lunes, abril 16, 2012

PASOS LLENOS DE GREEN


A todos los lanzas.

La noche me había encontrado en Larco, 
caminando sin dirección.

Las mujeres salían de sus oficinas y hacían sonar sus tacos en la vereda ancha de la avenida. Unas iban a paso raudo, presurosas por llegar a sus casas a hacer sabe qué; otras, meneaban sus caderas cubiertas por una falda negra ceñida, con un pucho largo que se consumía más entre los dedos que entre los labios. Iban solas y acompañadas, riendo y soltando carajos; la mayoría, con los labios pintados de rojo pendejo, contestaban llamadas cada cinco minutos.

Las gentes llenaban la larga acera tan concurrida cuando la luna dice presente y se posa como contemplándonos. Y las mujeres modelaban y los hombres salían fachosos con el peinado de moda, con tareas de conquistador. Y yo ahí, como el fotógrafo oficial del momento, sentado en una banca como mirador, observando el mundo en el que vivo desde una perspectiva distinta, disfrutando, armando el rompecabezas social, no sintiéndome parte de este plano tan cojudo.

Y los señores pasaban mirándome diferente, una mezcla de miedo con… con… pues qué será, sir. Unos llevaban colgado de su cuello una cámara Canon y hablaban inglés y español bien notorio. Levantaban su cámara para inmortalizar el día que visitaron el casino dorado en toda la esquina con Benavides, imponente; y seguían caminando, y parlando.

De pronto, volé porque lo quise.

Y en un momento yo era el que caminaba por aquellas calles desoladas del barrio donde crecí. En cada paso recordaba las esquinas que alguna noche fueron mías y aquellas paredes que aceptaron mi espalda cuando algo malo pasaba en casa. Me senté en un parque y el sentir tranquilo me llevó cuando tenía cuatro y no sabía nada, y no quería nada, y todo estaba pintado para lo colorido y la felicidad inocente desde la mañana hasta el beso de buenas noches; cosa que hoy ya ni los rezagos.

Iba sin rumbo por el rumbo que tuvo mi niñez, leyendo una  novela policial que me han prestado y no pienso devolver. El humo green que salía de mi boca formaba una nube negra que me acompañó desde las doce con veinte; y los pasos que daba ni los sentía, y mi vista fatigada se perdía en las páginas de aquel libro de ley y orden y aventuras tenebrosas.

Y estuve como zombi en esos caminos que siempre caminé y por primera vez sentía míos. Jugaba al estúpido, y los ojos me ayudaban. Zigzagueaba por la pista maltratada; perfecto contexto lunar, porque me sentí volando y hablando de las mil y una noches que nunca he vivido jamás.

Maltraté mi vestuario elegante al tirarme boca arriba en plena pista para contar las estrellas y tocarlas para regalárselas a una chica bonita que he conocido. Un puente fantástico nacía desde donde yo estaba y subía lentamente hasta la parte más próxima a la luna, se dejaba ver cerca pero no tocar, te escuchaba y si se sentía a gusto te respondía susurrándote al oído. Nunca me interesó nada más. Nadie me interesó más. La noche estaba plena y la doña reinaba desde el trono más alto, tan cerca al infinito.

Abrí los ojos.

Seguía con el trastorno, y la fantasía tomó un lugar privilegiado. Comencé a hablar solo y sentía que todos me escuchaban y respondían, y al terminar la ponencia un mar de aplausos y reverencias cayeron desde el cielo raso y se dejaron estar, y me dejé estar.

Si recuerdo como llegué a mi casa es porque seguro toqué el timbre a altas horas de la madrugada y me bañaron con agua fría, y me cayeron un par de bofetadas que me despertaron en one a las cuatro con quince; y aquí estoy...

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