lunes, febrero 14, 2011

HORMIGUEO CABRON

Llegué de estudiar muy cansado (en realidad no sé de qué me canso si no hago mucho). Entré a mi cuarto, me quité el polo por el sofocante calor que sentía y tiré la mochila en algún rincón cerca a la cama. Prendí el televisor y puse el canal 2, Amor amor amor; quería ver, conocer y saber cómo no se hace comunicación audiovisual, claro, si tienes un poco de principios pero si quieres rating, el mejor ejemplo de todos. Me divertía mucho viendo las estupideces que hacían allí y me eché a pensar que estoy estudiando comunicaciones y ¿para hacer esto?, me quedé un momento pensando en qué podía hacer para que esto cambiara, para que de una buena vez la televisión peruana cambiara su rumbo pero… Y así pasó una hora, complementada de carcajadas por la caderona y los gemelos en acción, amariconados, mofados y figuras del programa.


Era hora de almorzar. Lunes, sinónimo de menestras, raras veces mi abuelita cambia de decisión y cocina otra comida que no sea lentejas, pallares o frijoles. Esta vez fueron las lentejas las protagonistas. Era la una y treinta minutos y mi estómago ya no podía más y las lentejas pagaron pato. Pero estas no podían estar solitas con arroz solamente, abrí la refri y eché el quetchup y otro salsa que no sé cómo se llamaba pero que tenía limón y otras especias raras pero ricas. Entonces fue un rico plato de lentejas y un vasito de chichita heladita lo que acompañaron las cagadas de risa por toñizonte y todos los maricones de ese programilla que me alegran el solitario pero ilusionado día de San Valentín.


Y pasaron cuarenta y cinco minutos, o más o menos y las lentejitas ya no entraban pero estaban ricas. No pude terminar y puse el plato a mi costado en la cama y me recosté en la almohada que amo porque gracias a ella, cuando veo televisión, no me duele nada como antes me pasaba y mi cuello sufría.


Me quedé dormido. La siesta se alargó tres horas. Despertaba cada media hora a ver el reloj y como veía que era temprano y tenía mucho sueño, pues “un ratito más, un ratito más” y me echaba de nuevo al costado del plato con lentejas y el televisor prendido dando una telenovela mejicana, llorona, asquerosa pero infaltable. Mi tío entró al cuarto no sé a qué hora y apagó el televisor, sólo moví la cabeza para verlo y decirle gracias pero no alcancé, hasta me había cerrado la puerta, le di gracias en mi mente. Cinco de la tarde y una llamada me esperaba. Mi tío, mi despertador, volvió a entrar a mi cuarto para avisarme que mi papá estaba por el teléfono. Contesté, no sé qué me decía, no sé qué le respondía y de pronto, como dopado, empecé a decirle “chau papá, chau papá, chaaauuu papá” hasta que entendió que me cagaba de sueño y sólo atinó a agregar, “ya entiendo, tienes sueño y te desperté. Chau hijo, te quiero”. Tristemente colgué el teléfono pero feliz corrí a mi cuarto para volver a echarme y dormir los quince minutos que me quedaban libres, tranquilos. Entré al cuarto raudamente, zigzagueando los cuadernos, polos sucios y unas cuantas botellas con poco alcohol que aún quedan de año nuevo, hasta que llegué a mi cama. Y al recostarme nuevamente en esa rica almohada, volteé a ver el plato con lentejitas y un conjunto de hormigas estaban allí, tragándose mis sobras, llevando de poquito en poquito a los suyos y jodiéndome el sueño que, desde ese momento, se había transformado en una asquerosidad total, un asombroso instante, un espantoso hormigueo que nunca cesaba y que se extendió por todo mi cuerpo; y yo, amariconado por cualquier hormiguita que se acercase y que veía en todo (hasta en mí mismo), levanté el plato de la cama y empecé a caminar de puntitas y a pasos largos, como saltando, llevando el plato con lentejas, arroz y hormigas a la cocina. Dejé que el chorro de agua inundará el plato con comida, mi mamá me decía que por esa gracia se iba a obstruir la tubería pero no me importaba eso ni nada que me dijera en ese momento, sólo quería ver, con un poco de pena, que murieran todas esas cochinaditas que me cagaron el sueño, el catorce de febrero y la admiración que les tenía.


Ahora sigo con ese maldito hormigueo y escribo mirando siempre a mi cama porque pienso que debajo de ella vive una hormiga enorme, con ojos saltones y botando baba y que cuando esté durmiendo plácidamente tratando de olvidar la tarde, saldrá y me vomitará el plato de lentejas que dejé y no terminé de comer. Creo que los mariconcitos del canal 2, mientas yo dormía alegre, entraron a mi cuarto y pusieron en el plato todas esas hormigas, no sé, ¡mierda! una hormiga más.


Qué miedo. Qué veo por la puerta. Creo que no podré dormir hoy.


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