Mi sueño es ver a Perú en un mundial. Mi sueño es ver a la blanquirroja competir, fajarse con selecciones de Europa y dar pelea, jugar a un toque, llegar de pared en pared hasta el área rival, dejar tirando cintura a gringos teniendo en Uribe, La Rosa y Sotil a los mentores del buen pie nacional; y meter un golazo de tiro libre, a tres dedos, como Cubillas, hace ya muchos años; y recitar en cancha rival una poesía acariciando delicadamente la redonda, como Cueto, el de la zurda.
Ya es hora, señores.
Amanezco con el boom de la pelotita. La cabeza me revienta. No me siento bien. Soy hincha del fútbol en general; de Alianza Lima, fanático. Me siento fatal, decía. Y trataré de explicar mi incomodidad que se trasluce cuando me preguntan sobre las portadas de los diarios deportivos, que yo no sé si muestran su fastidio hacia los señores dirigentes que comandan el fútbol nacional, o se mofan de la desgracia que a ellos también incluye.
Pitazo inicial. Empezó el encuentro.
Una taza con café y tres panes con chicharrón de prensa, por favor. Todo está de mal en peor, pienso. Los dirigentes se tiran la pelota, no quieren tener responsabilidad. No hay más pan. No hay más leche. No hay ganas para nada. Prefiero no ir a correr hasta la Herradura como lo hago a diario, veo que todo esté en orden, llevo un vaso con agua a mi habitación y me echo en la cama. Despierto de noche, me visto con lo primero que cae al abrir el clóset y salgo a la calle; doblando la esquina me encuentro con mi interlocutor de siempre, con el que me voy a bares y a punta de chilcanos hablamos de literatura, de música y de fútbol, tres temas indispensables para acompañar al trago bicolor. Mi amigo es hincha de Universitario. Pero de un tiempo a esta parte, nuestro tema de conversación no se va a los colores que llevamos en el corazón, sino en las barbaridades dirigenciales que se vive en los dos clubes más populares del Perú. A veces nos callamos y preferimos hablar de otra cosa, pero en otras oportunidades somos tercos y le entramos al pisco y Alarcón y Pacheco y sus respectivas familias nos deben estar odiando.
Este tema me llama la atención. Quiero investigar, le digo, y tomo la última copa de pisco puro que esperaba solitaria, sobre la mesa. Esto no queda aquí, agrega. Estrechamos las manos, palmaditas en la espalda y saluditos por aquí, y por allá. La calle está llena de los trabajadores que acabaron su turno y los chorizos que nunca faltan. Entro a una panadería y veo el reloj en el noticiero: diez con quince. Camino raudo. El equipo del cual soy hincha está implicado en todo esto, pienso, malhumorado. El compadre también, y está peor, hay que decirlo. Los tradicionales están quebrados a causa de los dirigentes que pasaron y dejaron la deuda, la aumentaron y ahora todo estalló. Recuerdo que hace unos meses la SUNAT se iba a apropiar de los clubes, pero algo se hizo y eso se solucionó, y de la entidad pública nunca se supo más. Esa problemática estaba mezclada con los jugadores impagos que firmaban planillas para seguir rumbo al campeonato, para no perder puntos, todo por amor a la camiseta, y los señores dirigentes bien gracias y te pago con cheque y el cheque sin fondos.
Haré memoria. No quiero distraerlos, ni entreverarlos, pero soy consciente que cuando recuerdo y quiero escribir, y recuerdo algo, aún más pasado que lo anterior, se me hace difícil redactarlo fácil, escribirlo simple, para el vuestro entendimiento. Entonces digo… Ayer, almorzaba bajo un sol aplastante cuando prendí el televisor para seguir con la novela futbolera que en estos días está más interesante que nunca, y haciendo zapping, encontré a Manasero, líder de los Agremiados, en una bronca verbal con Barco, Gerente del club San Martín, que en pocos años de haber sido fundado ha conseguido tres títulos nacionales y es catalogado por la totalidad de los periodistas deportivos como la mejor institución de fútbol en el Perú. ¿El por qué de la bronca? Lo resumo en cortas líneas: El sábado se inició el campeonato. Horas antes los jugadores (de los clubes tradicionales) decidieron no presentarse porque los dirigentes no les habían cumplido con pagarles algo de la deuda. Manasero los apoyó. Los jugadores que trabajaban para las mejores instituciones apoyaron a sus compañeros mostrando un gesto de buena voluntad, de solidaridad, porque nadie sabe dónde esté mañana, dijeron. Entonces el sábado los clubes jugaron con reservas y juveniles, mientras los profesionales (todo queda en palabras) veían el partido desde las tribunas. La mal llamada huelga dejó consecuencias atroces. El mismo sábado, cuando la tarde caía, se conoció que San Martín se iba del fútbol profesional, que el rector de la universidad desaparecería el club. Según ellos, los jugadores les habían dado la espalda a los dirigentes que siempre les cumplieron. El domingo se supo que César Vallejo haría lo mismo, igual Inti Gas y Unión Comercio. A estas horas se sabe que San Martín no va más, que César Vallejo tiene un pie afuera a no ser que los jugadores le digan bye bye, mucho gusto a la Agremiación; los otros clubes van a sancionar a sus jugadores, algo razonable.
No sé si hacen bien, o mal. No voy a apoyar a ningún bando. Sólo explico lo que veo, o lo que nos dejan ver los señores reyes de las diferentes entidades peloteras. Recuerdo una canción, como para el momento: El deporte nacional no es la pelota, es el peloteo, mis respetos a Los aldeanos y a toda la isla.
La noche deja caer gotas de lluvia en mi cabello trinchudo y mal peinado. Llego a casa. Abro la puerta lo más rápido que puedo y entro; mi polo está húmedo… estornudo, y despierto al gato que se adueñaba de la silla donde suelo sentarme a leer. Prendo el televisor. La novela futbolera, cómo olvidarlo. Los programas deportivos no tocan los temas del fútbol nacional y ahondan en los diferentes deportes que también existen y nunca le dan importancia. Es un buen avance, digo, fastidiado, entre estornudos. Estoy solo en mi departamento. La camiseta blanquiazul se luce en un cuadro que mandé a enmarcar hace algunos años. La contemplo, y recuerdo esos buenos tiempos cuando obtuvimos cinco títulos en diez años. El pecho se me llena de orgullo, y ¡arriba Alianza!, grita mi corazón, malherido. Y todo se confunde. No sé qué pasará mañana. Las deudas, los jugadores impagos, la SUNAT, la Agremiación y el tremendo chanfainón. La pelotita se manchó, señores. El sueño me vence con la mirada en la blanquirroja, que triste, reposa en el respaldar de la silla en donde me siento a escribir mis crónicas llenas de lamentos jóvenes, a causa de la frustración y unos sazonadores indescriptibles.
Pitazo final. Nos vamos al alargue.