Es
un día gris, como los que siempre me tocan. En la brea, las sucias crazy combis vuelan cual flechas de
cupido, hacen carreras y se cruzan y chillan con los claxon, coqueteando con la
muerte que acecha en la pista de Chorrillos. Y sube sube, pisa pisa, gritan en plena marcha los cobradores,
sacando medio cuerpo por la débil mica que llaman ventana, luciendo una típica
gorrita deportiva de marca trucha y logo gringo. Llaman a la gente escupiendo
las palabras, sacando pecho, mascando chicle, alargando el brazo y dejando el
olor rancio de su sobaco en las narices de los cansados peatones que esperan el
bus que los llevará a su destino.
Unos
borrachos que yacen al pie de algún poste de alumbrado público, rascan el piso cobijándose
en la pichi y caca de cuanto perro pasó, y jugueteando con botellas de Pilsen
Callao con el pico roto. Otros, balbucean, tirados en las bancas del parque con
un tremendo campus de tierra y árboles flacos y podados y palomas que te cagan
desde lo más alto que ni las ves y sólo maldices y las mandas a la mierda, y te
vuelven a cagar, como riéndose de tu desgracia.
Y
las más viejas salen a caminar con sus nietos, los pasean en coches o los
tienen bien agarrados de la mano. Lucen el hábito morado cubierto por un saco o
abrigo porque ya llegó octubre y como costumbre, todos los santos años, es su
ropa diaria y salen y caminan y pasean al perro y juegan con el nieto, llevando
a Cristo, rindiéndole un homenaje diario, venerándolo con el traje que siempre esperan
vestir en el décimo mes del año. Esperan al primer día del mes y lo desempolvan
porque estaba guardado en el clóset, llenándose de moho y suciedad que no
margina por religión ni edad ni clase social. Lo sacan con cuidado, poniendo
suave las manos, cogiendo delicadamente el ropón que cubre el cuerpo entero y
queda sujeto por un cordón blanco, delgado o ancho, nuevo o viejo, depende la
dueña.
Cinco
pe eme de un miércoles malcriado. Doña Julia vive en el tercer piso
departamento 302 del Edificio Residencial Acapulco del rico Chorrillos. Es una
viejita de pelo blanco que desde hace catorce años camina encorvada, con la
mirada enterrada y la sonrisa coqueta, ayudándose por un bastón de madera que
le facilita el paso cansado. Yo, salgo a comprar pan a las doce, gozando de mi
vida ociosa, y me recuesto en el viejo árbol que está saliendo del edificio y
que soporta jóvenes parejitas calentonas cada noche de rumba. Junto mi espalda con
su tronco y me siento aturdido por los claxon que hacen apresurar a los demás carruajes
y molestar a las gentes que esperan y esperan, como yo, riéndome del caminar
apurado de unos negros que van por aquí y por allá, en busca de relojes
plateados en muñecas débiles, de carteras sostenidas por mujeres tristes, de
patinetas montadas por niños indefensos que visten pantalón pegadísimo y camisa
de cuadraditos multicolores por la rica moda skater. Y en esa marea caótica de gentes y combis y choros y perros
calatos que persiguen gatos techeros, doña Julia sale a pasear por la Alejandro
Iglesias, despacito, arrastrando los pies, y cuando me ve, me alza la mano y me
pongo en firmes decidiendo acompañarla a su acostumbrada travesía urbe que el
doctor le ha recomendado porque ayuda para la buena circulación de la sangre.
Y
contemplo su hábito morado ajustado por un cordón blanco, delgado y viejo. Le
pregunto que desde hace cuántos años viste el traje en octubre, y me responde, con
nostalgia y los ojos vidriosos, desde que
mi mamá murió: ella lo usaba, y yo la sigo, porque un día cuando caminaba con
ella me dijo que yo debía hacer lo mismo, e ir a la procesión, seguir al Señor,
oler el incienso y la mirra y escuchar los cánticos de las señoras… y mírame,
ahora vieja y así, soy cantora y este es mi último año en la hermandad donde mi
mamita estuvo como diez años, papito lindo. Me quedo perplejo y en el dudar
de mis acciones le pregunto que si le gusta seguir al Señor o sólo lo hace por
su madre. Me mira, me acaricia los cachetes y sonríe, que soy un muchachito
loco, me dice, el Señor siempre nos guía
y mi madre está mejor allá arriba, me evade, me cambia de tema, me caga, me
calla, y caminamos lento, sonriendo y tirándole flores a la buena labor del
chino alcalde de Chorrillos city.
Voy
por la calle, andando al compás de doña Julia que, prendida de mi brazo
izquierdo cual quinceañera presentando a su chambelán, saluda a todas las
viejas, sonriendo y alzando la mano como Miss Perú, que hola, mamita linda, le dice a una, corazoncito mío, buenas tardes, le dice a otra que no usa bastón
pero sí unos lentes-poto-de-botella que pareciera que ni con eso logra distinguir a su hijo maricón que la saluda
desde la otra acera. Veo que la cegatona también luce el hábito morado cubierto
por un sacón verde oscuro y una chalina recontra gruesa que la salva del frío. Entra
a la tienda pidiendo cosas desde la puerta, una botellita de aceite y un paquete
de sal, paga con un billete de diez
soles y se va, caminando ligerito, rapidito, nos cruza, se me quema el arroz, Julita… le dice a la doña que al escucharla,
levanta la mirada que clava en los baches y le hace adiós, sin voltear,
agitando la mano.
El
cielo se está poniendo anaranjado y las señitos salen a caminar por el malecón lleno de piletas y luces y carros y el
sonido de las olas que mueren en la orilla y vuelven jalando los peces de Grau y
suspiros de templados y locos calatos y artistas lanzas y estonazos por
vocación. Lo recorren porque el doctor les dijo que caminen una hora al día,
mejor si es cuando cae el sol y respirando aire fresco, y si es cerca al mar,
por la arena, a pie cala y enseñando los juanetes, mucho mejor. Y salen, todas,
con el hábito morado apretado a la cintura por el cordón blanco, deshilachado por
1) viejo e 2) instrumento sustituto de la correa mojada y el San Martincito con
espinas. Y salen las de antaño, se saludan, se hacen gestitos en pleno trayecto
Pescadores-Agua dulce, ida y vuelta, cuchicheando alborotadas e inhalando por
la nariz y exhalando por la boca, lento, muy lento, a pasito de tortuga, señora
mía, que se aloque el bobo que ya va por los descuentos, señora mía. Todas,
uniformadas de purple por ser la moda
de octubre, cumpliendo con la anual veneración al Señor de los temblores que
sale en procesión por las calles limeñas, calles por las que los más achorados,
van y vienen y huelen y se alegran por el tesoro escondido en una bolsita
blanca o en unos retazos de papel periódico que venden en el sitio más caleta
del pendejo Centro de Lima, o la hierba happy
que te la juegan al choque de palmas o en el cuchitril que queda en medio del
callejón de un solo caño que no conoce de agua.
Chorrillos,
octubre del 2012.