miércoles, marzo 07, 2012

EL PRIMER DÍA


A Xavi y la gordita.

La mayoría, entusiasmados, despiertan con el canto del gallo y de un solo brinco ya están en firmes modelando una sonrisa Colgate. Convierten su rostro aburrido a causa de la monotonía vacacional en un sinfín de caras invadidas por la emoción. Desbaratan la casa, ladran con el perro, despiertan a los padres que frustrados por el sueño que no pueden lograr, se unen a la algarabía que causa el primer día escolar. Y los progenitores cansados y ojerosos, y el canino chato con hocico salido no se excluyen del jolgorio a las seis con diez de un día donde al sol se le nota cagón.
La camisa blanquísima, el pantalón entallado y los zapatos bien lustrados la noche anterior, son contemplados por el púber que se empieza a desesperar. Las piezas reposan en la silla del escritorio que en los meses veraniegos sólo recibía la ropa limpia que se lavaba semanalmente y los cuadernos Loro donde se pintarrajeaba y gastaba lo que quedaba de los colores del pasado año. Y la mochila anaranjada Adidas que su madre le ha traído desde Europa, espera,  equipada con el clásico block de hojas aromadas y el lápiz Mongol recién tajado, el momento para descansar en la espalda del joven cuando salga de la casa en dirección al colegio que bien pintado de azul con vivos amarillos, dará la bienvenida a los muchachos que ya son caseritos y a los que llegarán por vez primera. 
Un minuto de quietud es raro para el joven que se viste dentro de sus cuatro paredes llenas de pósters de cantantes de reggae actrices gringas. Los rayos solares entran por la ventana abierta de la habitación. Se ilumina hasta el clóset cerrado. Una bandada chillona alborota el sosiego del muchacho, y se confunde entre las torres de alta tensión y los árboles que ponen el toque verdoso a esos cerros alejados que se pierden en el mirar. Acelera la marcha.
El desayuno es light, por la emoción. El joven conversa con sus padres que añoran la vida colegial: el recreo y los amigos que el destino les puso, y que ya no están. Risas moderadas pausan el parloteo familiar, volviéndose parte de él; culmina la reunión con el clásico que te vaya bien, cholo, acompañado  del religioso beso en la frente llena del acné pendenciero que caracteriza a esta etapa.
Y al cruzar el umbral de la puerta, el muchacho voltea y agita la mano, con la misma sonrisa Colgate de las seis con diez; mientras sus padres observan felices sus pasos raudos que lo conducen al paraje que para muchos (me incluyo) es el fiel testigo de los momentos más gratos de nuestras pobres y tristes vidas.

3 comentarios:

Karen Cano dijo...

Me encanta como escribes n.n

Fabrizzio Velaochaga dijo...

Y a mi me encanta que comentes mis crónica sonámbulas.
Sigue ahí, Karen.
Gracias por el apoyo!

Fabrizzio Velaochaga dijo...

o hermano q lindo