domingo, marzo 31, 2013

TU RECUERDO EN MIS PASCUAS

He visto nacer el día.

Esperaba en plena calle, para ver cómo el cielo se aclaraba, de poco en poco, hasta hacerse totalmente celeste. Y con mis manos en los bolsillos, enchompado, enchalinado y tiritando, reposando mi espalda en el viejo árbol que da la bienvenida a mi casa, escuchaba clarito cuando los gallos comenzaban con la melodía-despertador que hace bostezar a más de uno.

Salían las primeras personas, elegantísimas, a la misa del domingo. Otras, las deportistas, le sacaban la vuelta al frío con shorts cortísimos y politos de tiras más que delgados, se tapaban las orejas con el iPod que hace ameno el trote, mayormente, juvenil. Me miraban al pasar. Me miraban raro, como si fuera un indigente o un marciano o un drogadicto que no sabe qué hacer, qué decir. Algunos salían a pasear a sus perros chuscos con correas muy bonitas. Los hacían cagar en el pasto de sus casas. Les hablaban como si fueran el amigo borracho de turno y se contentaban tan sólo con una movida de cola.

Mientras jóvenes y señores pasaban raudos, saludaba a quien conocía rogando que no me pregunten qué hacía parado como un completo huevón mirando a la ventana de mi casa. La chalina me tapaba la boca y me envolví en la chompa que vestía. Contemplé el pasar del panadero. Cruzó rápido la cuadra, sin tocar una vez su chillona bocina. Ni me miró, ni de reojo. Antes, le compraba pan calientito, religiosamente, a las 8 am, nos quedábamos hablando un rato y seguía su rumbo. Ahora, ni chis. Aunque sea, me he enchanchado con el olor del pan recién salido del horno de la panadería que está a unos pasos. He llenado mi hambre feroz con el olor del pan yema que es un manjar cuando se combina con el café pasado que prepara mi vieja.

Son las ocho de la mañana del domingo de pascuas y quiero seguir como un ente, recostado en el árbol, haciendo de todo para que los ojos no se me cierren. No necesito más. Sólo tus besos ausentes y tus caricias frías. Exacto, tu vago recuerdo que no se me escapa ni un segundo de mi cabecita. Este recuerdo que juega con las hojas del árbol, y con la brisa que se disipa poco a poco, para que la gente salga de sus casas y empiecen con el quehacer matutino.

No pienso dormir. Quiero quedarme esperando tu ansiada vuelta, y hasta que no pegues el regreso, no sigo la marcha. Y me quedo cagándome de frío y viendo a las gentes que pasan cual procesión con sus ramos en las manos, bien a la tela y bien al perfume y al gel, tarareando esas cancioncitas cristianas que me van samaqueando el bobo como quien no quiere la cosa.

domingo, marzo 24, 2013

CUANDO JUEGA PERÚ

1.

No tenía planes dónde ver el partido. Un Perú-Chile que lo esperaba mordiendo los dientes y furia contenida. Con sabor a venganza deportiva por lo que pasó en Santiago. Un partido que quería verlo parado, porque parado se ven los partidos que quieres jugarlos. Estaba nervioso, impaciente. Pensé que una copita de pisco puro, acholado, me calmaría.

2.

Nadie me llamaba. Se acercaban las 8 de la noche y nadie me invitaba a ningún lado. Pensé en ver el partido solo. Hago mi ceremonia y lo veo solo, solísimo. Pero es Perú, no es Alianza. Y yo, solísimo, veo los partidos de Alianza Lima. Aunque cuando Perú, juega Alianza. Y cuando Alianza está bien, Perú está bien. Sí, son excusas. La cuestión, acá, es que no quería ver solo el partido.

3.

Me llamó un buen amigo. ¿Dónde estás?, le pregunté al instante. En San Isidro para ver el partido con mi papá, respondió. Asentí y empezamos a hablar de otra cosa. Colgué. Uno menos.

4.

Se acercaba la hora del partido y nadie tenía la intención de verlo conmigo. Me voy al Casino Fiesta solo, pensé. Y como un hongo, parado, gritar solo, chupar  solo, malhumorarme solo si los jugadores no ponían los huevos que tenían que poner. Y con tanta gente que estará apachurrada de su novio de turno. O los amigos, y las amigas que no se encontraban desde el fin pasado. Todo, solo. Como un hongo, ¿no?

5.

Diez minutos antes de las nueve de la noche. Por la televisión se veía el Nacional repleto,  las gentes pintando con el colorido de sus polos la totalidad del estadio. Los largos globos que se suspendían en el aire y esperaban la salida de los equipos a la cancha. El hambre por meter gol en el arco donde se pare el portero chileno. Nueve de la noche. Una llamada tras otra. Me sentí raro al responder, a todas, que el partido lo veía solo porque Perú es Alianza, y cuando Alianza está bien el Perú está bien, y cuando Alianza juega… Lo que no entiendo es por qué cuando explicaba mis razones todos me insultaron, me mandaron a la mierda y me colgaron recordándome a mi madre.


¡Arriba Perú!

martes, marzo 19, 2013

LA PRIMERA VEZ, ALGUNAS VECES, NO DUELE ó (Marco Tulio, ¿qué estás haciendo?)

Con gesto compungido, fui a votar solo.

Había tomado la noche anterior. Había tomado ron, güisqui y tres chelitas al polo para terminar el festejo del cumpleaños de un amigo del barrio. Tomé y tomé, y en algún momento que no recuerdo, pregunté a la multitud: pero qué, ¿acaso hoy no es Ley Seca? Se rieron de mí. No sé si por mi borrachera o por tremenda conchudez de hablar de leyes si estábamos chupando como condenados. También sonreí. Lo único que me quedaba. Y me serví un poco más de ron con Coca-Cola y prendí el quinto cigarro que fumaba en toda la noche.

Y así desperté, con la boca pastosa oliendo a ron y a chelas, y mi polo y mi pelo trinchudo, oliendo a cigarro no tan barato. Olvidé completamente que ya había llegado aquel domingo que esperaba tanto. Iba a sufragar por primera vez, me iba a sentar solísimo en una cámara y encerrado, pensando bien y marcando tranquilo, iba a decidir, seguramente, el futuro de Lima, el de Susanita Villarán, y quizás el de tanta gente que no sabe qué hacer y dónde está parada. Participaría en una Revocatoria, que después de hablar con tanta gente metida en esto, entendí que era pura pantalla, que había alguien detrás, que alguien -muchas personas, mejor dicho- querían beneficiarse y que por eso, se estaban rajando las vestiduras que muy limpias no las llevan. Una Revocatoria, con pinta de venganza y puntitos amarillos de corrupción, por aquí y por allá, por donde se le vea o se le quiera mirar. Un proceso promovido por un inepto Marco Tulio que ahora dice que no ha perdido porque nunca compitió (perdóneme, todos, pero ¿esa no es una típica frase del perdedor dolido con el corazón roto en su propia ley? No, cómo pensar eso, ay, carambolas, qué tonto soy, tontos todos, pues…).

Me lavé la cara con agua muy fría. Eran como las doce y la gente ya se alborotaba en las calles para llegar rápido a donde tenían que sufragar. Veía, por el noticiero, que los buses pasaban repletos, que los choferes, aparte de renegar, ya estaban cansados de hacer sonar su chicharra tantas veces seguidas, y que los cobradores, que mayormente eran jóvenes de 15 o 16, ya no llamaban gente porque la voz se les iba en gritarle al auto de adelante para que le dé un chance para entrar y seguir la marcha. Pero nadie cedía. Las bocinas reventaban las orejas de los pobres transeúntes que a paso ligero querían llegar, y votar. Y los autos no se chocaban de milagro. Tremendo caos en las calles, todo captado por el lente de la cámara del gran joven reportero que le ha tocado -infelizmente para él pero qué gratificante- cubrir este pandemonio.

Salí a la calle caminando lento, caminando solo, caminando ebrio. Llevaba el DNI en la mano. Unos lentes negros cubrían la violación de la ley en mis ojos (en mi sangre, tal cual). Sorteaba a los que pasaban como camiones en plena estrecha vereda. Ni los veía. Ni me veían. Era una marcha de los que iban y los que venían. Los compungidos, los que insultaban, los alegrones, los que iban en bicicleta, los que esperaban, los que iban con sus amigos, con la enamoradita de turno, los malcriados, los que vociferaban su voto por todo el camino, los que te preguntaban por quién ibas a votar, los que no querían decir nada, los que hablaban del tono de ayer, los criticones, los pacíficos, los aburridos, lo que tenían a la señora madre del gran Marco Tulio en la punta de lengua. Estuvieron todos los que quisieron estar. Algunos, por noticias posteriores, no estuvieron porque se les pegó las sábanas y la irresponsabilidad tocó su puerta de habitación. Otros, prefirieron hacer caso omiso, pagar sus 74 soles de multa y cagarse de la risa de los que sí cumplimos un deber cívico, una fiesta popular, un jolgorio de insultos a los promotores de esta tonta revocatoria, y que ahora se esconden pero dicen no haber perdido, que no compitieron, cuando en el primer mes ya habían comprado el Kid de Revocatoria, porque jamás esperaron, porque en política se conoce la real venganza y el real puñal hecho hombres y mujeres con voz fuerte y labia impresionante.

Y pues, entré al colegio Saco Oliveros tras esperar como treinta minutos en una cola que no avanzaba pero sí retrocedía. Busqué mi mesa, subí tres pisos, esperé, esperé, esperé, como una hora más y seguí esperando… entré, me demoré un minuto y medio en votar y firmé, mi huella, documento, sticker y salí. Siempre con los lentes negrísimos. Bajé las escaleras, tres pisos, no esperé tanto para salir del colegio. Prendí un cigarro y suspiré por haber votado por primera vez. Alguien me miró muy raro. Alguien, creo que me conocía, y a la vez, se avergonzaba de mí. Y un policía comenzó a decir que despejen el área, que sólo iban a entrar los que iban a votar, sin acompañantes, por favor, a esperar afuera… Y yo, completamente solo, enrumbé hacia el barrio donde crecí a cerrar la Ley Seca con tres chelitas celebrando mis primeras equis para unirme a los que están en contra de la Revocatoria y esas jugarretas de mala mano, floro barato y chorreos de platita que siempre llega sola. 

lunes, marzo 04, 2013

AMOR DE FIN DE VERANO




Volverte a ver,
es todo lo que quiero hacer.
Volverte a ver,
para poderme reponer…

Volverte a ver
JUANES

Te estoy buscando en mi cabecita loca que solo piensa en ti, que sólo juega con las miraditas de ayer, que sólo recuerda las palabras que me dijiste cuando se me había subido la cerveza y te contemplaba cuando estabas hablando con tu señor jefe.

He agarrado la costumbre de buscarte todos los sábados. Me alisto y me perfumo como mejor puedo. Siempre voy en short para estar más cómodo. Visto el pollo de cuello que me he comprado recién y calzo las negrísimas zapatillas Converse que tanto te gustan. Me engomino el pelo y me peino para un lado, bien ordenado, bien pegado, como galán de telenovela. Llevo bien la barba, que no está crecida, menos mal.

Camino como modelo por todo Barranco: fumando Malboro rojo, cambiándolo de mano cada tanto, cogiéndolo entre los dedos muy elegantemente. Quedo mirándome con toda la gente que pasa. Me miran de arriba abajo. Yo a las mujeres me quedó mirándoles las piernas, luego les miro la cara. A los hombres, los relojes, después el peinado. Y sigo caminando con poses de barranquino bohemio acostumbrado a estas largas caminatas en busca de un poco de chela y buena música.

Veo gente orinando a las paredes. Sonrío y ellos también, me dicen qué miro y yo respondo que nada, sonriendo. También sonríen. No tienen roche alguno de sacar el pito y escribir su nombre en la pared de alguna casa deshabitada. Veo, también, y muy temprano, pasar algunas muchachas que se tambalean por la borrachera. Son ayudados por sus amigos de juerga, que están algo más parados que la que está a punto de besar la rota vereda por la que pasa más gente de lo pensado. No es un sábado cualquiera, me llego a enterar por un muchachón que prende su bate sin temor alguno y fuma como yo termino de fumar mi cigarrillo. Me invita y también fumo. Lo miro, sonreímos juntos y me hace un gesto para que siga fumando. Te vendo, me dice, mostrándome una bolsilla rellena hasta la mitad de hierba que huele rico. Es la rica, agrega, y sonríe y otro gesto. Asiento con la cabeza. No hablo, no hago nada, fumo y miro al cielo para botar el humo lento, alucinando una nube encima de mí y sonriendo de los gestos estúpidos que me hace el pasajero dealer para que - recién comprendo- le devuelva el bate porque quiere fumar y seguir fumando. Le doy 5 cinco soles, y me da la bolsita. Que chau, que adiós. Era argentino, o la hierba me estaba cagando o él había fumado más de la cuenta.

Y llego sólo para contemplar tu caminar apurado cargando dos chelas. Si puedo te hablo. Es que no puedo, me dices y me haces un gesto que ya vuelves. Me quedo esperando, sentado en la plaza. Fumo un poco de hierba. Sonrío con los extranjeros que llegan sólo para computar blancas mujeres de piernas anchas. Sonrío cuando sales, para buscarme y no me encuentras. Te veo, encuentro tu mirada entre la muchedumbre y leo tus labios que me dicen, quédate un rato, ya vuelvo. De nuevo, ya vuelves, ya vuelvo. Te sigo esperando bajo el negro cielo barranquino que acoge a los chibolos movidos por el alcohol y sonrientes por la rica hierba que consumen. Te sigo esperando porque la hierba que estoy fumando no me hace sonreír tanto como contemplar tu ligero cargando tanto que parece fácil.