miércoles, marzo 16, 2011

EUGENIA




UNO
Hubo momentos en mi casa en que mi abuelita no podía con nosotros. Mi mamá estaba en España trabajando y nosotros nos habíamos quedado bajo las órdenes de mi abuelita y de mi tío. Era la primera vez que mi mamá se iba a otro país y nos dejaba sin su presencia recta, frívola, loca.
Mi abuelita siempre salía y quería seguir teniendo sus libertades, como ir a pasear con sus amigas, respirar aire fresco, tranquila; pero como tenía que estar con nosotros no podía salir, entonces se quedaba amargada en la casa cuidando más que nada de mi hermano que tenía tres o cuatro y de mi hermana que estaba en tercero de primaria. Yo me sentía un poco más libre, gracias a mi tío César. Yo sentía algo raro dentro de mí, un resentimiento de no tenerla cerca, de extrañarla siempre, me volví algo duro, muchos me decían (hasta hoy siguen diciéndome) ingrato, inhumano, malo, que no tenía cariño por nadie; pero qué podía hacer, me había vuelto un mal hijo que ni “hola” le decía a su mamá por el skype, nada de nada, y gracias mamá.
Con ella siempre hablaba mi tío, él era “mi mamá” acá en Lima. Y acordaron un día que mi abuelita no podía más, que necesitaba alguien que le ayude con la limpieza y todo eso que se hace en la casa, dos manos más y una actitud tremenda para que la casa se mantenga “en pie”, limpia, reluciente, como mi mamá la había dejado. (Porque aunque tenga mil defectos, una cualidad positiva que rescato de ella es que es una aspiradora humana, es una adicta a la limpieza –como mi tata, mamá de mi papá- se levanta muy temprano para barrer todo si no, no está contenta, después más tranquila regresa a seguir durmiendo).
Entonces acordaron los tres que una señora que mi mamá conocía vendría a ayudarla a mi abuelita, una señora bonachona, noble, atenta, con un ángel que la hacía más maravillosa todavía y que hizo que nunca me pueda olvidar de ella. Donde estés, va para ti.
DOS           
Su nombre es Eugenia, nunca supimos su apellido. El primer día que la vi me sentí raro, sentía que ella era una persona que trabajaba para nosotros, lo era, pero lo notaba raro porque nunca nos habíamos dado esos placeres, que alguien venga a limpiar y nosotros bien sentadotes. Recuerdo que Euge (así la llamaba mi abuelita quien muy rápido se encariñó mucho con ella) venía todos los días en la mañana, primero, después, venía los lunes, miércoles y viernes y más tarde (hablamos de dos años más o menos), sólo dos días a la semana, los martes y jueves y ella, siempre cumpliendo su labor, nunca dijo nada, pero mi abuelita, apenada, en sus tiempos libres, le explicaba los motivos del recorte de  horario.
Cuando venía todos los días, mi hermana y yo estábamos en el mismo colegio, y al salida siempre íbamos raudos a la casa y al llegar, no sé si mi hermana también, pero yo, contemplaba la casa radiante, tiza, oliendo rico y me iba a mi cuarto contento, tiraba la mochila por ahí ya que el piso estaba barrido y lustrado (cosa que nunca había hecho yo, lustrarlo) y con el olor a lavanda o a floral y me echaba en la cama a dormir, feliz y amando a Eugenia.
Ahora, también, después de dos años o poco menos, recuerdo cuando un día regresé de estudiar (ya no estaba en el mismo colegio con mi hermana, había regresado a la escuela donde comencé la secundaria y que al escribir esta crónica extraño tanto), no sé por qué, pero pasé mi mano por el piso debajo de la mesa de noche y sentí toda la tierra que estaba acumulada ahí, muchas pelusas vi pegadas a mi palma y eso me llenó de cólera y no se lo perdoné a la pobre pero gran persona que era (y seguro sigue siendo) aquella señora que mantenía mi casa bien. Ahí mismo salí de mi cuarto y me dirigí hacia la habitación de mi abuelita a “acusar” a Eugenia señalándole mi mano que mi cuarto estaba sucio y que no había limpiado nada y que estaba muy amargo y rabioso y colérico, mi modo de hablar y mis gestos me ayudaban mucho para que mi abuela me creyera y que me creyó; al día siguiente, cuando yo estaba en el colegio, habló con Euge y le dijo que porqué no había limpiado mi cuarto, ella le respondió que sí lo había limpiado pero como le había pasado el trapo húmedo la tierrita se había quedado en los rincones y eso era lo que yo había sentido al pasar mi mano. Me avergoncé cuando mi nona (así le digo yo a mi abuelita, en idioma italiano y por costumbre familiar) me reprodujo lo que le había dicho Eugenia esa mañana (ella me contó la conversación que tuvo con Euge cuando volví de la escuela). Me sentí mal, cagado, poco hombre, inhumano. Al día siguiente cuando volvió Euge no tuve cara para ir a abrirle la puerta. Ella sabía que yo le había ido con el chisme a mi nona. Ella sabía que era malo pero conociéndola, seguro ella no le tomo importancia y le dijo a mi abue “pero nonita, los chicos son así, espontáneos, no hay ningún problema.” Ella es una gran mujer y gracias a ella entendí que las personas no valen por lo que tienen puesto ni por lo que llevan en los bolsillos, sino por lo que tienen dentro, por su corazón, por sus buenos sentimientos.
TRES
En esta crónica quise recordar a Euge, noble, bonachona, de un acento bien marcado de las entrañas peruanas y de unos ojos hermosos, saltones. Era gordita y aunque subía y bajaba escaleras como ninguna y barría y se agachaba para limpiar debajo de las camas de mis hermanos, y etcétera, y etcétera, nunca dejó de ser una gordita linda y que hoy extraño, extraño su presencia activa que ponía eléctrico a cualquiera, extraño sus pelos desenfadados que jugaban con sus ojos a no dejarla ver lo que estaba limpiando y ella gritar: “pelitos del demonio, quédense tranquilitos ahí” mientras se sujetaba los cabellos con un moño casi por la nuca.
He decidido escribir algo más extenso sobre aquella señora que aunque poco tiempo duró en mi casa (casi año y medio más o menos, creo) todos aquí le agarramos mucho cariño porque aparte que dejaba la casa en pie, nos dejó una actitud tremenda para hacer bien la cosas, meterle “punche”  a todo, amor, simpatía y siempre hacer las cosas de buena fe. Donde quiera que esté, siempre la recordaré porque gracias a ella, cuando estoy limpiando mi cuarto, barriéndolo, la veo a ella ahí diciéndome, tal vez, no sé: “recuerda Fabri, que si le pasas el trapo debajo de tu mesita de noche, las pelusas quedarán ahí como tierrita acumulada” y empiezo a reírme solo y a mirar por la ventana el lindo cielo de hoy.

1 comentario:

Sofia dijo...

me gusto... muy bonito