lunes, marzo 28, 2011

SOY LOCO, LO-CO


Hoy he aceptado que soy loco. Que soy loco y de remate. Que soy loco y sonso. Que soy loco y sentimental. Que soy loco y demasiado celoso. Que soy loco y un poco maricón, un poco loca.
1
Despierto muy temprano. Pienso que tengo que ducharme y vestirme y arreglarme e ir al instituto. Son las nueve de la mañana y pienso que debería empezar con todo lo que había pensado, lo primero, ir a darme un duchazo. Me paro de la cama y camino hacia la ventana, abro la cortina y un día nublado me sorprende, “que clima para más raro y la mierda”, pienso. Decido no bañarme. Sólo me lavo la cara como gato y, como huevón que soy, al jabonarme, un poco de jabón entra a mis ojos y comienzo a gritar como una loca desesperada, me echo agua, mucha agua y después de dos minutos me siento un poco mejor. Sé que soy un poco dejado con mi persona, mi mamá siempre me lo recuerda. Me visto pero no me arreglo como vieja que se emperifolla tres mil horas. Unas zapatillas negras, un short verde y un polo plomo tirando a sucio es el conjunto de hoy. No me importa mucho cómo me vea cuando me voy a estudiar. Mas hoy, el short no me gustaba pero era el único short limpio que tenía. No me sentía bien, así que busqué otro short entre la ropa sucia y encontré uno, plomo, con un hueco en el lado derecho. Me lo puse y me quedó bien, así que tranquilo fui a estudiar. Fui a estudiar de plomo tirando a sucio y nadie dijo nada o yo no me percaté que rajaron. Por lo menos nadie se dio cuenta que mi short olía a los mil demonios y nadie dijo nada o yo no me percaté que rajaron.
2
Desde hace una semana que mi nona me había dicho que mi primo vendría y desde ese día estuve como loco esperando su llegada. Junior llegó de Trujillo el martes. Yo esperaba con ansias su llegada. Había barrido mi cuarto después de dos meses para que no se dé cuenta que soy cochino y dejado. Vino con mi tía, Narda, siempre alegre y activa. Mi primo ha venido a Lima porque tiene que operarse de un tumor en la nariz que allá en Trujillo no puede operar o no quieren operar o no se sienten capaces de operar. Desde el martes no duermo solo. Desde el martes salgo todos los días a pasear. Desde el martes siento que debo de salir más seguido con amigos. Desde el martes hablo poco y nada con la chica que me gusta. Desde el martes soy un poco más feliz y un poco más triste. Han pasado cuatro días desde que mi primo llegó y estoy como un loco sentimental recordando todas las noches al verlo dormir y roncar tanto aquellas épocas en Trujillo cuando casábamos mariquitas en el parque que está (Junior me dice que todavía está ahí pero desarreglado) al frente de la casa de mis tíos, hermanos de mi nona. Quisiera seguir recordando aquellos viejos tiempos, cuando tenía nueve o menos, mirando a mi primo dormir en un colchón que tira al piso porque “durmiendo aquí no me da tanto calor”, dice y sonríe y yo pienso que me quiere decir que soy un cagón por dejarlo dormir en el piso.
3
Saldré a pasear con Junior. Saldré después de mucho tiempo. Mi mamá no me dice nada porque le digo que Junior quiere conocer Chorrillos y entonces lo llevaré ahí, se queda muda y sólo me mira cuando me voy al baño a ducharme. Cuando salí de la casa me sentí libre, nunca había tenido esa sensación tan rara, como si nunca saliera, en verdad nunca salgo, seguro por eso. A Plaza Lima Sur no lo noté diferente y eso que no voy a comprar allí todos los días. Soy un poco aburrido y un mal guía turístico, así que lo llevé a mi primo a conocer ese centro comercial, ¿qué divertido no? Comimos donas y tomamos café, y caminando por el patio de comidas una rica pizza nos hizo ojitos, compramos y devoramos, así fue, comprábamos y tragábamos. Creo que sólo fuimos a comer. Yo compré una bolsa de pan de esos que venden allí y que tanto me gustan saborear con una gaseosa heladísima. Saliendo de ese caótico lugar me crucé con Street, un rapero peruano del grupo Rapper School, mi preferido nacional. Saben que amo el rap, saben que el rap me llena y produce en mí emociones diversas y a montón, locas, indescriptibles. Street estaba con su mujer y con su pequeña hija. A primera vista no pensé que fuera él pero lo quedé viendo un momento más y volteó y ahí confirmé que era el rapero de mi grupo favorito. Lo vi alejarse de mí, nunca lo llamé. “Él es Street, él es”, le decía a primo mientras más se alejaba y no lo llamaba. Lo perdí de vista y un grupo de muchachos comenzaron a correr a la dirección adonde él se iba y yo ahí, como un huevón. Llegué a mi casa y puse una canción de él, la mejor, “Turno Tarde”, la vieja escuela, con Norick, Warrior y Deportado y escuchando esa canción aún me sentía afuera de Plaza Lima Sur viendo a Street alejarse de mi vista y yo, como un cojudo, parado, sin hacer nada, preguntarme: ¿le hubiera pedido una foto, no?
4
Soy loco, lo sé. Y un poco amariconado y celoso y posesivo y sentimental. Soy raro, lo sé. Quiéreme y verás. Punto final.

miércoles, marzo 16, 2011

EUGENIA




UNO
Hubo momentos en mi casa en que mi abuelita no podía con nosotros. Mi mamá estaba en España trabajando y nosotros nos habíamos quedado bajo las órdenes de mi abuelita y de mi tío. Era la primera vez que mi mamá se iba a otro país y nos dejaba sin su presencia recta, frívola, loca.
Mi abuelita siempre salía y quería seguir teniendo sus libertades, como ir a pasear con sus amigas, respirar aire fresco, tranquila; pero como tenía que estar con nosotros no podía salir, entonces se quedaba amargada en la casa cuidando más que nada de mi hermano que tenía tres o cuatro y de mi hermana que estaba en tercero de primaria. Yo me sentía un poco más libre, gracias a mi tío César. Yo sentía algo raro dentro de mí, un resentimiento de no tenerla cerca, de extrañarla siempre, me volví algo duro, muchos me decían (hasta hoy siguen diciéndome) ingrato, inhumano, malo, que no tenía cariño por nadie; pero qué podía hacer, me había vuelto un mal hijo que ni “hola” le decía a su mamá por el skype, nada de nada, y gracias mamá.
Con ella siempre hablaba mi tío, él era “mi mamá” acá en Lima. Y acordaron un día que mi abuelita no podía más, que necesitaba alguien que le ayude con la limpieza y todo eso que se hace en la casa, dos manos más y una actitud tremenda para que la casa se mantenga “en pie”, limpia, reluciente, como mi mamá la había dejado. (Porque aunque tenga mil defectos, una cualidad positiva que rescato de ella es que es una aspiradora humana, es una adicta a la limpieza –como mi tata, mamá de mi papá- se levanta muy temprano para barrer todo si no, no está contenta, después más tranquila regresa a seguir durmiendo).
Entonces acordaron los tres que una señora que mi mamá conocía vendría a ayudarla a mi abuelita, una señora bonachona, noble, atenta, con un ángel que la hacía más maravillosa todavía y que hizo que nunca me pueda olvidar de ella. Donde estés, va para ti.
DOS           
Su nombre es Eugenia, nunca supimos su apellido. El primer día que la vi me sentí raro, sentía que ella era una persona que trabajaba para nosotros, lo era, pero lo notaba raro porque nunca nos habíamos dado esos placeres, que alguien venga a limpiar y nosotros bien sentadotes. Recuerdo que Euge (así la llamaba mi abuelita quien muy rápido se encariñó mucho con ella) venía todos los días en la mañana, primero, después, venía los lunes, miércoles y viernes y más tarde (hablamos de dos años más o menos), sólo dos días a la semana, los martes y jueves y ella, siempre cumpliendo su labor, nunca dijo nada, pero mi abuelita, apenada, en sus tiempos libres, le explicaba los motivos del recorte de  horario.
Cuando venía todos los días, mi hermana y yo estábamos en el mismo colegio, y al salida siempre íbamos raudos a la casa y al llegar, no sé si mi hermana también, pero yo, contemplaba la casa radiante, tiza, oliendo rico y me iba a mi cuarto contento, tiraba la mochila por ahí ya que el piso estaba barrido y lustrado (cosa que nunca había hecho yo, lustrarlo) y con el olor a lavanda o a floral y me echaba en la cama a dormir, feliz y amando a Eugenia.
Ahora, también, después de dos años o poco menos, recuerdo cuando un día regresé de estudiar (ya no estaba en el mismo colegio con mi hermana, había regresado a la escuela donde comencé la secundaria y que al escribir esta crónica extraño tanto), no sé por qué, pero pasé mi mano por el piso debajo de la mesa de noche y sentí toda la tierra que estaba acumulada ahí, muchas pelusas vi pegadas a mi palma y eso me llenó de cólera y no se lo perdoné a la pobre pero gran persona que era (y seguro sigue siendo) aquella señora que mantenía mi casa bien. Ahí mismo salí de mi cuarto y me dirigí hacia la habitación de mi abuelita a “acusar” a Eugenia señalándole mi mano que mi cuarto estaba sucio y que no había limpiado nada y que estaba muy amargo y rabioso y colérico, mi modo de hablar y mis gestos me ayudaban mucho para que mi abuela me creyera y que me creyó; al día siguiente, cuando yo estaba en el colegio, habló con Euge y le dijo que porqué no había limpiado mi cuarto, ella le respondió que sí lo había limpiado pero como le había pasado el trapo húmedo la tierrita se había quedado en los rincones y eso era lo que yo había sentido al pasar mi mano. Me avergoncé cuando mi nona (así le digo yo a mi abuelita, en idioma italiano y por costumbre familiar) me reprodujo lo que le había dicho Eugenia esa mañana (ella me contó la conversación que tuvo con Euge cuando volví de la escuela). Me sentí mal, cagado, poco hombre, inhumano. Al día siguiente cuando volvió Euge no tuve cara para ir a abrirle la puerta. Ella sabía que yo le había ido con el chisme a mi nona. Ella sabía que era malo pero conociéndola, seguro ella no le tomo importancia y le dijo a mi abue “pero nonita, los chicos son así, espontáneos, no hay ningún problema.” Ella es una gran mujer y gracias a ella entendí que las personas no valen por lo que tienen puesto ni por lo que llevan en los bolsillos, sino por lo que tienen dentro, por su corazón, por sus buenos sentimientos.
TRES
En esta crónica quise recordar a Euge, noble, bonachona, de un acento bien marcado de las entrañas peruanas y de unos ojos hermosos, saltones. Era gordita y aunque subía y bajaba escaleras como ninguna y barría y se agachaba para limpiar debajo de las camas de mis hermanos, y etcétera, y etcétera, nunca dejó de ser una gordita linda y que hoy extraño, extraño su presencia activa que ponía eléctrico a cualquiera, extraño sus pelos desenfadados que jugaban con sus ojos a no dejarla ver lo que estaba limpiando y ella gritar: “pelitos del demonio, quédense tranquilitos ahí” mientras se sujetaba los cabellos con un moño casi por la nuca.
He decidido escribir algo más extenso sobre aquella señora que aunque poco tiempo duró en mi casa (casi año y medio más o menos, creo) todos aquí le agarramos mucho cariño porque aparte que dejaba la casa en pie, nos dejó una actitud tremenda para hacer bien la cosas, meterle “punche”  a todo, amor, simpatía y siempre hacer las cosas de buena fe. Donde quiera que esté, siempre la recordaré porque gracias a ella, cuando estoy limpiando mi cuarto, barriéndolo, la veo a ella ahí diciéndome, tal vez, no sé: “recuerda Fabri, que si le pasas el trapo debajo de tu mesita de noche, las pelusas quedarán ahí como tierrita acumulada” y empiezo a reírme solo y a mirar por la ventana el lindo cielo de hoy.

martes, marzo 08, 2011

MI ANGEL SE LLAMA ANITA





Día raro, tenso. Apenas regresé del instituto mi abuelita me dio la noticia de que mi hermana había sufrido un accidente de tránsito cuando se iba a su colegio. Me quedé mudo, no sabía qué decir. Al comienzo pensé lo peor pero luego me dijeron que estaba bien, que mi tío había llamado y le había dicho a mi abuelita que Giannina y Juan estaban con mi hermana adentro del hospital pero que a él no lo habían dejado entrar por no sé qué cosas, seguro por una de sus estúpidas e inhumanas leyes.
Yo estaba en la casa, intranquilo, pensando en cómo podía estar mi hermanita. Entonces mi abuelita me contó cómo había ocurrido todo: Una señora de buen corazón había llamado a la casa y habló con mi tío quien se tranquilizó cuando recién escuchó la voz de Anita que llorando le dijo que había chocado su movilidad y que sólo tenía la cara ensangrentada por algunos cortes causados por la luna que estalló muy cerca de ella. Mi tío entonces llamó a mi mamá y cuando esta llegó a la casa se fueron volando al lugar del accidente pero no encontraron nada, sólo la movilidad chancada del lado izquierdo, con las lunas hechas nada y sin la llanta derecha, el vehículo estaba tirado en la berma y a metros la cúster del hijo de puta haciéndose el inocente y peleando como un justiciero con la señora que manejaba la movilidad. Después no sé qué paso, se colgó la llamada, me dijo. Y entonces agregué: Y las niñas ahí (la movilidad es de un colegio de mujeres, el Juana Alarco de Dammert), llenas de ese rojo que causa nervios a cualquiera, llenas de ese rojo cagón lleno de dolor y mala suerte, o quizás, no fue mala suerte sino una actitud enferma y acelerada de un acelerado enfermo sentado frente a un timón que nosotros llamamos chofer (para mí, mejor suena malparido, ese tipo especialmente) que por un sol más quiso adelantar al carro donde estaban las chicas y en su juego estúpido e ignorante chocó. Así es, culminó mi abuelita. Ahora nuevamente no sabía qué decirle, ni qué hacer, ni nada. Pensando me fui a mi habitación, triste, sabiendo aunque sea que mi hermana ya no estaba sola, como nunca lo ha estado ni lo estará.
No recuerdo porqué tuve que volar al hospital, no recuerdo el motivo. Al llegar sólo quería ver a Anita, cómo estaba y qué era lo que le hacía falta. Entré a una realidad que duele ver, el sector de emergencias del hospital María Auxiliadora. Es imposible no sentirse mal viendo a niños llorando y caminando divagantes, sin rumbo alguno y sin que ninguna enfermera les preste atención. Es feo ver cómo atienden a los señores que no aguantaron más y en camillas los pasean de aquí para allá y de allá para acá con esos desgarradores gritos que aclaman una ayuda que nunca será hasta que se desocupe alguno de los cuartitos que más chiquitos no pueden ser o, en el peor de los casos, hasta que algún doctor se le ablande el bobo y diga yo mismo soy en uno de esos tantos transitados pasillos del hospital. Es horrible conocer la realidad pero menos mal que la conocí ya, para defender a capa y espada a esas personas que no tienen nada, ni unos zapatos que ponerse, que les hace falta un pan, que lamentablemente no supieron pensar antes de tener tres, cuatro o cinco hijos y ahora las ven negras, peor que antes. Esas personas, que aunque no sepan si uno más uno es dos, son grandes seres humanos porque ante las dificultades y obstáculos que la vida les puso, ellos siguen para adelante, no se achican, gritan, reclaman, joden, se defienden, luchan. Y entre todo ese mundo encontré a mi hermana, con unos esparadrapos en su cachete para tapar la herida, luego cicatriz que seguramente siempre llevará consigo (espero que no) y que le hará recordará aquel mediodía del siete de marzo, el mismo día en que Juan cumplía un año más de vida y estaba ahí, cuidando de su hija.
Salimos de esa cruda realidad sabiendo que Anita ya estaba bien pero que miles de personas más estaban suplicando una atención médica, porque de repente aquel señor gordo que ni su edad sabía y que yacía de dolor en esa camilla oxidada que, recomendablemente, mejor podía servir para llevar jeringas, guantes u otros utensilios médicos porque en cualquier momento se podía venir camilla y paciente abajo; sí, aquel pobre señor descalzo, quizá sentía que esos gritos de dolor que daba podían ser los últimos y los doctores pasaban y pasaban sin hacer ni mierda. Es que esto no es así carajo.
Llegamos a la casa a comer un poco. Anita estaba más tranquila, serena. Yo quería que no le faltara nada y que siga así, serena. Sé que ella es fuerte y no sólo por lo que ahora está pasando, sino por unos momentos en su corta vida que ocurrieron y que marcaron una huella en su alma y corazón. Pero ahí estoy yo para hacerla sentir bien, para que se de cuenta que no está sola, que nunca lo estará. Y ahí estoy yo para que nunca se trunquen sus sueños, para que cuando ella quiera abrir sus alas nadie ni nada se lo impida. Para eso estoy yo, porque la amo más que a mi propia vida, porque ella es una mujercita muy especial es mi ser: fuerte, bizarra, engreída, rebelde, buena, amorosa, hermosa, comprensible… porque ella sí es comprensible a diferencia mía. Ella es mi hermanita y nunca dejaré que nada malo le pase.
Ahora espero que estas líneas románticas, cursis, no la hagan llorar. No sería bueno para ella ni para mí.