domingo, agosto 28, 2011

LOS GRITOS DE MI MAMI



1

Son las cinco y media de la mañana (madrugada para mí). Giannina toca la puerta de mi cuarto y como no encuentra respuesta, entra, agresiva. Me ve echado, durmiendo, tranquilo, cansado de una noche ajetreada, activa. Es osada al despertarme, “levántate, chiquito del demonio, levántate, carajo”, me dice. Yo no abro los ojos, “si me levanto, haré las cosas mal, ¿tú quieres que haga las cosas mal, querida madre?”, digo. Después de unos segundos escucho sus pasos yéndose. La puerta se cierra. Abro los ojos. Hago un esfuerzo para pararme. Pongo el seguro. Me vuelvo a echar a la cama. Y soy, nuevamente, feliz.

2

Es la una de la tarde. Estoy en el instituto. Presto atención a las clases como nunca. De pronto mi celular empieza a vibrar. Toda mi pierna empieza a vibrar y me asusto. Saco el celular del bolsillo derecho de mi pantalón. Me doy cuenta que es el Nextel y no el Movistar, y yo muy raro que use el Nextel porque más me llaman al Movistar. Miro el número y no es de alguien conocido. No respondo y guardo el móvil. Después de dos minutos vuelve a joder el aparato pero ahora empieza a sonar, fuerte, un sonido chillón, espantoso. Es una alerta la que me han mandado. Todo el salón  se da cuenta que me están alertando y yo no sé dónde esconderme y dónde tirar la máquina, el profesor me achora con su mirada directa, cagona. Saco el Nextel y veo que en la pantallita dice: Vieja, tu terror! (así guardé su número en mi directorio). No esperé ni un segundo más y abrí conexión: “¿Qué pasó, mamá?, pregunté, con voz baja, “Fabrizzio, no te vayas a olvidar que tienes que llegar temprano a la casa porque tienes que almorzar a tu hora, después tienes que limpiar el baño, la terraza y la fachada. No te olvides, carajo. Estudia y anda temprano.” No me dijo chau, sólo cerró la conexión. Me cagó. Me gritó. Y todo el salón escuchó a mi mamá gritándome por el Nextel. El profesor mandó al break quince minutos antes de que toque el timbre. Al salir me llamó un momento: “¿Podemos hablar, Velaochaga?”, me dijo, casi al oído. No hubo clases después del break, el profesor y yo nos fuimos a una cafetería miraflorina y hablamos de cómo su mamá lo trataba a mi edad. Hubo lágrimas más que risas.

3

Son las siete de la noche. A mi mamá le fue mal en su trabajo, lo sé por la voz con la que me habla. Me grita. Me manda. Me carajea. Si hago algo bien, busca la sinrazón y me grita también. Hago la cena, cocino rico, en la mesa nadie habla, nadie, no miro a mi mamá, ella no me mira a mí tampoco, mis hermanos, mudos. Terminando la cena me levanto primero y llevo todo a la cocina para empezar a lavar. Lavo todo, dejo todo tiza, reluciente. Me dan ganas de dormir, estoy muy cansado. En mi cuarto estoy escribiendo algo y de pronto mi mamá entra, intempestivamente: “Fabrizzio, carajo, anda a dormir de una vez que mañana tienes clases”. Otra vez no dijo chau. Otra vez me gritó. Creo que si en un día, en un incierto día, mi mamá no me grita, al caer la noche, como a las siete u ocho, yo tendré que ir a su cuarto a gritarle: “carajo, mamá, qué te pasó hoy, ni un puto grito” e irme sin el chau correspondiente.

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