domingo, septiembre 15, 2013

El día que no existió la suerte



Y nadie pregunta
si sufro, si lloro,
si tengo una pena que hiere muy hondo.

HECTOR LAVOE


Totalmente empastillado, echado en un sillón de mi casa, empiezo a ver El cantante con una gran actuación protagónica de Marc Anthony y JLo. Qué manera, qué aguante. Tremenda Puchis que se encontró el gran Lavoe, tremenda mujer, tremendo guaguancó que debió armar con el gran Willy Colón –cómo no hablar del gran trompetista de esa época, que metió el metal a la rumba que congas–. Porque, como decía, La Puchis, vestida de blanco, botó a todas las amigas que estaban con él en la habitación, lo paró de la cama y con un cigarrillo entre los labios lo llevó a la iglesia y lo hizo casarse con tremendo jolgorio armado. El gran señor conoció, probó y se hizo íntimo amigo de la droga, entre pinchazo y pinchazo, entre líneas de cocaína, se destruía –seguro, por eso los lentes medio oscuros–; pero la gente no sabía nada de ello –o sí–, esa fanaticada locumbeta por su rica salsa portorriqueña no lo dejaba, no lo abandonaban jamás, jamás le dieron la espalda, iban a sus conciertos y se jaraneaban de lo lindo con los temas de los más grandes: Lavoe, Colón, la espectacular Fania y compañía.

Y ahora que ando enfermo con el estómago hecho añicos, que ni un ron con CocaCola puedo saborear, solo me queda ver películas en cable, dándole de sorbos a un tesito caliente. Pienso, pueda que exista una Puchis en mi vida. Una mujer con armas tomar, que me detenga de un solo bofetazo, que me saque las putas de la habitación, que se drogue conmigo pero que no deje que me drogue y me carcoma solo, porque vamos a estar los dos siempre: Era bueno, era malo, pero siempre era hermoso, dijo La Puchis en una entrevista. Cuántos quisieran tener esa Puchis que lloraba en silencio pero era fuerte delante de tremendo hombre que le tocó o ella mismo eligió, de tremenda joya de rumba que le ponía nervioso estar limpio, con los ojos vidriosos, cantándoles a los Santos, a los querubines, porque con los Santos no se juega… Qué aguante, Señor.

Cuando estaba cansado, cuando paraba de bar en bar, cantando porque las orquestas que se presentaban lo reconocían y le hacían llamado a la tarima, cantaba lento, como medio tristón, como que si algo no encajaba en su paupérrima vida. Es en una de esas tantas salidas noctámbulas que recibe la noticia que Tito, su hijo, había muerto, que ya no lo tenía, que se había ido, pero por encima de todo, que lo había perdido por su mala cabeza, por pelear con mamá cuando él estaba jugando en casa, cuando nunca lo escuchó, cuando nunca lo abrazaba cuando todo y nada.

(Ya había recibido la devastadora noticia que el sida corría mezclado con su sangre).

Y, cantando esa canción-himno de todo devastado, de todo caído por las malas juntas, por el mal camino, se tiró del balcón de su casa. Pero no murió el desgraciado, dijo Puchis. Fue a los 46 años que muere Hector Lavoe por el maldito sida. Y, Nilda Román, La Puchis, muere en un accidente, 5 años después de una entrevista que le hicieron sobre la vida del cantante y ese género que todo el mundo hoy le agradece y baila y menea.

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