Volverte
a ver,
es
todo lo que quiero hacer.
Volverte
a ver,
para
poderme reponer…
Volverte a ver
JUANES
Te estoy buscando en mi
cabecita loca que solo piensa en ti, que sólo juega con las miraditas de ayer,
que sólo recuerda las palabras que me dijiste cuando se me había subido la
cerveza y te contemplaba cuando estabas hablando con tu señor jefe.
He agarrado la
costumbre de buscarte todos los sábados. Me alisto y me perfumo como mejor
puedo. Siempre voy en short para estar más cómodo. Visto el pollo de cuello que
me he comprado recién y calzo las negrísimas zapatillas Converse que tanto te
gustan. Me engomino el pelo y me peino para un lado, bien ordenado, bien
pegado, como galán de telenovela. Llevo bien la barba, que no está crecida,
menos mal.
Camino como modelo por
todo Barranco: fumando Malboro rojo, cambiándolo de mano cada tanto, cogiéndolo
entre los dedos muy elegantemente. Quedo mirándome con toda la gente que pasa.
Me miran de arriba abajo. Yo a las mujeres me quedó mirándoles las piernas,
luego les miro la cara. A los hombres, los relojes, después el peinado. Y sigo
caminando con poses de barranquino bohemio acostumbrado a estas largas
caminatas en busca de un poco de chela y buena música.
Veo gente orinando a
las paredes. Sonrío y ellos también, me dicen qué miro y yo respondo que nada,
sonriendo. También sonríen. No tienen roche alguno de sacar el pito y escribir
su nombre en la pared de alguna casa deshabitada. Veo, también, y muy temprano,
pasar algunas muchachas que se tambalean por la borrachera. Son ayudados por
sus amigos de juerga, que están algo más parados que la que está a punto de besar
la rota vereda por la que pasa más gente de lo pensado. No es un sábado
cualquiera, me llego a enterar por un muchachón que prende su bate sin temor
alguno y fuma como yo termino de fumar mi cigarrillo. Me invita y también fumo.
Lo miro, sonreímos juntos y me hace un gesto para que siga fumando. Te vendo,
me dice, mostrándome una bolsilla rellena hasta la mitad de hierba que huele
rico. Es la rica, agrega, y sonríe y otro gesto. Asiento con la cabeza. No
hablo, no hago nada, fumo y miro al cielo para botar el humo lento, alucinando
una nube encima de mí y sonriendo de los gestos estúpidos que me hace el
pasajero dealer para que - recién comprendo-
le devuelva el bate porque quiere fumar y seguir fumando. Le doy 5 cinco soles,
y me da la bolsita. Que chau, que adiós. Era argentino, o la hierba me estaba
cagando o él había fumado más de la cuenta.
Y llego sólo para
contemplar tu caminar apurado cargando dos chelas. Si puedo te hablo. Es que no
puedo, me dices y me haces un gesto que ya vuelves. Me quedo esperando, sentado
en la plaza. Fumo un poco de hierba. Sonrío con los extranjeros que llegan sólo
para computar blancas mujeres de piernas anchas. Sonrío cuando sales, para
buscarme y no me encuentras. Te veo, encuentro tu mirada entre la muchedumbre y
leo tus labios que me dicen, quédate un rato, ya vuelvo. De nuevo, ya vuelves,
ya vuelvo. Te sigo esperando bajo el negro cielo barranquino que acoge a los
chibolos movidos por el alcohol y sonrientes por la rica hierba que consumen. Te
sigo esperando porque la hierba que estoy fumando no me hace sonreír tanto como
contemplar tu ligero cargando tanto que parece fácil.
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