A Kevin.
Me he hecho pasar por un alto comerciante textil. Un bravo sabelón de telas que mira y toca y palpa cada cosa tirada en el piso que venden las mujeres más chamba de Chorrillos. Es algodón, caserito, me dice una mujer gorda ojos achinados y cara redonda. La miro con aires de crecido, de muy sabido en algodones Reda, Pyma y esos de Austria e Italia. Ella asienta con la cabeza, me dice que es muy bueno el algodón y que la chompita está muy linda. En verdad que la chompita está muy linda: me la probé y me quedaba muy entallada, iba con el jean que vestía y me hacia ver muy juvenil con sus toques de elegancia, como para un coktel. Estaba muy barata, también: veinte soles , caserito, lleve pues, me quedo hasta la una nomás, me asediaba la mujer casi tocándome.
Eran como las doce y la mujer comía una presa de pollo en un plastificado táper amarillo. También todas las mujeres habían comenzado a comer, unas de sus táper y otras del menú que habían comprado en la mañana al llegar a sus sitios en tan ancha vereda como una pista misma: vendedores de juguetes, libros viejísimos, Sopenas, maníes, chupetes y golosinas, ropitas de lana y chullitos. Todas bien abrigadas enchalinadas mascando chicle o tejiendo medias para sus hijos como para matar el tiempo y el frío hasta que alguien se acerque, como Jhonny, a curiosear preguntar y comprar.
Me había quedado mucho tiempo tocando la chompa azulina que me había gustado. La mujer no me veía como un ladronzuelo de callejón (como sí veía a curiosos que llegaban y tocaban con otros afanes), ahora me miraba con raros quecos, pucheritos sublimes, porque había empezado a tocar las ropas con asco, con desazón, con ganas de irme. Entonces, ella me dijo: es lanilla, jovencito, lanilla muy buena. ¿Lanilla? ¿Me habla en serio? -le pregunté, mirándole de reojo-, eso no existe, no existe la lanilla ni la cuerina ni nada de eso que ustedes solo le cambian el nombre para hacerlo pasar como que es lo mismo pero no. Soy comerciante de telas y tengo dos fábricas en Gamarra. Ya tengo muchos años en esta vaina. O sea, le explico -seguía yo mintiéndole mientras la mujer me miraba como contemplando a un marciano, impávida-: lana con acrílico que es poliéster se llama polilana y eso es para todos ustedes lanilla. Claro, al combinar lo natural con lo sintético ustedes le cambian de nombre, pero yo sé lo que es, porque tengo años en esto, herencia de mis padres, porque sé. ¿Me va siguiendo? ¿Me entiende? Ella reclinó la cabeza, cogió la chompa, me la puso en la cara y me dijo: sí, pero está veinte soles, jovencito, ¿acaso está caro? ¿Usted cree? Llévela que se le ve muy bien. Sonreí, mientras los claxon de los buses se hacían sentir pidiendo campo para estacionarse y hacer subir pasajeros para iniciar la siguiente ruta.
¿Cuántas veces he podido mentirles a las personas?, pensaba un momento. ¿Acaso las gentes son cojudas que no se dan cuenta? ¿que no saben? El griterío no se daba tregua y yo en cuclillas tocaba cada chompa que me gustaba y encontraba entre los bultos. La mujer hablaba por celular. ¿Y esta? ¿Y la de acá? -le preguntaba y ya no me hacía quecos, tan solo me respondía de una manera fría, dura, como si ya no le importara mi presencia (si es que le importó en cierto momento). De pronto, la mujer dejó de comer, guardó el táper en una mochila verde con blanco tejida a mano y me preguntó, sonriendo: ¿Y dónde estudió eso que usted estudió, joven, eso para ver las telas y saber tanto de eso? Dudé, no sabía por dónde salir, qué hacer, qué decir. Pues mis padres me enseñaron todo lo que concierne a lo textil, señora -le respondí y la ella notó mi vacilación, mi voz endeble. Escupió a un lado de la vereda y me dijo-: eso de acrílico, poliéster, eso me confunde, quiero aprenderlo... Yo conozco la lanilla, cuerina eso que usted me dice que no existe... Eso se aprende con el tiempo -la interrumpí-, yo siempre estuve metido en esto, con las ganas, con la experiencia. La mujer me miró a los ojos, vacilé, noté sus dientes de oro cuando volvió a sonreír antes de decirme: Yo vendiendo lanilla y cuerina o eso que quiero aprender ahora como usted, jovencito, estoy ya como diez años. Mis hijos han comido pan con leche con esto porque no tengo marido, se fue el muy desgraciado cuando yo iba a tener al tercero de mis hijos. Bajé la cabeza, suspiré. Sabe mucho joven, -siguió la mujer-, estudie para que tambien ponga sus ropas de lanilla y poliéster y vendamos juntos, jovencito, yo le ayudo pues, ¿si? ¿Así es , no? Po-li-es-ter, ¿Así, no?
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