martes, marzo 19, 2013

LA PRIMERA VEZ, ALGUNAS VECES, NO DUELE ó (Marco Tulio, ¿qué estás haciendo?)

Con gesto compungido, fui a votar solo.

Había tomado la noche anterior. Había tomado ron, güisqui y tres chelitas al polo para terminar el festejo del cumpleaños de un amigo del barrio. Tomé y tomé, y en algún momento que no recuerdo, pregunté a la multitud: pero qué, ¿acaso hoy no es Ley Seca? Se rieron de mí. No sé si por mi borrachera o por tremenda conchudez de hablar de leyes si estábamos chupando como condenados. También sonreí. Lo único que me quedaba. Y me serví un poco más de ron con Coca-Cola y prendí el quinto cigarro que fumaba en toda la noche.

Y así desperté, con la boca pastosa oliendo a ron y a chelas, y mi polo y mi pelo trinchudo, oliendo a cigarro no tan barato. Olvidé completamente que ya había llegado aquel domingo que esperaba tanto. Iba a sufragar por primera vez, me iba a sentar solísimo en una cámara y encerrado, pensando bien y marcando tranquilo, iba a decidir, seguramente, el futuro de Lima, el de Susanita Villarán, y quizás el de tanta gente que no sabe qué hacer y dónde está parada. Participaría en una Revocatoria, que después de hablar con tanta gente metida en esto, entendí que era pura pantalla, que había alguien detrás, que alguien -muchas personas, mejor dicho- querían beneficiarse y que por eso, se estaban rajando las vestiduras que muy limpias no las llevan. Una Revocatoria, con pinta de venganza y puntitos amarillos de corrupción, por aquí y por allá, por donde se le vea o se le quiera mirar. Un proceso promovido por un inepto Marco Tulio que ahora dice que no ha perdido porque nunca compitió (perdóneme, todos, pero ¿esa no es una típica frase del perdedor dolido con el corazón roto en su propia ley? No, cómo pensar eso, ay, carambolas, qué tonto soy, tontos todos, pues…).

Me lavé la cara con agua muy fría. Eran como las doce y la gente ya se alborotaba en las calles para llegar rápido a donde tenían que sufragar. Veía, por el noticiero, que los buses pasaban repletos, que los choferes, aparte de renegar, ya estaban cansados de hacer sonar su chicharra tantas veces seguidas, y que los cobradores, que mayormente eran jóvenes de 15 o 16, ya no llamaban gente porque la voz se les iba en gritarle al auto de adelante para que le dé un chance para entrar y seguir la marcha. Pero nadie cedía. Las bocinas reventaban las orejas de los pobres transeúntes que a paso ligero querían llegar, y votar. Y los autos no se chocaban de milagro. Tremendo caos en las calles, todo captado por el lente de la cámara del gran joven reportero que le ha tocado -infelizmente para él pero qué gratificante- cubrir este pandemonio.

Salí a la calle caminando lento, caminando solo, caminando ebrio. Llevaba el DNI en la mano. Unos lentes negros cubrían la violación de la ley en mis ojos (en mi sangre, tal cual). Sorteaba a los que pasaban como camiones en plena estrecha vereda. Ni los veía. Ni me veían. Era una marcha de los que iban y los que venían. Los compungidos, los que insultaban, los alegrones, los que iban en bicicleta, los que esperaban, los que iban con sus amigos, con la enamoradita de turno, los malcriados, los que vociferaban su voto por todo el camino, los que te preguntaban por quién ibas a votar, los que no querían decir nada, los que hablaban del tono de ayer, los criticones, los pacíficos, los aburridos, lo que tenían a la señora madre del gran Marco Tulio en la punta de lengua. Estuvieron todos los que quisieron estar. Algunos, por noticias posteriores, no estuvieron porque se les pegó las sábanas y la irresponsabilidad tocó su puerta de habitación. Otros, prefirieron hacer caso omiso, pagar sus 74 soles de multa y cagarse de la risa de los que sí cumplimos un deber cívico, una fiesta popular, un jolgorio de insultos a los promotores de esta tonta revocatoria, y que ahora se esconden pero dicen no haber perdido, que no compitieron, cuando en el primer mes ya habían comprado el Kid de Revocatoria, porque jamás esperaron, porque en política se conoce la real venganza y el real puñal hecho hombres y mujeres con voz fuerte y labia impresionante.

Y pues, entré al colegio Saco Oliveros tras esperar como treinta minutos en una cola que no avanzaba pero sí retrocedía. Busqué mi mesa, subí tres pisos, esperé, esperé, esperé, como una hora más y seguí esperando… entré, me demoré un minuto y medio en votar y firmé, mi huella, documento, sticker y salí. Siempre con los lentes negrísimos. Bajé las escaleras, tres pisos, no esperé tanto para salir del colegio. Prendí un cigarro y suspiré por haber votado por primera vez. Alguien me miró muy raro. Alguien, creo que me conocía, y a la vez, se avergonzaba de mí. Y un policía comenzó a decir que despejen el área, que sólo iban a entrar los que iban a votar, sin acompañantes, por favor, a esperar afuera… Y yo, completamente solo, enrumbé hacia el barrio donde crecí a cerrar la Ley Seca con tres chelitas celebrando mis primeras equis para unirme a los que están en contra de la Revocatoria y esas jugarretas de mala mano, floro barato y chorreos de platita que siempre llega sola. 

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