sábado, octubre 13, 2012

CRÓNICA DEL BELLO DURMIENTE

UNO

La habitación es chica: dos veladores, un mueble para el televisor y disc compacts, una cómoda que las polillas adoran, una silla donde cuelga la ropa del día y una cama de dos plazas que se hunde por el peso del ocupante. Un amarillo sobrio pinta las paredes que lucen sin raspones ni manchas enormes, excepto detrás de los veladores donde tres rayas y una mancha como de leche derramada malogran el regular pintado. Cuadros del Alianza Lima están colgados en tres paredes, y en la que da a la cabecera de la cama luce colgada la camiseta del gran César Cueto. El cuarto huele mal, a pedo pichi caca poto. La ventana siempre permanece cerrada. La luz de la lámpara, prendida.

DOS

Sigue durmiendo. La puerta de su habitación maloliente está cerrada con seguro, hay unas marcas de pisadas y unos rasguños a la altura de la chapa. No se escucha nada, ni nadie. El silencio comienzo a cuchichear.

TRES

Los rayos del sol se meten por la ventana pero no logran abrirle los ojos, ni molestarlo, ni hacerle cosquillas. Se quita la frazada estirando la velluda pierna, pateando instintivamente. Cambia de cachete, se voltea rápido y continúa babeando la almohada fofa.

CUATRO

Siente que su madre le habla y se pone en firmes de un solo salto, al costado de la cama, con los ojos como salidos. Habla, susurra, le dice que todo va a estar bien, le miente, sonríe, mira al techo, vuelve a sonreír, vuelve a mentir. Se vuelve a recostar, y ayudándose con los pies se tapa hasta la cintura y cierra los ojos con el recuerdo de su madre que juguetea en su cabecita stone.

CINCO

Su madre murió hace un año y medio y él aún no lo supera. Está derrumbado, está dolido, está hecho una verdadera mierda. Vive solo en un departamento barranquino, frente a un parque que es campo de borrachos y putas y drogadictos y arrechos jovencitos cada fin de semana, y al costado, una asistencia pública donde sólo saben colocar curitas y gasa y estabilizar la presión arterial. En esa asistencia pública falleció su madre, una madrugada rara y fría, muy fría.

SEIS

El televisor se prende de improvisto, ha sido programado para encenderse a las nueve con treinta en el canal 8, en el programa de las noticias deportivas. Haciendo el menor esfuerzo, coge el control remoto de su mesita de noche y tanteando dar en el punto de la tele, aprieta varias veces el botón de apagado y tras muchos intentos, el televisor cesa y vuelve a negro.

SIETE

El señor del 301, como todos los santos días, comienza a hacer gárgaras a las diez o’clock. Se limpia la boca, la garganta, el esófago, la faringe, la laringe, los dientes, la lengua, el estómago, los pulmones, qué no se limpia ese huevón… Produce sonidos maravillosos que no lograría una guitarra, ni un cajón peruano. Es un beat boxer, y no lo sabe, está perdiendo plata, que alguien le diga, alguien, por favor… Qué cojudo ese causita, segurito que no sabe lo que es beat box. Qué tremendo cojudo, cojudazo, tiene una boca privilegiada ese hijo de puta que me jode todas las mañanas, siempre treinta minutazos.

OCHO

El bello durmiente comienza a hablar solo, habla dormido, tratando de abrir los ojos, despegarlos de los párpados que lo aprisionan a seguir jateando plácidamente. Balbucea, grita, se tranquiliza, insulta, susurra, pelea, jode, gime, ladra, ríe, se lamenta… dormido.

NUEVE

Un hambre voraz lo hace pararse de la cama a regañadientes. Se acomoda el short, se pone un polo maltrecho que encuentra en el piso y abre la puerta con furia contenida. Camina arrastrando las pantuflas, arrastrando la infelicidad que lo acompaña adonde vaya. Saca un pan de la bolsa de papel que está en la alacena y mastica mirando fijo a la nada. Actúa compungido, y de los ojos que le saltan automáticamente por el consumo de drogas, una lágrima es la cerecita del pastel que recorre su pómulo prominente hasta caer en un cuadro de loseta de la cocina. Y, con el ceño fruncido, pasa el bocado, cierra la alacena y se va de la mano con la mierda revuelta, y la cabeza gacha.

DIEZ

Despierta y con el dedo índice babeado se saca las legañas que le joden al querer abrir bien los ojos tristones. Se mira en el espejo y se pasa la mano en los cabellos negros como peinándose, se desenreda el pelo y como le duele hace gestos con la boca y pestañea y juega con la lengua. Sonríe mientras se huele la mano, mientras se mira en el espejo jugando con los perfumes y el labial de su viejita.

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