A Ericka
Velasquez,
quien conversa
con mis demonios.
Hola, Fabri;
Te escribo para saber si hoy estarás en tu
casa. Quiero hacerte un test que es mi trabajo parcial y me quiero sacar buena
nota. Bueno, quiero que seas mi sujeto, así le decimos los psicólogos a quien
tenemos por paciente. Claro, quiero estudiarte porque tu mamá me ha dicho que
estás algo loco. Un beso. Chau.
Pasa, pasa, estás en tu casa. Siéntate.
¿Quieres algo para tomar? Ok, todo bien. Hace tiempo que no te veía. ¿Estás
cómoda? Ok, yo bien, todo tranquilo, gracias a Dios. Escribiendo estupidez y
media. Tú ya sabes. ¿Mi madrina, cómo está? Hace tiempo que no la veo. ¿Tu
hermano? Bien, qué bueno que todos estén vivitos y coleando.
Conversamos apenas se sentó en el sillón.
No nos veíamos, si mal no recuerdo, hace más de un año. Vestía short negro y un polo suelto que combinaba
con sus sandalias muy cómodas para el verano. Cargaba un morral que contenía
hojas en blanco, hojas con dibujos de niños de 5 años, muchos lápices,
borradores, tajadores. Recordamos nuestra etapa en el colegio de primaria. A
los amigos con los que nos hablamos por mails. Pero no tocamos el tema de Willy y su
enfermedad, el profesor que fue nuestro tutor en quinto y sexto, y del cual
conservo muy buenos recuerdos.
Me cuenta que está en quinto ciclo de
Psicología en la San Martin. Que se va hasta Surquillo pero que no siente el
viaje porque nunca olvida su MP3 o va leyendo los textos que le dejan. Se ha
vuelo una lectora voraz. Lee más de lo que duerme. Nos paramos del sillón y
vamos hacia la mesa de madera. Deja caer unas cuantas hojas en blanco, un
cuaderno de apuntes y su cuaderno de la universidad. Me acerca un lápiz Mongol
y una hoja. Entonces, empezamos con el test, me dice. Yo, asiento y me acomodo
en la gruesa silla.
– Vas a dibujar a un hombre de cuerpo
entero, bajo la lluvia.
– ¿Con zapatos, jean y camisa de dril?
– Como tú quieras.
– ¿Con sombrilla?
– No sé.
– ¿Con piso?
– No sé.
– ¿De día o de noche?
– ¿Qué parte de cómo tú quieras no has
entendido?
Comienzo a dibujar como mejor puedo,
recordando cuando dibujaba más o menos bien y ganaba todos los premios de arte
en la secundaria. Ella me miraba, y de rato en rato, chequeaba su cuaderno y
apuntaba no sé qué en mayúsculas. Yo, seguía dibujando. No despegaba mis ojos
de la hoja llena de la pelusita del borrador. No estaba muy seguro de mi dibujo,
y sentía que lo estaba haciendo mal. La veía, y ella jugaba con sus dedos, los
hacía sonar. Bostezaba y volvía a apuntar.
Hola, Niki;
Estoy de vago. No encuentro chamba. Me he
presentado a un par de entrevistas pero sin suerte alguna. Me dijeron que me
iban a llamar y hasta ahora estoy esperando. Quiero chamba porque paro misio y
estoy sin novia. Y eso que estar con novia es gastar. Pero en realidad te digo,
quiero tener la billetera llena y el corazón recontra vacío. Dime cuándo vienes
y soy el sujeto que necesitas. Besos.
Sacó un viejo libro de su morral. Había
separado unas páginas y leía, concentradísima. Revisaba su celular. Se
arreglaba el polo.
– ¿Cómo vas? ¿Todo bien?
– Sí, tranquilo. Recién me doy cuenta
que no sé cómo he podido ganar tantos premios dibujando.
– ¿Qué es eso? ¿Eso que está abajo?
– Su pie, pero me ha salido como un
zapato.
– No te creo. ¿Es un pie?
– Sí, pero lo dejaré como zapato.
– Ja ja ja ja ja ja ¿Ya terminaste o sigues?
– No, ya terminé.
– Seguro, ¿no?
– No sé.
Ella no paraba de reír mientras miraba mi
dibujo. Escribía en su cuaderno y revisaba los apuntes de su clase. Dejó el
celular a un lado. Cerró el libro no sin antes percatarse de dejar en la página
indicada el separador, se arregló el pelo, y me habló directamente a los ojos:
Ahora me contarás una historia. Y reposó su codo sobre la mesa de madera.
Lima, verano del 2013.