martes, mayo 07, 2013

Al borde del barranco





Creo en la Virgen de Chapi. La mamita de Arequipa, una de las principales ciudades del Perú. Creo en ella porque mis abuelos maternos, desde que tengo uso de razón, me han llevado a los rosarios y he recitado el Ave María con mucha devoción, frente a familiares y extraños fieles que acudían a la casa de la Tía Mery porque ahí estaba la virgencita de Chapi, coronada, vestida elegantemente. Creo, también, en el Señor de los Milagros. Voy a la multitudinaria procesión, todos los días de octubre que sale en andas, año tras año, cargado por un centenar de hombres bien fajados y bien al terno, que rezan con cada corto paso que dan para tambalear de un lado a otro la pesada anda de oro y metales preciosos. Me gusta el olor de la mirra, el incienso, y los cánticos donde le ruegan al Señor de Pachacamilla para que velen por ellas, por ellos y todos nosotros, que perdone nuestros pecados, que nos guié por el sendero del bien. Yo, de chibolo, también pertenecía a los cargadores.

Y ahora que estoy parado en el borde de un barranco, escribiendo, quizás, la última carta que te escriba en la vida, recuerdo a todos los santos a los que le rezo, y no atino siquiera a pronunciar el Padre Nuestro. Mis padres se han muerto. Esa gente que me profesaba su amistad, no está. Estoy solo, tan solo que sólo tengo a mis santos y mi Dios. Soy un marica, un tremendo marica. Estoy llorando como no tienes idea. Porque he perdido todo. Tampoco estás. Y creo que es una reverenda estupidez que crea en muchos, pero no crea en mí mismo.

Lima, mayo del 2013.

sábado, mayo 04, 2013

¡Izquierdistas, unios!



JDC

Diez Canseco pellizcaba la muerte con rabia y frustración. Con dolor desde una mesa de hospital porque el cáncer lo tenía postrado, como él nunca quiso acabar. Con cojones, porque defenderse ante tantos ineptos que le indicaban tal por cual. Así esperaba el final de su existencia activista y corajuda.

Tenía un caminar cojo cuando aparecía en televisión defendiendo alguna causa noble. Siempre luchó por los de abajo, por los progre que siempre los cobijaba con consejos para que nadie se burle de ellos. Fue uno de los pocos políticos decentes que se embarraba los zapatos en arenales de Villa El Salvador o algún cerro de Comas. Y hacía, y siempre fue honesto, y no robaba… porque con Diez Canseco, ese dicho popular que robe pero que haga, no iba, no le cuadraba al Doc, porque el que lo conocía tenía el mejor concepto de él, porque él sí respetaba al Perú.

Defensor de gays y lesbianas. Defensor del MHOL. Gio Infante, presidente de la institución, escribe en su cuenta de Twitter, que él entró al Partido Socialista a los 17 años y Diez Canseco lo incentivó para que entrara al MHOL. Le vio ‘acción’ al muchacho que ahora le llora a mares al cojito bueno de ojos caídos que lo defendía desde el timón del barco de la libertad de sexo en nuestro país.

Y cito lo que escribió César Hildebrandt es su semanario:

Pudiste ser rico, Javier: abogadazo, jurisperito de multinacionales. Elegiste ser modesto. Y alegre. Porque a ti la cumbia te va bien y las chelas también y el goce puro del momento, de lo más bien. Pudiste ser Robespierre pero preferiste ser un hombre fiero con la palabra y amable – por lo general – con quienes no estaban de tu lado.

Ahora, descansa en paz. Javier Diez Canseco ha levantado su voz en señal de protesta, pero no le ha alcanzado. Se ha ido para esperarnos, para seguir dándonos cátedra de un poco de política decente, de esa actividad que humildemente, Javier, ejecutaba sin aspavientos, sin chiches, sin estar bien a la facha, ni a los lentes, ni a los chalecos gorilones.

Un izquierdista que sí parecía izquierdista, pero no radical. Un izquierdista que sabía escuchar al pueblo y a los opositores con los que sabía fajarse, sin miedo, sin burlas. Un ziquierdista que sabía escuchar, atentamente, a los derechistas que lo querían embarrar. Ahora la derecha, el fujimorismo, Aldo Mariátegui y todos quienes lo lapidaron, quizás, la tengan fácil. Lo más seguro es que lo extrañen. Lo más seguro es que él estará viendo todos los menjunjes que harán, a partir de esta noche triste y fría, contentos, debajo de la mesa, porque ya no habrá quien levante la voz y diga esto está mal, esto no se hace, esto es robar, esto no es política.

Descanse en paz.

Lima, sábado 04 de mayo de 2013.

miércoles, mayo 01, 2013

¿Chamba por aquí?

Mi viejo ha dejado de ser un trabajador hace un par de semanas. Yo, su único hijo, tampoco soy trabajador. Y no es que no quiera trabajar, sino que he cometido errores que ahora los estoy pagando. O eso es lo que últimamente he comenzado a creer, golpeándome el pecho.

La edad de mi viejo está pellizcando los cincuenta, pero luce como un abuelito de ochentitodos recontra chupado por una maldita hernia que le carcome hasta el alma. Y fue por esa razón –médica– que no puede (o no quiere) trabajar. Porque le fastidia, porque le jode, porque se marea cuando está sentado en la oficina, porque no puede caminar ni una sola cuadra sin renguear, porque no puede estar parado más de diez minutos porque siente que desfallece y la pierna se le desgarra. Y en la casa, tampoco es un trabajador. Es un abuelito que no sabe hacer nada. No cocina, no plancha, no lava. Duerme todo el día y traga más de lo puede (y sabe) argumentar en algún tema de coyuntura nacional. Pero no es un cerdo, al contrario, es que toda la comida que pueda llevarse a la boca, se lo quita la hambrienta hernia que estira la mano y abre el hocico para recibir el único bocado del día.

Yo, a veces, escribo y envío crónicas y cuentos al extranjero y cobro un dinero que me ayuda para comer y comprarme chucherías. Y es que he dejado de ir a las tiendas por departamento para comprarme un jean o un par de zapatos. He dejado de ir a los Centros Comerciales para almorzar con la novia de turno. He dejado de ir a UVK de Miraflores, solo, para disfrutar la película en estreno. He dejado,  hace un año y tres meses, de hacer las cosas que me gustaban, porque el dinero que gano escribiendo no es gran cosa, y no me alcanza para esos (tengo que decirlo, lamentablemente) tremendos gustos. A veces, una vez a las quinientas, salgo a un cine misio o me compro unas zapatillas en liquidación.

Sería utópico pensar que siendo escritor voy a mantener a mi padre desempleado y bueno para nada. Decirle un día: Ya no trabajes, viejo, yo pago todos los servicios de tu departamento con lo que gane publicando columnitas de mierda. No te preocupes, carajo. Ya no chambees más. No, pues, sería loco. Muchos dicen que escribiendo huevadita y media no se puede vivir, y menos en el Perú. Pues ese pensamiento es cierto. Pero es lo que hay, y para eso sirvo. Pero no me puedo quedar sentado, pensando que sólo soy bueno para escribir y escribir y escribir, y publicar de vez en cuando. Ahora me toca salir a la calle y pararme bien enternado y bien peinado y bañado en perfume juvenil para la respectiva entrevista. Es así. Ahora le toca al único hijo. Es la vida. Es la dura e injusta vida.

Día del trabajador. Primero de mayo, 2013.