lunes, noviembre 26, 2012

MIS TARDES EN UN CINE

Ejecuto pasos de bailes exóticos, contorneando mi cuerpo flacuchento, ante la mirada cojuda de los chicos que se olvidan de repartir bebidas gaseosas y comer pop corn para verme y sonreír placenteramente. Me toco y soy una draq queen sin ropa extravagante y maquillaje multicolor. Una vedette novel que se ensucia las manos de grasa y saca combos de Coca-Cola con panes con hot dog larguísimos, lo más rápido posible, pensando al segundo, escuchando y haciendo, diciendo y volando, siempre en puntitas para estar más agiles y al acto con el cliente que espera ver su película atragantándose bien rico en la última butaca de la sala 3D.

Converso con E, una directora peruana de cine. Apoyo mis codos al mostrador donde vendo y vendo, y encorvado, le hago el habla coqueta a la coqueta que me ha visitado al trabajo. Hablamos de pastillas, de pura mierda, de chucherías. Ha ido al cine a ver una película de terror, una de las tantas que han entrado a la nueva programación. Me cuenta, adormitada, que la película fue un bodrio, que no existe otra película más asquerosa que esa, que debería haber devolución de dinero cuando el cliente se caga de sueño y se coloca en posición fetal para encontrar la muerte deseada y dejar de ver un largometraje americano tan cochino como Bush. Me habla en sueños, tiene los ojos chinos y el pelo amarrado por una pita gastada. Se recuesta, de vez en cuando, en el mostrador. Me deja ver más allá de una simple blusa anaranjada y suelta... muy bonita, por cierto. Me cuenta, además, que hay varias películas de terror que han venido al Perú y las han acogido como grandes proyectos y las han venerado, y nada que ver, el tiro por la culata, otra más para dormir. Con cuántos largos me he quedado jato, me dice, y se caga de la risa, aplaudiendo como chibolo festejando su propia payasada.

La conversa cambia de rumbo y el jugueteo maricón traspasa los límites prohibidos. F pasa por mi lado y me besa el cuello. Sonrío y lo presento en sociedad. (F es moreno, alto, guapetón. Siempre tiene el pelo engelado y mojado. Se ha hecho mi amigo y compañero de conversas nocturnas. Es, un ángel, un proyecto de amigo ideal que todos esperan pero nadie tiene, salvo yo y los chicos del cine). Y, le digo a E que es mi pareja, que no hay nadie como él. E me mira, sonríe, se tapa la cara y comienza a susurrar algo que yo ni escucho ni entiendo, pero pinto una sonrisa en mis labios aceptando la gracia. Ella sabe que es una broma, pero me dice que soy un rico maricón, un bonito, y me empieza a hablar de la homosexualidad como hablar de qué has tomado de desayuno hoy y me crea un guion en el acto de una idea pastrula que se ha inventado al escuchar a dos lesbianas que han ido a comprar dos canchitas medianas y un hot dog jumbo con harta pero haaaarta mostaza.

Hay barullo y comienza la catana y los pedidos de todo un poco, minutos antes de que algún muchachón de polito azul bien sucio y visera sin pega pega grite que a su sala ya pueden ingresar dejando el boleto rosado y consintiendo su  veloz chequeo a los paquetes. Es como un juego que nunca termina, y los jugadores nunca se cansan, los de adentro y los de afuera, los que piden y refunfuñan y quieren todo para ayer, y los que hacen y corren y gritan y sacan bandejas negras llenas de chucherías que los comensales cargan felices y van adonde se va a proyectar la película que han sabido escoger.

Cuando la marea baja y las gentes están adentro de las salas con el aire acondicionado a mil, nos recostamos y suspiramos y nos vamos a mojar la cabeza en el baño, descansando de la chamba jodida y los olores a canchita y el pegoteo al poner el brazo en cualquier lado, porque la gaseosa se derramó y ahora toca la operación limpieza. Hay muchos caídos… unos, se sientan en el suelo lleno de grasa y boletos rotos; otros, se quedan en el baño quince minutos y los más cansados (me incluyo), se llevan a un cuartito prohibido las bebidas que nunca salieron como pedido y de un solo sorbo se la toman y dejan para que el compañero que llegue también sacie su sed. Y comen canchita escondiéndose de todos. Y juguetean entre sí, riéndose a carcajadas, y vociferando cual reunión hablando de las ex que te siguen jodiendo y los chicos que te gustan y esos ojos lindos y esa carita de pasaporte y qué haras más tarde, darling… ¿un puchito? ¿puede ser?.

Y así se pasa la tarde gris en un cine donde creo trabajar. Todos, hablando de la novela que no pueden ver porque tienen que marcar tarjeta antes de las dos con treinta. Barriendo para hacer finta cuando los supervisores pasan a chequear qué hacen estos chibolos del carajo, qué hablan, porqué están conglomerados en una esquina, carajo… Así, se me pasan las nuevas tardes que ya me estoy acostumbrando a recibir sin mala gana ni el puchero de cólera.     

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