas del árbol, y con la brisa que se disipa poco a poco, para que la gente salga de sus casas y empiecen con el quehacer matutino.

No pienso dormir. Quiero quedarme esperando tu ansiada vuelta, y hasta que no pegues el regreso, no sigo la marcha. Y me quedo cagándome de frío y viendo a las gentes que pasan cual procesión con sus ramos en las manos, bien a la tela y bien al perfume y al gel, tarareando esas cancioncitas cristianas que me van samaqueando el bobo como quien no quiere la cosa.

domingo, marzo 24, 2013

CUANDO JUEGA PERÚ

1.

No tenía planes dónde ver el partido. Un Perú-Chile que lo esperaba mordiendo los dientes y furia contenida. Con sabor a venganza deportiva por lo que pasó en Santiago. Un partido que quería verlo parado, porque parado se ven los partidos que quieres jugarlos. Estaba nervioso, impaciente. Pensé que una copita de pisco puro, acholado, me calmaría.

2.

Nadie me llamaba. Se acercaban las 8 de la noche y nadie me invitaba a ningún lado. Pensé en ver el partido solo. Hago mi ceremonia y lo veo solo, solísimo. Pero es Perú, no es Alianza. Y yo, solísimo, veo los partidos de Alianza Lima. Aunque cuando Perú, juega Alianza. Y cuando Alianza está bien, Perú está bien. Sí, son excusas. La cuestión, acá, es que no quería ver solo el partido.

3.

Me llamó un buen amigo. ¿Dónde estás?, le pregunté al instante. En San Isidro para ver el partido con mi papá, respondió. Asentí y empezamos a hablar de otra cosa. Colgué. Uno menos.

4.

Se acercaba la hora del partido y nadie tenía la intención de verlo conmigo. Me voy al Casino Fiesta solo, pensé. Y como un hongo, parado, gritar solo, chupar  solo, malhumorarme solo si los jugadores no ponían los huevos que tenían que poner. Y con tanta gente que estará apachurrada de su novio de turno. O los amigos, y las amigas que no se encontraban desde el fin pasado. Todo, solo. Como un hongo, ¿no?

5.

Diez minutos antes de las nueve de la noche. Por la televisión se veía el Nacional repleto,  las gentes pintando con el colorido de sus polos la totalidad del estadio. Los largos globos que se suspendían en el aire y esperaban la salida de los equipos a la cancha. El hambre por meter gol en el arco donde se pare el portero chileno. Nueve de la noche. Una llamada tras otra. Me sentí raro al responder, a todas, que el partido lo veía solo porque Perú es Alianza, y cuando Alianza está bien el Perú está bien, y cuando Alianza juega… Lo que no entiendo es por qué cuando explicaba mis razones todos me insultaron, me mandaron a la mierda y me colgaron recordándome a mi madre.


¡Arriba Perú!

martes, marzo 19, 2013

LA PRIMERA VEZ, ALGUNAS VECES, NO DUELE ó (Marco Tulio, ¿qué estás haciendo?)

Con gesto compungido, fui a votar solo.

Había tomado la noche anterior. Había tomado ron, güisqui y tres chelitas al polo para terminar el festejo del cumpleaños de un amigo del barrio. Tomé y tomé, y en algún momento que no recuerdo, pregunté a la multitud: pero qué, ¿acaso hoy no es Ley Seca? Se rieron de mí. No sé si por mi borrachera o por tremenda conchudez de hablar de leyes si estábamos chupando como condenados. También sonreí. Lo único que me quedaba. Y me serví un poco más de ron con Coca-Cola y prendí el quinto cigarro que fumaba en toda la noche.

Y así desperté, con la boca pastosa oliendo a ron y a chelas, y mi polo y mi pelo trinchudo, oliendo a cigarro no tan barato. Olvidé completamente que ya había llegado aquel domingo que esperaba tanto. Iba a sufragar por primera vez, me iba a sentar solísimo en una cámara y encerrado, pensando bien y marcando tranquilo, iba a decidir, seguramente, el futuro de Lima, el de Susanita Villarán, y quizás el de tanta gente que no sabe qué hacer y dónde está parada. Participaría en una Revocatoria, que después de hablar con tanta gente metida en esto, entendí que era pura pantalla, que había alguien detrás, que alguien -muchas personas, mejor dicho- querían beneficiarse y que por eso, se estaban rajando las vestiduras que muy limpias no las llevan. Una Revocatoria, con pinta de venganza y puntitos amarillos de corrupción, por aquí y por allá, por donde se le vea o se le quiera mirar. Un proceso promovido por un inepto Marco Tulio que ahora dice que no ha perdido porque nunca compitió (perdóneme, todos, pero ¿esa no es una típica frase del perdedor dolido con el corazón roto en su propia ley? No, cómo pensar eso, ay, carambolas, qué tonto soy, tontos todos, pues…).

Me lavé la cara con agua muy fría. Eran como las doce y la gente ya se alborotaba en las calles para llegar rápido a donde tenían que sufragar. Veía, por el noticiero, que los buses pasaban repletos, que los choferes, aparte de renegar, ya estaban cansados de hacer sonar su chicharra tantas veces seguidas, y que los cobradores, que mayormente eran jóvenes de 15 o 16, ya no llamaban gente porque la voz se les iba en gritarle al auto de adelante para que le dé un chance para entrar y seguir la marcha. Pero nadie cedía. Las bocinas reventaban las orejas de los pobres transeúntes que a paso ligero querían llegar, y votar. Y los autos no se chocaban de milagro. Tremendo caos en las calles, todo captado por el lente de la cámara del gran joven reportero que le ha tocado -infelizmente para él pero qué gratificante- cubrir este pandemonio.

Salí a la calle caminando lento, caminando solo, caminando ebrio. Llevaba el DNI en la mano. Unos lentes negros cubrían la violación de la ley en mis ojos (en mi sangre, tal cual). Sorteaba a los que pasaban como camiones en plena estrecha vereda. Ni los veía. Ni me veían. Era una marcha de los que iban y los que venían. Los compungidos, los que insultaban, los alegrones, los que iban en bicicleta, los que esperaban, los que iban con sus amigos, con la enamoradita de turno, los malcriados, los que vociferaban su voto por todo el camino, los que te preguntaban por quién ibas a votar, los que no querían decir nada, los que hablaban del tono de ayer, los criticones, los pacíficos, los aburridos, lo que tenían a la señora madre del gran Marco Tulio en la punta de lengua. Estuvieron todos los que quisieron estar. Algunos, por noticias posteriores, no estuvieron porque se les pegó las sábanas y la irresponsabilidad tocó su puerta de habitación. Otros, prefirieron hacer caso omiso, pagar sus 74 soles de multa y cagarse de la risa de los que sí cumplimos un deber cívico, una fiesta popular, un jolgorio de insultos a los promotores de esta tonta revocatoria, y que ahora se esconden pero dicen no haber perdido, que no compitieron, cuando en el primer mes ya habían comprado el Kid de Revocatoria, porque jamás esperaron, porque en política se conoce la real venganza y el real puñal hecho hombres y mujeres con voz fuerte y labia impresionante.

Y pues, entré al colegio Saco Oliveros tras esperar como treinta minutos en una cola que no avanzaba pero sí retrocedía. Busqué mi mesa, subí tres pisos, esperé, esperé, esperé, como una hora más y seguí esperando… entré, me demoré un minuto y medio en votar y firmé, mi huella, documento, sticker y salí. Siempre con los lentes negrísimos. Bajé las escaleras, tres pisos, no esperé tanto para salir del colegio. Prendí un cigarro y suspiré por haber votado por primera vez. Alguien me miró muy raro. Alguien, creo que me conocía, y a la vez, se avergonzaba de mí. Y un policía comenzó a decir que despejen el área, que sólo iban a entrar los que iban a votar, sin acompañantes, por favor, a esperar afuera… Y yo, completamente solo, enrumbé hacia el barrio donde crecí a cerrar la Ley Seca con tres chelitas celebrando mis primeras equis para unirme a los que están en contra de la Revocatoria y esas jugarretas de mala mano, floro barato y chorreos de platita que siempre llega sola. 

lunes, marzo 04, 2013

AMOR DE FIN DE VERANO




Volverte a ver,
es todo lo que quiero hacer.
Volverte a ver,
para poderme reponer…

Volverte a ver
JUANES

Te estoy buscando en mi cabecita loca que solo piensa en ti, que sólo juega con las miraditas de ayer, que sólo recuerda las palabras que me dijiste cuando se me había subido la cerveza y te contemplaba cuando estabas hablando con tu señor jefe.

He agarrado la costumbre de buscarte todos los sábados. Me alisto y me perfumo como mejor puedo. Siempre voy en short para estar más cómodo. Visto el pollo de cuello que me he comprado recién y calzo las negrísimas zapatillas Converse que tanto te gustan. Me engomino el pelo y me peino para un lado, bien ordenado, bien pegado, como galán de telenovela. Llevo bien la barba, que no está crecida, menos mal.

Camino como modelo por todo Barranco: fumando Malboro rojo, cambiándolo de mano cada tanto, cogiéndolo entre los dedos muy elegantemente. Quedo mirándome con toda la gente que pasa. Me miran de arriba abajo. Yo a las mujeres me quedó mirándoles las piernas, luego les miro la cara. A los hombres, los relojes, después el peinado. Y sigo caminando con poses de barranquino bohemio acostumbrado a estas largas caminatas en busca de un poco de chela y buena música.

Veo gente orinando a las paredes. Sonrío y ellos también, me dicen qué miro y yo respondo que nada, sonriendo. También sonríen. No tienen roche alguno de sacar el pito y escribir su nombre en la pared de alguna casa deshabitada. Veo, también, y muy temprano, pasar algunas muchachas que se tambalean por la borrachera. Son ayudados por sus amigos de juerga, que están algo más parados que la que está a punto de besar la rota vereda por la que pasa más gente de lo pensado. No es un sábado cualquiera, me llego a enterar por un muchachón que prende su bate sin temor alguno y fuma como yo termino de fumar mi cigarrillo. Me invita y también fumo. Lo miro, sonreímos juntos y me hace un gesto para que siga fumando. Te vendo, me dice, mostrándome una bolsilla rellena hasta la mitad de hierba que huele rico. Es la rica, agrega, y sonríe y otro gesto. Asiento con la cabeza. No hablo, no hago nada, fumo y miro al cielo para botar el humo lento, alucinando una nube encima de mí y sonriendo de los gestos estúpidos que me hace el pasajero dealer para que - recién comprendo- le devuelva el bate porque quiere fumar y seguir fumando. Le doy 5 cinco soles, y me da la bolsita. Que chau, que adiós. Era argentino, o la hierba me estaba cagando o él había fumado más de la cuenta.

Y llego sólo para contemplar tu caminar apurado cargando dos chelas. Si puedo te hablo. Es que no puedo, me dices y me haces un gesto que ya vuelves. Me quedo esperando, sentado en la plaza. Fumo un poco de hierba. Sonrío con los extranjeros que llegan sólo para computar blancas mujeres de piernas anchas. Sonrío cuando sales, para buscarme y no me encuentras. Te veo, encuentro tu mirada entre la muchedumbre y leo tus labios que me dicen, quédate un rato, ya vuelvo. De nuevo, ya vuelves, ya vuelvo. Te sigo esperando bajo el negro cielo barranquino que acoge a los chibolos movidos por el alcohol y sonrientes por la rica hierba que consumen. Te sigo esperando porque la hierba que estoy fumando no me hace sonreír tanto como contemplar tu ligero cargando tanto que parece fácil.

miércoles, febrero 27, 2013

QUE SI, QUE NO ó (Revocatoria a la vista, baby)

“Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione.”

(1870-1965)
Financiero y asesor presidencial estadounidense.

Acá en la capital peruana estamos viviendo la fiebre por la revocatoria y el sí y el no y todas esas vainas de la política cochina. Que dale por el SI, que Susana es la Lady Vaga, que no hace nada, que sólo habla mal de Castañeda, que se joda, que se largue. Que dale por el NO, que Lima no puede parar, que hay muchos proyectos que tienen que seguir su rumbo, que las cosas van bien, que si no habla no es que no esté haciendo nada, que no roba.

Susana María del Carmen Villarán de la Puente es la alcaldesa de Lima. Tiene 63 años. Y es la primera mujer que ha sido elegida alcaldesa de Lima Metropolitana, por medio de elecciones. Tiene algo que ver con Kouri, Flores, Toledo y García, y también con el presidente Humala. Ah, y cómo no con Castañeda, su antecesor en el sillón municipal. Es izquierdista, activista y defensora con uñas y dientes de los Derechos Humanos. (Acepto que todo esto lo saqué de Google. Yo hubiera puesto lo siguiente. “Nombre: Susanita Villarán. Alias: Lady Vaga. Ola Ke Ase: No sé. No habla. No opina. No hace ni mierda.” Rápido y simple, y entendible).

He conversado con varias personas metidas en política y esos rollos, y que tienen relaciones amicales y de labores con Villarán. Y digo, de verdad, que no me han convencido. Me han parloteado y sacado al fresco cifras, juntando números al azar y yo sólo asentía, mostraba mi rostro sorprendido y continuaba  la charla con alguna pregunta interesante. Pero, en realidad, carcajeaba por dentro. Eran tan exactos para mentir. Tan creíbles. Eran tan estúpidas sus excusas para ayudar a alguien que sólo entró al poder para fiscalizar a un tipejo que robó, trabajó y tampoco no habló. Por eso, no defiendo a nadie. Ni a Castañeda. Ni a Villarán. Ni a los que vendrán, seguramente. Lima merece un cambio drástico. Una bomba, quizás. Y debo reconocer, que aún creo en Lourdes Flores Nano para este cargo. La eterna candidata.

Decía que he hablado con varias personas allegadas a la doña y me han dado unas extensas ponencias de porqué votar por el NO a la Revocatoria. Muchos, la llamaban: NO a la Rovocatoria. Y me río, me río, me río, me ríoooooo… como la canción del Puma. Y seguro ellos pensarán ahora, leyendo esta columna: En mi propia cara, ante mis propios ojos, con un amigo del alma, se ve que no te importo, nada… Te has burlado de mí… Y me sigo riendo. Perdónenme todos, señoras y señores.

Le he mentido a toda esa gente. A todos aquellos que me hablaron bonito de Villarán. A aquellos que pensando que diciéndome cifras y comparando los años de poder con otros gobernantes, iba a cambiar mi opinión. Les metí. Actué perfectamente, ahora me doy cuenta. Me creyeron hasta los gestos. Me dijeron que era inteligentísimo y me invitaron a cenar a sus casas, y allí seguimos hablando de la corrupta política peruana y un poco de literatura como para sentirme local.

lunes, febrero 25, 2013

EL JUEGO TERMINÓ

Pues, creo, no habrá otra ocasión,
para decirte que no me arrepiento,
de haberte entregado el corazón...

Camila

El juego se terminó en una noche calurosa de febrero. El juego, acabó entre guiños y molestias de todas las partes. Te fuiste, apenas acabó el jugueteo, sin mirar. Tu pelo se alocaba con el viento que entraba por la ventana abierta de par en par. Tu pelo revoloteaba por tu cuello y parecía que quería quedarse pero tú mandabas otra cosa, y entonces los largos cabellos negros obedecieron y siguieron su rumbo sosteniéndose en el ventarrón fresco que se metía sin permiso a la casa, donde estábamos reunidos, fingiendo tranquilidad.

Y fue que el juego culminó mientras abrías la puerta con furia. Sin mirar atrás, sin retroceder un paso, sin dudar, sin hablar. No hiciste nada. Abriste la puerta y en menos de un segundo fugaste como el ladrón que ya tiene el motín y no le interesa más, sólo correr derechito como caballo de carreras, con la adrenalina en la garganta seca por los nervios. Porque así caminaste, rápido, fluido, rapidito. No hiciste una parada. No te cansaste o no querías cansarte. No dudaste.

Te veía, impaciente. Trataba de hablar, pero callaba si alguna palabra lograba ser susurrada por mi boca que no podía mantener cerrada. Pensaba qué decir, y te miraba con ojos tiernos para que no te vayas nunca, pero fue en vano. Te fuiste. Y yo contemplaba tu huida feroz. Me dolió. Fue un puñal. Un puñete directo a la boca del estómago. Me dejó frío. Sin habla. Sin aire. Hincado, y sin nada, porque contigo se fue todo lo poco que podía tener. Y emprendiste el vuelo, para quizás no volver más. Sin despedirte, abriste las alas y planeaste, cuculí. Sin hacerme adiós con la mano. Sin mirarme. Sin, quizás, ni siquiera pensarme.

Y así, el juego culminó con tu salida sin chistar. Y las palabras que se quedaron en mi boca con ganas de salir. Aún están. Y no son las que te estoy escribiendo en esta llorona y cursi carta. Y esas ganas locas de enrollar tus lacios cabellos en mi pecho endeble para olvidar el mal momento y jugar de nuevo, también lo tengo aquí, amarrado entre el corazón y la garganta seca, sin saliva, sin un poquitito de amor.

domingo, febrero 17, 2013

LA COSA ES QUERER

La cosa es querer mucho, querer con ganas, con ganas locas, pero sin llegar a la locura. Aunque a veces querer con locura es bacán, cool, recontra chévere, pero no es algo que me quite el sueño. La cosa es también que te quieran, y que lo sepas. La cosa no es escribir que te quieren. La cosa es que te quieran. Simplemente que te quieran más, mucho, poco, pero que te quieran. Y cuando lo escribes es porque la cosa es que no te están queriendo. O sí. Pero poco, muy poco, poco y nada. Pero a veces, también, la cosa no es hacerse preguntas. Que si te quieren. Pues no lo sabes y listo. Más bacán. A lo secreto. Más cool. Sólo querer sin saber si te quieren o no. Tú quiere. No conjugues más. El verlo querer déjalo tranquilo. Hazlo tú, y no esperes. Ejecuta, jugador.

La cosa no es hacerse el dolido. La cosa es llorar por dentro si algo sientes y reír para seguir queriendo. La cosa es reír. Y llorar, pero sin que te vean. No seas huevón. La cosa no es que te vean. Es que te conozcan. La cosa es que si te conocen, no actúes. La cosa es que quieras naturalmente. No mientas. La cosa es que si te conocen y actúas, eres un completo y triste huevón. Y ella lo sabe.

La cosa es querer. Que no te importe lo demás. Si algo dicen, si murmuran, si callan, si ríen. Que te resbale. Eso, no interesa. La cosa que sí interesa es que quieras de verdad. Que si te gusta, quieras. Que si quieres, no mientas. Que si piensas en mentir, entonces eres un huevón más. La cosa no es ser huevón. La cosa es que piensen que eres huevón, estúpido, mediocre, saco largo, porque, simplemente, quieres con ganas, con ganas locas, con furia contenida, con la pasión que te sale por los poros. La cosa es amar desenfrenadamente. La cosa es gritar para que todo el mundo lo sepa. Es gritar y cagarse de la risa. La cosa, claro está, es gritar por amor, jubilosos, inflando el pecho, parándonos en firmes, mi soldado.

La cosa es decirle te amo, diariamente, a la chica que amas. Si la amas. La cosa es decirle perdóname, mi vida, cuando sientas que de verdad hace falta unas disculpas para seguir amando. Porque no se deja de amar así porque sí, de la noche a la mañana, porque me picó un mosquito, o porque pasó la más rica del barrio. Amor es una cosa loca. Amar, es una cosa loquísima, una cosa que te saca del cuadro, que te hace pensar en segundos y sonreír al despertar. La cosa es esa, amar sin pausas, en cada momento, en cada instante. Claro, la cosa es el instante.

La cosa es escribir cuando quieres. Si un escritor se enamora, la persona a la que le escribe no muere jamás. La cosa es no pensar en morir. La cosa es vivir. Y soñar. La cosa es amar. Y seguir soñando. La cosa es seguir escribiendo. La cosa, entonces, es querer escribir cuando se quiere, porque si se quiere tanto como se escribe… La cosa, es querer. Ya está. Sin pensar. Sin preguntar. Sin ciencias. Sin doctores. Querer y punto. La cosa es decir te quiero sin miedos. La cosa es, querer y escribir porque se quiere. Porque se ama. Porque se sueña. Esa es la cosa, al fin y al cabo, sin ton ni son, sin  blanco ni negro. La cosa es la cosa. Simple y llanamente.