1
Cuando desperté, no abrí los ojos. Cuando
desperté, escuché a todo el mundo menos mi propia voz. Vi que eran las ocho de
la mañana y que el sol aún no vestía de amarillo al cielo celeste. Jugué con
mis larguiruchos dedos como todos los amaneceres en este departamento estrecho.
Sentía una voz ronca y anciana, otra fluida y joven. Sentía que me acariciaban
el pelo trinchudo con una paciencia envidiable, y el trinche que llevo
orgulloso saludó a todos parándose de su cómodo asiento. Eran las nueve. Perdí
mi examen, pensé alegre. El cubrecama calló al suelo ayudado por mis pies
pálidos. Un primer bostezo se notó. Eran las diez. Yacía boca abajo pensando en
el beso que me robaste, jugando con mis labios rojos, inseguros. Eran las once.
El sueño volvió desde no sé dónde. El sol lo sentía en mi espalda y las gotas
de sudor empezaron a iniciarse en mi frente sin líneas para luego caer y confundir
con la baba que diario dejo en la almohada compañera de esas noches tan
difíciles. Eran las doce y en un dos por tres fue la una con veinte. Perdí mi
examen, repetí; y una carcajada solté y no paré hasta la una con treinta. Mi
padre entró y él dice que me encontró con los ojos cerrados parado en la cama,
saltando y riendo como estúpido. De pronto, desperté desesperado a las ocho con
diez porque el reloj de la realidad real así lo decía y confirmaba; y exclamé
con alivio que ya no perdería el examen, siempre y cuando me apresurara para
llegar a las nueve al instituto.
2
Las semana santa había pasado no tan alegre, pero
sí bien borracha y con la resaca en la cabeza. Prendí el televisor después de
cuatro días y agarré un periódico después de seis. Mineros siguen en el
socavón, leí un titular. Fin del Mundo en Chosica, leí en otro. Y justo pasa
todo eso en estos tiempos que el que menos piensa que un terremoto nos dejará
en nada, y puede ser que de verdad pasará, quién sabe; y puede ser que nunca
pasará, quién sabe. Un amigo de Chosica me llamó el lunes para pedirme ayuda,
ven para mi casa, le dije y ahora vive conmigo. Leí el blog de Gustavo Faverón
y qué blog, señores; es mi diario cibernético y sin tanta huevadita, de frente
al punto, sin asco, duela a quien le duela y sóbate y párate, cuñado. Gracias a
ese blog me enteré minuciosamente de lo que pasó, y busqué en internet todo y
ahora mi amigo ya no quiere volver: perdió su casa, su familia, su pasado… Ayer
un helicóptero cayó en la azotea de una casa en el Callao, sus tres tripulantes
resultaron heridos; el helicóptero, es pura chatarra. ¿Qué está pasando? ¿Debemos
tener cuidado? Sí debemos tenerlo. Debemos de cuidarnos y de cuidar al del
costado, y más en estos tiempos que vivimos días confusos y sombríos.
3
He dejado el libro de Tolstoi por un tiempo, y no
porque se me hacía pesado porque la prosa del ruso es de lo más sencilla y
fluida. Me han prestado un libro de Anne Holt, una lesbiana norteamericana que
es una de las más importante escritoras de novelas policiales. Esa es mi razón
de dejar en stand by Resurrección. ¿Qué
a quién le interesa? A nadie, eso es seguro; sólo quiero pintarme bonito como
lector de novelas raras y escritor de crónicas sonámbulas.
4
Pongo el diario en el suelo para que el perro
orine. Apago el televisor. Apago el monitor de la computadora. Trato de
conseguir la siesta que no consigo hace buen tiempo, rogando que sea sin sueños
ni alucinaciones ni recuerdos vagos hacia el más allá y hacia el más acá.
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