miércoles, febrero 29, 2012

NOCHE LÓBREGA



A mi padre.


Cuando llegó a su habitación, percibió todo distinto. La cama destendida aumentaba el fastidio con el que se había despertado a la siete con veinte. El televisor prendido con el volumen por las nubes, que cierta tarde su padre le había regalado, siguiendo con la flecha familiar, mencionando que el suyo lo había recibido de un alemán que albergó y así llegó a él, alteraba sus sentidos provocando un circo de risas chillonas dentro de su cabeza, en compañía de esos golpecitos como de martillo en la sien que lo hacían perder el rumbo. El cuadro del payaso multicolores que alguna vez pintó un italiano, amigo de su abuelo, yacía en el piso echo añicos, agonizando sus últimas horas, esperando el encuentro con su contemplador que al verlo cayó de rodillas derramando lágrimas al recordar los dieciocho años que lo situó en la pared de tributo de su pequeña habitación oscura. La ropa regada por todos lados lo malhumoraron más. 

Cerró la puerta. Todo estaba raro. Caminó, lentamente, hacia la cama. Tenía sueño. Cada paso que daba era un bostezo más largo que el anterior. La habitación se hacía más oscura y en cierto momento, cuando el reloj que tenía sobre su velador marcó las cinco con diez de la tarde, la habitación fue una verdadera cueva, aun con las ventanas de par en par. Todo quedó en silencio. Se asustó. Suspiró, y empezó a sudar. Cerró los ojos, y se desplomó sobre la cama. 

Creyó haber despertado. Miró en todas las direcciones. Todo seguía igual. Una voz femenina dando gritos desesperados lo alteraron, se paró y dando tumbos llegó a la ventana que permanecía abierta; y no escuchó nada. Algo está pasando, todo es tan raro, dijo, refugiándose en el silencio que reinaba en el dormitorio. Segundos después, silbidos musicalizados se empezaron a escuchar en el otro departamento. Desesperado, se echó nuevamente en la cama para encontrar el sueño impedido. Parpadeaba. Pensó estar soñando. Miraba el techo. No sacaba la mirada de un punto fijo. No parpadeó más. Divisó con gran admiración una minúscula araña que tejía su tela con impresionante rapidez. Contempló el animal. Sus cinco sentidos estaban puestos en el insecto. Mantuvo los ojos abiertos siempre. De pronto, notó que la araña aumentaba de tamaño, se hacía más grande y sus patas crecían desproporcionadamente. El pánico le llegaba de poco en poco. Eso sí, estaba impresionado. El insecto bajaba, lentamente, colgándose de la tela de su propia producción. Y mientras más bajaba, más crecía, sin una forma definida; y los ojos del arácnido, grandes, en cuestión de segundos, estuvieron frente a su rostro pálido. De su frente caían gotas de sudor como si hubiese corrido cincuenta kilómetros, ida y vuelta. Despavorido, empezó a gritar, clamando auxilio. Y la araña seguía ahí, frente al joven, mirándolo con miedo. 

El despertador sonó a las siete con treinta, exactamente. El muchacho despertó y, soltando un suspiro de alivio, notó que todo siempre estuvo bien.

jueves, febrero 23, 2012

NO, SEÑOR, NO ME TOQUE LA PELOTITA


Mi sueño es ver a Perú en un mundial. Mi sueño es ver a la blanquirroja competir, fajarse con selecciones de Europa y dar pelea, jugar a un toque, llegar de pared en pared hasta el área rival, dejar tirando cintura a gringos  teniendo en Uribe, La Rosa y Sotil a los mentores del buen pie nacional; y meter un golazo de tiro libre, a tres dedos, como Cubillas, hace ya muchos años; y recitar en cancha rival una poesía acariciando delicadamente la redonda, como Cueto, el de la zurda. 

Ya es hora, señores.  

Amanezco con el boom de la pelotita. La cabeza me revienta. No me siento bien. Soy hincha del fútbol en general; de Alianza Lima, fanático. Me siento fatal, decía. Y trataré de explicar mi incomodidad que se trasluce cuando me preguntan sobre las portadas de los diarios deportivos, que yo no sé si muestran su fastidio hacia los señores dirigentes que comandan el fútbol nacional, o se mofan de la desgracia que a ellos también incluye. 

Pitazo inicial. Empezó el encuentro. 

Una taza con café y tres panes con chicharrón de prensa, por favor. Todo está de mal en peor, pienso. Los dirigentes se tiran la pelota, no quieren tener responsabilidad. No hay más pan. No hay más leche. No hay ganas para nada. Prefiero no ir a correr hasta la Herradura como lo hago a diario, veo que todo esté en orden, llevo un vaso con agua a mi habitación y me echo en la cama. Despierto de noche, me visto con lo primero que cae al abrir el clóset y salgo a la calle; doblando la esquina me encuentro con mi interlocutor de siempre, con el que me voy a bares y a punta de chilcanos hablamos de literatura, de música y de fútbol, tres temas indispensables para acompañar  al trago bicolor. Mi amigo es hincha de Universitario. Pero de un tiempo a esta parte, nuestro tema de conversación no se va a los colores que llevamos en el corazón, sino en las barbaridades dirigenciales que se vive en los dos clubes más populares del Perú. A veces nos callamos y preferimos hablar de otra cosa, pero en otras oportunidades somos tercos y le entramos al pisco y Alarcón y Pacheco y sus respectivas familias nos deben estar odiando. 

Este tema me llama la atención. Quiero investigar, le digo, y tomo la última copa de pisco puro que esperaba solitaria, sobre la mesa. Esto no queda aquí, agrega. Estrechamos las manos, palmaditas en la espalda y saluditos por aquí, y por allá. La calle está llena de los trabajadores que acabaron su turno y los chorizos que nunca faltan. Entro a una panadería y veo el reloj en el noticiero: diez con quince. Camino raudo. El equipo del cual soy hincha está implicado en todo esto, pienso, malhumorado. El compadre también, y está peor, hay que decirlo. Los tradicionales están quebrados a causa de los dirigentes que pasaron y dejaron la deuda, la aumentaron y ahora todo estalló. Recuerdo que hace unos meses la SUNAT se iba a apropiar de los clubes, pero algo se hizo y eso se solucionó, y de la entidad pública nunca se supo más. Esa problemática estaba mezclada con los jugadores impagos que firmaban planillas para seguir rumbo al campeonato, para no perder puntos, todo por amor a la camiseta, y los señores dirigentes bien gracias y te pago con cheque y el cheque sin fondos.

Haré memoria. No quiero distraerlos, ni entreverarlos, pero soy consciente que cuando recuerdo y quiero escribir, y recuerdo algo, aún más pasado que lo anterior, se me hace difícil redactarlo fácil, escribirlo simple, para el vuestro entendimiento. Entonces digo… Ayer, almorzaba bajo un sol aplastante cuando prendí el televisor para seguir con la novela futbolera que en estos días está más interesante que nunca, y haciendo zapping, encontré a Manasero, líder de los Agremiados, en una bronca verbal con Barco, Gerente del club San Martín, que en pocos años de haber sido fundado ha conseguido tres títulos nacionales y es catalogado por la totalidad de los periodistas deportivos como la mejor institución de fútbol en el Perú. ¿El por qué de la bronca? Lo resumo en cortas líneas: El sábado se inició el campeonato. Horas antes los jugadores (de los clubes tradicionales) decidieron no presentarse porque los dirigentes no les habían cumplido con pagarles algo de la deuda. Manasero los apoyó. Los jugadores que trabajaban para las mejores instituciones apoyaron a sus compañeros mostrando un gesto de buena voluntad, de solidaridad, porque nadie sabe dónde esté mañana, dijeron. Entonces el sábado los clubes jugaron con reservas y juveniles, mientras los profesionales (todo queda en palabras) veían el partido desde las tribunas. La mal llamada huelga dejó consecuencias atroces. El mismo sábado, cuando la tarde caía, se conoció que San Martín se iba del fútbol profesional, que el rector de la universidad desaparecería el club. Según ellos, los jugadores les habían dado la espalda a los dirigentes que siempre les cumplieron. El domingo se supo que César Vallejo haría lo mismo, igual Inti Gas y Unión Comercio. A estas horas se sabe que San Martín no va más, que César Vallejo tiene un pie afuera a no ser que los jugadores le digan bye bye, mucho gusto a la Agremiación; los otros clubes van a sancionar a sus jugadores, algo razonable. 

No sé si hacen bien, o mal. No voy a apoyar a ningún bando. Sólo explico lo que veo, o lo que nos dejan ver los señores reyes de las diferentes entidades peloteras. Recuerdo una canción, como para el momento: El deporte nacional no es la pelota, es el peloteo, mis respetos a Los aldeanos y a toda la isla.

La noche deja caer gotas de lluvia en mi cabello trinchudo y mal peinado. Llego a casa. Abro la puerta lo más rápido que puedo y entro; mi polo está húmedo… estornudo, y despierto al gato que se adueñaba de la silla donde suelo sentarme a leer. Prendo el televisor. La novela futbolera, cómo olvidarlo. Los programas deportivos no tocan los temas del fútbol nacional y ahondan en los diferentes deportes que también existen y nunca le dan importancia. Es un buen avance, digo, fastidiado, entre estornudos. Estoy solo en mi departamento. La camiseta blanquiazul se luce en un cuadro que mandé a enmarcar hace algunos años. La contemplo, y recuerdo esos buenos tiempos cuando obtuvimos cinco títulos en diez años. El pecho se me llena de orgullo, y ¡arriba Alianza!, grita mi corazón, malherido. Y todo se confunde. No sé qué pasará mañana. Las deudas, los jugadores impagos, la SUNAT, la Agremiación y el tremendo chanfainón. La pelotita se manchó, señores. El sueño me vence con la mirada en la blanquirroja, que triste, reposa en el respaldar de la silla en donde me siento a escribir mis crónicas llenas de lamentos jóvenes, a causa de la frustración y unos sazonadores indescriptibles. 

Pitazo final. Nos vamos al alargue.

miércoles, febrero 15, 2012

SAN VALENTÍN, ¿DE NUEVO?

                      

El amor, que cosa más rara. Me paro. Tomo aire. Expiro. Sí pues, esto es más raro, pero lindo, pienso. Bebo de una un vaso con agua y me como los tres cubitos de hielo que quedaron. Me vuelvo a sentar. Y pienso en los cubitos que ya no están. Y aquí estoy yo.

Recuerdo que ayer, en cierta hora de la tarde cuando el sol quemaba, te vi caminar como modelando, fumando un pitillo largo que te hacía lucir aún más hermosa. Yo estaba en algún asiento de esos buses verdes, grandes, que levantan gente en 28 con Larco. Por la ventanita sucia te reconocí, y me quedé viéndote cuando cruzaste la pista, sin miedo, botando el cigarro que se había consumido hasta la mitad. Y mi mirada se pegó al cigarrillo que clamaba auxilio cuando una nueva rueda pasaba sobre él. Y de repente, subiste al bus y te sentaste en el asiento continuo, dejándome pasmado, con un ataque de tartamudez cojuda.

Sigo sentado y pienso en ti. Mi mirada se pierde a través de la ventana, fijándose en el horizonte nublado de hoy. Es catorce para muchos; me excluyo. Sólo pienso en ti, contemplando las gaviotas que planean en el cielo gris de Lima.

Es catorce, decía, y San Valentín ha llegado para los que Cupido ha dicho: tú sí, camarada. Salgo a la calle. Estoy solo, pero los mejores recuerdos de tus ojos pardos me acompañan. Los enamorados se confunden con los comerciantes de algodón dulce, globos inmensos con formas de corazón y rosas de mentira a una china, varoncito. Se nota a leguas que San Valentín los tiene ahuevados, o es que los más hábiles esperan ese día para, unos, juguetear en algún hotelucho de malamuerte, y otros, hacer su agosto.

Y bien, San Valentín no es para mí, y creo (si la memoria no me juega mal) que sólo pasé un catorce de febrero con esa personita. ¿Lo digo? ¿No lo digo? Tú sabes que fuiste la única, miss. Tú sabes que te estás mintiendo. Te estás acorralando, fingiendo un querer que no es, M. Las gentes nunca ayudaron, y nunca me importaron, tampoco. Pero yo te espero, de nuevo. Estaré donde siempre. Solo, o con algún libro. Me callaré al verte, porque te he dicho hasta lo que nunca he pensado. Y el beso llegará solo. Y tu mentira se quedará deambulando por alguna avenida desolada, donde un poste de luz será lo único que alumbre sus tristes pasos, descorazonados.

viernes, febrero 10, 2012

LA DOÑA


Me siento solo. Siento la soledad en mi desayuno diario, a las siete; que se sienta conmigo en la mesa, que me habla, que me escucha. Siento que jugamos cuando despierto y digo 'un ratito más', echado en la cama, como piurano al sol. Y es que en cierto momento que no tengo en la memoria, la soledad (o la doña, como suelo susurrarle), se metió en mi vida llegando a ser mi vida, entera, casi totalmente, en poco tiempo.

Decía que siento a la doña en la primera comida del día. Pan con soledad. En la mesa redonda nos sentamos disciplinadamente, sin hacer ruido alguno, respetando el silencio que ya sabe gobernar. Y ya empiezo a comprenderla. Y es que siento la soledad en cada paso que doy, en cada palabra desilusionada que lanzo al viento, cuando, de pronto, estoy con la doña.

Estamos juntos. Ahora mismo, estamos juntos. La casa está para nosotros dos. Le susurro versos que leí en un librito que tengo guardado en mi estante love me. Me miro en el espejo, y juego; realizo muecas estúpidas que sólo me celebra ella. Una sonrisa fingida se deja notar en mis rostro. Una máscara pesada, llena de tristezas e incertidumbres, se pone en mi cara, fija, como entornillada, y de un momento a otro, la siento mía.

Desde hace tres meses que no fumo, pero si un pitillo se cruzara en mi camino, en estos tiempos parcos, fríos, no pararía hasta fumarme tres o cuatro cajetillas de veinte. Desde hace tres meses que escribo sin fumar, pero tomando una copita de pisco, que de sorbo en sorbo, me envuelve en cada pasaje de esta novela de ficción que llamo vida; aunque la realidad siempre supera la dicción y la puta que te parió.

Me he acostumbrado a convivir con el silencio. También es parte de mí. Pensar. Jugar. Llorar. Reír. Vivir. Sobrevivir... en silencio. Estamos juntos. El teléfono no suena. La televisión está apagada desde hace mucho. La única música que suena es la de la Radio Mágica, cuyo dial es mi mayor secreto. Las pisadas no se escuchan porque camino descalzo. Los ladridos de Diana, se confunden con las risas chillonas de Los Cabritos, que salen a corretear al patio del Acapaulco, desde las tres, religiosamente, todos los putos días.

Y yo ahí. Aquí. En medio de nada. Pero ya me acostumbré. La doña y yo (suena elegante como título para mi próxima ficción; y qué raro que sea mi realidad... qué mierda). Entonces la soledad, desde algún momento, se confundió en los pasajes de mi vida y ahora es ella. ¿Buscar la felicidad? Pero cómo te hago entender... como la salsita rica, miss. Son las doce de la noche, escribo no sé qué, el silencio gobierna... cómo te hago entender... qué más te puedo decir...