A Brenda.
Cuando ingresó, el brillo de sus ojos alumbró el
Acapulco. Las viejas paredes color crema rejuvenecieron contemplando su caminar
pausado. Sus pasos marcaban la pauta. Y mi corazón, a mil. Me miraba mientras yo la amaba, y el beso que
tanto extrañé se dio. Entonces caminamos de la mano y la felicidad invadió mis
cuatro paredes hogareñas.
Le recité una poesía que me aprendí como tarea. Le canté
una canción de Fonseca, que dice algo así como que eres el arroyito que baña mi cabaña, eres el negativo de la foto de mi
alma… y sigue el paisa con la melodía que enamora, y lo recordé, y me sentí
libre para abrazarla y hacerla mía, mirando fijamente sus ojos, sonrojándome
como niño travieso, porque las chapas son de inocente, y de inocente tengo
todo, aunque se rían.
Nos mordíamos la boca con ganas posesivas, porque la mía
es suya y la suya es mía, y ella también; y perdí lo de inocente porque hubiese
sido un tremendo cojudo de padre y Dios mío. Nos mordíamos el cuello porque la
pasión se puso colorada y el momento apremiaba, pero lo de inocente nadie me lo
quita y morí en sus labios cuando su sonrisa Colgate que tanto desearía tomarle
una fotografía y ponerla bajo mi almohada para soñar bonito pensando en ángeles
de esos, se detuvo ante mí, dejándome en stand
by, como que para tu coche, cuñao.
This is love, sir, confirmé
sonriente.
Me avergoncé cuando después de un beso lleno de todo y
mordidas, volteé y me quedé en la mirada del retrato de mi tata que hace seis
meses nos dejó y hoy recuerdo con pesar su partida (porque ella nunca dejó de
sonreír, de mandar ajos y cebollas con esa boquita de caramelo; y seguro por
eso soy yo así, y seguro por eso me enamoré de Brenda, porque nunca deja de
sonreír, porque nunca deja de ser como es, porque nunca deja de enamorarme día
a día, aunque no la vea en cada puesta del sol ni cuando la luna se aproxima a
espiarnos en nuestras actividades turbias y sombrías).
El espacio era oscuro y Sabina proponía. La luna es una vaga, manchada de alquitrán… Le
cantaba al oído, pero ella prefería rock ochentero, argentino, algo de Soda, me
dijo, y la consentí; me miró como nunca me había mirado y entonces me dejé llevar
por ese sendero que nunca había querido explorar, y ahora quiero y me desespera
cuando no camino por ese surco que ella cuando puede y quiere me enseña. Pero
Sabina no se quedó ahí, porque yo le cantaba al oído, pero a ella no le
gustaba, es español, me dijo; y me besó no sé si para callarme o porque ya
habían pasado unos buenos minutos sin probar lo que es suyo.
Si
quieres quererme, voy a dejarme querer; si quieres odiarme, no me tengas piedad…
¡Ay, Sabina, por la puta madre! Y me volvió a besar mordiéndome la boca, porque
es suya y eso es permitido en el juego amatorio. Sabina cantaba en mi cabeza,
pero yo me dedicaba a besarla con vocación de servicio mientras le
recitaba una canción del español que
nunca se enteró, y me besó con tanta pasión que me hizo sudar y no reconocí mis
manos porque ni sé por dónde fueron y llegaron; entonces le recité un par de
canciones más y pues ya había encontrado el secreto para sentirme vivo y con
huevos para decirle que más que un beso, quiero de ella su corazón joven que
merece mucho, esperando no desgraciarla.
La noche nos había esperado. Y fue cómplice de esta
locura llena de… Las estrellas se juntaron para ser testigos y la luna espiaba.
Un beso elegante firmó la primera escena, el comienzo de este largometraje que
empieza a embellecer el cinema diario, con rollo hasta por gusto y mordidas al
gusto del veedor, sin la puta censura de por medio.