Y nadie pregunta
si sufro, si lloro,
si tengo una pena que
hiere muy hondo.
HECTOR LAVOE
Totalmente empastillado, echado en un sillón de mi casa, empiezo a
ver El cantante con una gran actuación protagónica de Marc Anthony y JLo. Qué
manera, qué aguante. Tremenda Puchis que se encontró el gran Lavoe, tremenda
mujer, tremendo guaguancó que debió armar con el gran Willy Colón –cómo no
hablar del gran trompetista de esa época, que metió el metal a la rumba que
congas–. Porque, como decía, La Puchis, vestida de blanco, botó a todas las
amigas que estaban con él en la habitación, lo paró de la cama y con un
cigarrillo entre los labios lo llevó a la iglesia y lo hizo casarse con
tremendo jolgorio armado. El gran señor conoció, probó y se hizo íntimo amigo
de la droga, entre pinchazo y pinchazo, entre líneas de cocaína, se destruía
–seguro, por eso los lentes medio oscuros–; pero la gente no sabía nada de ello
–o sí–, esa fanaticada locumbeta por su rica salsa portorriqueña no lo dejaba,
no lo abandonaban jamás, jamás le dieron la espalda, iban a sus conciertos y se
jaraneaban de lo lindo con los temas de los más grandes: Lavoe, Colón, la
espectacular Fania y compañía.
Y ahora que ando enfermo con el estómago hecho añicos, que ni un
ron con CocaCola puedo saborear, solo me queda ver películas en cable, dándole
de sorbos a un tesito caliente. Pienso, pueda que exista una Puchis en mi vida.
Una mujer con armas tomar, que me detenga de un solo bofetazo, que me saque las
putas de la habitación, que se drogue conmigo pero que no deje que me drogue y
me carcoma solo, porque vamos a estar los dos siempre: Era bueno, era malo, pero siempre
era hermoso, dijo La Puchis
en una entrevista. Cuántos quisieran tener esa Puchis que lloraba en silencio
pero era fuerte delante de tremendo hombre que le tocó o ella mismo eligió, de
tremenda joya de rumba que le ponía nervioso estar limpio, con los ojos
vidriosos, cantándoles a los Santos, a los querubines, porque con los Santos no se juega… Qué aguante, Señor.
Cuando estaba cansado, cuando paraba de bar en bar, cantando
porque las orquestas que se presentaban lo reconocían y le hacían llamado a la
tarima, cantaba lento, como medio tristón, como que si algo no encajaba en su
paupérrima vida. Es en una de esas tantas salidas noctámbulas que recibe la
noticia que Tito, su hijo, había muerto, que ya no lo tenía, que se había ido,
pero por encima de todo, que lo había perdido por su mala cabeza, por pelear
con mamá cuando él estaba jugando en casa, cuando nunca lo escuchó, cuando
nunca lo abrazaba cuando todo y nada.
(Ya había recibido la devastadora noticia que el sida corría
mezclado con su sangre).
Y, cantando esa canción-himno de todo devastado, de todo caído por
las malas juntas, por el mal camino, se tiró del balcón de su casa. Pero no murió el desgraciado, dijo Puchis. Fue a los 46 años que
muere Hector Lavoe por el maldito sida. Y, Nilda Román, La Puchis, muere en un
accidente, 5 años después de una entrevista que le hicieron sobre la vida del
cantante y ese género que todo el mundo hoy le agradece y baila y menea.
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