Y la aflicción ya no es igual. Los jóvenes esperan
estos días para desocupar la mochila llena de cuadernos y apuntes universitarios,
para llenarla de comida y licores que en
el camping en alguna playa desolada los salvará de vivir un vía crucis este
feriado largo. Porque mis contemporáneos ya guardaron su botella de ron en la
mochila Rip Curl y coordinan por Nextel qué playa, qué gente, qué diversión.
Y la aflicción ya no es igual, por eso digo. Los
viejos miran por su ventana y ven al chico apitucado de billetera gruesa,
amarrar su tabla de surf al techo de su carro y meter paquete tras paquete y
botellas marrones, coolers; y las sonrisas que los adolescentes posan bajo el
sol que se ha puesto, y que te invita a vivir todo lo que no hiciste en el
verano en estos cuatro días al sur de Lima.
Y la aflicción ya no es igual, entonces. Los
viejos comen pescado y antes del almuerzo familiar en la mesa circular rezan
tres Padrenuestro y un Avemaría, y el Credo. Pero antes esperaron las doce para
rezar el Angeluz con devoción admirable, y golpearse el pecho como siempre. Y
los muchachitos desde la mañana empezaron con tres chelitas al polo para calmar
al gringo que arrocha, pues son los previos a la noche de buena juerga. Y meten
al carro lo justo y necesario; el pisco
va conmigo, se escucha por ahí.
Y la aflicción, ¿cuál? Entonces el pequeño de la
casa coge una pelota y grita y jode y salta y corre; y la madre lo agarra de
los pelos y le dice que eso no se hace, que hoy y mañana se tiene que estar
tranquilo, porque Papalindo se molestará mucho. Y el angelito se sienta y se
aburre y maldice; prende el televisor y se pega a las películas de jueves y
viernes santo, y aprende; y en la noche su mamá le apaga la lámpara para que
descanse cuando de pronto el niño abre los ojos y le comenta entusiasmado que
vio a Jesús tan pequeño como él, caminando con un traje largo por senderos que
él ni se imagina que aún existen, pero no en la mente de los jóvenes que bien
entrada la noche estarán con el ron bien adentro en sus estómagos, visitando
Jerusalén por el green que los hará
reírse como nunca y siempre.
En estos tiempos donde los vientos huracanados
llegaron al Japón y la tierra tiembla más fuerte que nunca en México y Chile, la
aflicción se queda en los viejos que mantienen la tradición. El respeto por el
que vino cierto día se muestra en los bigotes y en las canas delicadas, en los
párpados cansados, en los zapatos y la buena facha al entrar a la iglesia, en el
rezo solitario adentro de las cuatro paredes que se confunden con tus llantos y
pesares cuando la noche llega jodida.
En estos tiempos donde se mata porque simplemente
se quiere jalar el gatillo, la aflicción se va en las cervezas de los muchachos
estos cuatro días de recreación. El feriado largo se muestra como una buena alternativa
para alternar juegos y risas y botellas y que el humo de nuestro inconsciente
zigzagueé por el cielo celeste con sol fuerte, que se disipe en compañía de un gracias Diocito que sueltas porque
recordaste que en esta fecha algo pasó con el que vino para morir, y seguro,
para salvar nada.
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