Ejecuto pasos de bailes
exóticos, contorneando mi cuerpo flacuchento, ante la mirada cojuda de los
chicos que se olvidan de repartir bebidas gaseosas y comer pop corn para verme y sonreír placenteramente. Me toco y soy una draq queen sin ropa extravagante y
maquillaje multicolor. Una vedette novel
que se ensucia las manos de grasa y saca combos de Coca-Cola con panes con hot dog larguísimos, lo más rápido
posible, pensando al segundo, escuchando y haciendo, diciendo y volando,
siempre en puntitas para estar más agiles y al acto con el cliente que espera
ver su película atragantándose bien rico en la última butaca de la sala 3D.
Converso con E, una
directora peruana de cine. Apoyo mis codos al mostrador donde vendo y vendo, y
encorvado, le hago el habla coqueta a la coqueta que me ha visitado al trabajo.
Hablamos de pastillas, de pura mierda, de chucherías. Ha ido al cine a ver una
película de terror, una de las tantas que han entrado a la nueva programación.
Me cuenta, adormitada, que la película fue un bodrio, que no existe otra
película más asquerosa que esa, que debería haber devolución de dinero cuando
el cliente se caga de sueño y se coloca en posición fetal para encontrar la
muerte deseada y dejar de ver un largometraje americano tan cochino como Bush.
Me habla en sueños, tiene los ojos chinos y el pelo amarrado por una pita
gastada. Se recuesta, de vez en cuando, en el mostrador. Me deja ver más allá
de una simple blusa anaranjada y suelta... muy bonita, por cierto. Me cuenta,
además, que hay varias películas de terror que han venido al Perú y las han
acogido como grandes proyectos y las han venerado, y nada que ver, el tiro por la
culata, otra más para dormir. Con cuántos largos me he quedado jato, me dice, y
se caga de la risa, aplaudiendo como chibolo festejando su propia payasada.
La conversa cambia de
rumbo y el jugueteo maricón traspasa los límites prohibidos. F pasa por mi lado
y me besa el cuello. Sonrío y lo presento en sociedad. (F es moreno, alto,
guapetón. Siempre tiene el pelo engelado y mojado. Se ha hecho mi amigo y
compañero de conversas nocturnas. Es, un ángel, un proyecto de amigo ideal que
todos esperan pero nadie tiene, salvo yo y los chicos del cine). Y, le digo a E
que es mi pareja, que no hay nadie como él. E me mira, sonríe, se tapa la cara
y comienza a susurrar algo que yo ni escucho ni entiendo, pero pinto una
sonrisa en mis labios aceptando la gracia. Ella sabe que es una broma, pero me
dice que soy un rico maricón, un bonito, y me empieza a hablar de la
homosexualidad como hablar de qué has tomado de desayuno hoy y me crea un guion
en el acto de una idea pastrula que se ha inventado al escuchar a dos lesbianas
que han ido a comprar dos canchitas medianas y un hot dog jumbo con harta pero haaaarta mostaza.
Hay barullo y comienza
la catana y los pedidos de todo un poco, minutos antes de que algún muchachón de
polito azul bien sucio y visera sin pega pega grite que a su sala ya pueden
ingresar dejando el boleto rosado y consintiendo su veloz chequeo a los paquetes. Es como un juego
que nunca termina, y los jugadores nunca se cansan, los de adentro y los de
afuera, los que piden y refunfuñan y quieren todo para ayer, y los que hacen y
corren y gritan y sacan bandejas negras llenas de chucherías que los comensales
cargan felices y van adonde se va a proyectar la película que han sabido
escoger.
Cuando la marea baja y
las gentes están adentro de las salas con el aire acondicionado a mil, nos
recostamos y suspiramos y nos vamos a mojar la cabeza en el baño, descansando
de la chamba jodida y los olores a canchita y el pegoteo al poner el brazo en
cualquier lado, porque la gaseosa se derramó y ahora toca la operación limpieza.
Hay muchos caídos… unos, se sientan en el suelo lleno de grasa y boletos rotos;
otros, se quedan en el baño quince minutos y los más cansados (me incluyo), se
llevan a un cuartito prohibido las bebidas que nunca salieron como pedido y de
un solo sorbo se la toman y dejan para que el compañero que llegue también sacie
su sed. Y comen canchita escondiéndose de todos. Y juguetean entre sí, riéndose
a carcajadas, y vociferando cual reunión hablando de las ex que te siguen
jodiendo y los chicos que te gustan y esos ojos lindos y esa carita de
pasaporte y qué haras más tarde, darling…
¿un puchito? ¿puede ser?.
Y así se pasa la tarde
gris en un cine donde creo trabajar. Todos, hablando de la novela que no pueden
ver porque tienen que marcar tarjeta antes de las dos con treinta. Barriendo
para hacer finta cuando los supervisores pasan a chequear qué hacen estos
chibolos del carajo, qué hablan, porqué están conglomerados en una esquina,
carajo… Así, se me pasan las nuevas tardes que ya me estoy acostumbrando a
recibir sin mala gana ni el puchero de cólera.
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