Pues, creo, no habrá otra
ocasión,
para decirte que no me
arrepiento,
de haberte entregado el
corazón...
Camila
El juego se terminó en
una noche calurosa de febrero. El juego, acabó entre guiños y molestias de
todas las partes. Te fuiste, apenas acabó el jugueteo, sin mirar. Tu pelo se
alocaba con el viento que entraba por la ventana abierta de par en par. Tu pelo
revoloteaba por tu cuello y parecía que quería quedarse pero tú mandabas otra
cosa, y entonces los largos cabellos negros obedecieron y siguieron su rumbo
sosteniéndose en el ventarrón fresco que se metía sin permiso a la casa, donde
estábamos reunidos, fingiendo tranquilidad.
Y fue que el juego
culminó mientras abrías la puerta con furia. Sin mirar atrás, sin retroceder un
paso, sin dudar, sin hablar. No hiciste nada. Abriste la puerta y en menos de
un segundo fugaste como el ladrón que ya tiene el motín y no le interesa más,
sólo correr derechito como caballo de carreras, con la adrenalina en la
garganta seca por los nervios. Porque así caminaste, rápido, fluido, rapidito.
No hiciste una parada. No te cansaste o no querías cansarte. No dudaste.
Te veía, impaciente. Trataba
de hablar, pero callaba si alguna palabra lograba ser susurrada por mi boca que
no podía mantener cerrada. Pensaba qué decir, y te miraba con ojos tiernos para
que no te vayas nunca, pero fue en vano. Te fuiste. Y yo contemplaba tu huida
feroz. Me dolió. Fue un puñal. Un puñete directo a la boca del estómago. Me
dejó frío. Sin habla. Sin aire. Hincado, y sin nada, porque contigo se fue todo
lo poco que podía tener. Y emprendiste el vuelo, para quizás no volver más. Sin
despedirte, abriste las alas y planeaste, cuculí. Sin hacerme adiós con la
mano. Sin mirarme. Sin, quizás, ni siquiera pensarme.
Y así, el juego culminó
con tu salida sin chistar. Y las palabras que se quedaron en mi boca con ganas
de salir. Aún están. Y no son las que te estoy escribiendo en esta llorona y
cursi carta. Y esas ganas locas de enrollar tus lacios cabellos en mi pecho
endeble para olvidar el mal momento y jugar de nuevo, también lo tengo aquí,
amarrado entre el corazón y la garganta seca, sin saliva, sin un poquitito de
amor.
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