lunes, marzo 04, 2013

AMOR DE FIN DE VERANO




Volverte a ver,
es todo lo que quiero hacer.
Volverte a ver,
para poderme reponer…

Volverte a ver
JUANES

Te estoy buscando en mi cabecita loca que solo piensa en ti, que sólo juega con las miraditas de ayer, que sólo recuerda las palabras que me dijiste cuando se me había subido la cerveza y te contemplaba cuando estabas hablando con tu señor jefe.

He agarrado la costumbre de buscarte todos los sábados. Me alisto y me perfumo como mejor puedo. Siempre voy en short para estar más cómodo. Visto el pollo de cuello que me he comprado recién y calzo las negrísimas zapatillas Converse que tanto te gustan. Me engomino el pelo y me peino para un lado, bien ordenado, bien pegado, como galán de telenovela. Llevo bien la barba, que no está crecida, menos mal.

Camino como modelo por todo Barranco: fumando Malboro rojo, cambiándolo de mano cada tanto, cogiéndolo entre los dedos muy elegantemente. Quedo mirándome con toda la gente que pasa. Me miran de arriba abajo. Yo a las mujeres me quedó mirándoles las piernas, luego les miro la cara. A los hombres, los relojes, después el peinado. Y sigo caminando con poses de barranquino bohemio acostumbrado a estas largas caminatas en busca de un poco de chela y buena música.

Veo gente orinando a las paredes. Sonrío y ellos también, me dicen qué miro y yo respondo que nada, sonriendo. También sonríen. No tienen roche alguno de sacar el pito y escribir su nombre en la pared de alguna casa deshabitada. Veo, también, y muy temprano, pasar algunas muchachas que se tambalean por la borrachera. Son ayudados por sus amigos de juerga, que están algo más parados que la que está a punto de besar la rota vereda por la que pasa más gente de lo pensado. No es un sábado cualquiera, me llego a enterar por un muchachón que prende su bate sin temor alguno y fuma como yo termino de fumar mi cigarrillo. Me invita y también fumo. Lo miro, sonreímos juntos y me hace un gesto para que siga fumando. Te vendo, me dice, mostrándome una bolsilla rellena hasta la mitad de hierba que huele rico. Es la rica, agrega, y sonríe y otro gesto. Asiento con la cabeza. No hablo, no hago nada, fumo y miro al cielo para botar el humo lento, alucinando una nube encima de mí y sonriendo de los gestos estúpidos que me hace el pasajero dealer para que - recién comprendo- le devuelva el bate porque quiere fumar y seguir fumando. Le doy 5 cinco soles, y me da la bolsita. Que chau, que adiós. Era argentino, o la hierba me estaba cagando o él había fumado más de la cuenta.

Y llego sólo para contemplar tu caminar apurado cargando dos chelas. Si puedo te hablo. Es que no puedo, me dices y me haces un gesto que ya vuelves. Me quedo esperando, sentado en la plaza. Fumo un poco de hierba. Sonrío con los extranjeros que llegan sólo para computar blancas mujeres de piernas anchas. Sonrío cuando sales, para buscarme y no me encuentras. Te veo, encuentro tu mirada entre la muchedumbre y leo tus labios que me dicen, quédate un rato, ya vuelvo. De nuevo, ya vuelves, ya vuelvo. Te sigo esperando bajo el negro cielo barranquino que acoge a los chibolos movidos por el alcohol y sonrientes por la rica hierba que consumen. Te sigo esperando porque la hierba que estoy fumando no me hace sonreír tanto como contemplar tu ligero cargando tanto que parece fácil.

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