A Joel Muñoz.
La mañana me despierta frío, pendejo. Los espasmos
de la noche anterior aún están conmigo. La botella con ron amanece sin una gota
de ron, la gata juega con ella rodándola por el piso, correteándola, me jode el
sueño y abro los ojos. Me levanto de la cama para que las sábanas no se peguen
a mi cuerpo todavía inconsciente. Voy en busca de un vaso con agua. Son las
nueve y algo, no percibo los minutos, a la justa me di cuenta que eran las
nueve, no abro bien los ojos, el sueño me quiere ganar, me lavo la cara, es un
buen primer paso para comenzar el día.
Llamo a Souk, le digo que ya estoy listo para
salir, él agrega que en veinte minutos estará en la CT, que lo espere, que no
demorará. Tomo un café a la volada y
salgo a la casa de Paul. Cruzo la pista lento y un auto rojo, moderno, eclipsa
mi vista, sólo capto el ruido de su pasar, acelero el paso y me despierto
totalmente.
Nos vamos a Villa María, me dice Souk, cuando
llega a la CT acompañado de su maleta llena de latas de pintura. Su caminar, su
rostro, reflejan la mala noche: me quedé pintando hasta las cuatro, agrega,
sonriendo, con sueño. Lo miro, también sonrío, vamos a hacer arte, le digo y
subimos a la combi donde dormiríamos hasta llegar.
La mañana se pone dura con nosotros. Llegamos a la
30, muy cerca al Pesquero y un frío de los mil demonios nos envuelve, nos hace
uno, nos caga, y nos caga tanto que en pocos minutos de haber llegado he tenido
que ir corriendo a comprarme un cigarrillo para sentir un poco de fuego entre
mis dedos y fumar como loco (loca), tratando de evitar (fracasando) el puto
invierno. Un cigarro más se enciende, un grito se escucha a lo lejos, el
patrullero que pasa y nos ve como si fuéramos pirañitas, gentes corren como si
un maremoto de acercara, silbatazos, mototaxis discotequeras que pasan por
nuestro delante y nos quieren atemorizar gritando qué chucha pintas, huevón de mierda, pero ni los miramos, no
queremos problemas. No pasa nada, jefe.
Cállate, carajo: un chorizo cae en la esquina de la calle donde nosotros
estamos, el policía lo tiene boca abajo, tirado en el piso, con las manos atrás
y esposadas, me doy cuenta que es chibolo, que no pasa los dieciocho, me mira,
yo volteo no para evitar su mirar sino para evitar la puta cólera de que los
tombos les pegan, los meten al calabozo uno o dos días y después de nuevo
afuera, me volteo para evitar la frustración de no poder hacer nada (contra los
pirañitas y la violencia de los policías), de ver lo mismo de siempre. Souk
pinta y yo sigo escribiendo. La mañana se nos ha ido: saco el celular, veo una
llamada perdida pero no me interesa, son las dos en punto, prendo el siguiente
cigarro.
El muro es grande, igual que la creatividad del
artista. Las líneas van naciendo poco a poco, mientras Paul y yo contemplamos
el arte puro. El artista tiene las manos pintadas de todos los colores. La
pintura le llega hasta la chompa que viste y da vida al pantalón negro que
lleva. El artista, de rato en rato, contempla su trabajo, se queda minutos
viéndolo, buscándole fallas, corrigiendo errores, luego vuelve, caminando
rápido, al muro, y con la lata en la mano derecha se encierra nuevamente en su
mundo creando más líneas, jugando con los colores, regalando amor, vida, dinamismo,
juegos. El artista hace todo para que su trabajo sea el mejor y aunque no es
remunerado, él normal, él está tranquilo, pintar
me hace bien, si no gano plata, no importa, esto es algo que me relaja, para mí
esto no es una chamba, me dice, contento, viendo como la pared sucia ya no
está más, porque fue convertida en un muro lleno de arte, lleno de líneas que
expresan el sentir de una persona que quiere verse diferente, que hace lo que
le apasiona, que vive pisando tierra, que llena de felicidad una pared desolada
y meada por cuanto borracho pase, cuando una mañana despierta fría y muchos
chiquillos se esconden en sus sábanas evitando el mundo cruel, cagón, de Lima.
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