He visto nacer el día.
Esperaba en plena
calle, para ver cómo el cielo se aclaraba, de poco en poco, hasta hacerse
totalmente celeste. Y con mis manos en los bolsillos, enchompado, enchalinado y
tiritando, reposando mi espalda en el viejo árbol que da la bienvenida a mi
casa, escuchaba clarito cuando los gallos comenzaban con la melodía-despertador
que hace bostezar a más de uno.
Salían las primeras
personas, elegantísimas, a la misa del domingo. Otras, las deportistas, le sacaban
la vuelta al frío con shorts
cortísimos y politos de tiras más que delgados, se tapaban las orejas con el iPod que hace ameno el trote,
mayormente, juvenil. Me miraban al pasar. Me miraban raro, como si fuera un
indigente o un marciano o un drogadicto que no sabe qué hacer, qué decir.
Algunos salían a pasear a sus perros chuscos con correas muy bonitas. Los
hacían cagar en el pasto de sus casas. Les hablaban como si fueran el amigo
borracho de turno y se contentaban tan sólo con una movida de cola.
Mientras jóvenes y
señores pasaban raudos, saludaba a quien conocía rogando que no me pregunten
qué hacía parado como un completo huevón mirando a la ventana de mi casa. La
chalina me tapaba la boca y me envolví en la chompa que vestía. Contemplé el
pasar del panadero. Cruzó rápido la cuadra, sin tocar una vez su chillona
bocina. Ni me miró, ni de reojo. Antes, le compraba pan calientito,
religiosamente, a las 8 am, nos quedábamos hablando un rato y seguía su rumbo.
Ahora, ni chis. Aunque sea, me he enchanchado con el olor del pan recién salido
del horno de la panadería que está a unos pasos. He llenado mi hambre feroz con
el olor del pan yema que es un manjar cuando se combina con el café pasado que
prepara mi vieja.
Son las ocho de la mañana del domingo de
pascuas y quiero seguir como un ente, recostado en el árbol, haciendo de todo
para que los ojos no se me cierren. No necesito más. Sólo tus besos ausentes y
tus caricias frías. Exacto, tu vago recuerdo que no se me escapa ni un segundo
de mi cabecita. Este recuerdo que juega con las hojas del árbol, y con la brisa
que se disipa poco a poco, para que la gente salga de sus casas y empiecen con
el quehacer matutino.
No pienso dormir. Quiero quedarme
esperando tu ansiada vuelta, y hasta que no pegues el regreso, no sigo la
marcha. Y me quedo cagándome de frío y viendo a las gentes que pasan cual
procesión con sus ramos en las manos, bien a la tela y bien al perfume y al
gel, tarareando esas cancioncitas cristianas que me van samaqueando el bobo
como quien no quiere la cosa.