Morales es mi amigo y no
llega a los dieciocho. Es guapo, flaco, blanquiñoso y alto, muy alto. Siempre
usa el mismo peinado y el mismo perfume. Siempre viste bien, ropa de marca,
zapatillas de moda. Vive en un departamento chorrillano, con su incondicional
Skyper, su bigotón y pelinco schnauzer.
Morales hace un par de
meses que camina por la vereda del amor chibolo. Hace un par de meses que
juguetea con el bombeo ilusionado de su corazón al recibir un mensaje de su
amada. Deambula con ella por el limbo de edificios de quince pisos con la
melodía de los claxon que lo siente como una ejecución de piano, sonriendo y
haciendo ojitos. Conozco a su chica, la he visto por fotos: es simpática, chata
y flaquísima.
Cada vez que nos
juntamos para conversar, siempre me tiene que hablar de la chica que le gusta.
Lo escucho con atención, le aconsejo, nos cagamos de risa. De repente su
teléfono comienza a sonar, agacha la cabeza y comienza a escribir rápido, sin tregua.
Sé que está escribiéndole a su chica porque una sonrisa pendeja lo delata. Y
cuando deja el teléfono a un lado empieza con su ponencia del amor y esas
vainas que he preferido aislar por un tiempo. Que debería tener novia, me dice.
Le digo que mejor debería tener novio, uno fortachón y de ojos verdes, nos
reímos y un nuevo sonido del teléfono lo excita a sobremanera.
Ayer hemos salido a una
reunión y Morales no me ha hablado de su chica. Cosa más rara. Lo sentí frío y
distante. No quería tocar el tema. Se fastidiaba, se malhumoraba. Cuando su
teléfono sonaba, veía quién era y lo volvía a guardar, inmutado. Le pregunté
por ella, insistiendo. Me dijo que estaba bien, y me cambiaba de tema. Yo,
jodido, le pregunté qué le pasaba, qué había ocurrido con su chica que no
quería hablar de ella. Y ladró: que la chica le había dicho que no se enamore
de ella, que él merece algo mejor, que ella no es lo que él busca, que ella prefiere
la universidad que a él, que no sea cojudo. Me habló entre lágrimas, suspirando
por su loco amor no correspondido. Por esa ilusión que le desbordaba por los
poros y ahora lo manda a morder la almohada en plena noche de octubre. Esa
ilusión que le estruja el corazón y le desgarra lo más profundo de su alma. Que
lo hace escribir como un demente, poemas que rompe y quema a medianoche.
Ahora, Morales juguetea
con el destino que le ha dejado de sonreír. Ese destino que no le deja caminar
tranquilo y contento, enseñando la sonrisa Colgate, vociferando la ponencia
enamorada. Ese destino que lo devora y carcome. Ese destino que se traga las
putas páginas de su chibola vida como quien masca un chicle y lo escupe y antes
de que caiga le mete un señor patadón hasta mandarlo al carajo. Que se viste de
corto y agarra de pelota a su tristón corazón que está aventurándose en la
decepción adolescente. Ay, ese maldito destino que lo condena a la hoguera de
la soledad. Como me condenó a mí, cierta tarde del año pasado, cuando la morena
me dijo que no me quería, que no era buena para mí, que podía estar bien solo. Ay,
ese destino de mierda que le joroba la pita y le saca más lágrimas que María
Magdalena a los pies de la Santa Cruz. Ay, ese destino, hijo de la gran fruta, que
lo seguirá jodiendo hasta no verlo arrodillarse en chapitas de Coca-Cola, susurrando
el nombre de la muchacha, suicidándose despacito.
Hoy, Morales ha
despertado intentando rebelarse y romper sus cadenas con la fuerza que nace de
sus tiernos cojones. Quiere gritar. Quiere zafarse del dolor que le causa el
pobre amor perdido. Entonces afila los dientes y cumple con severidad las
lecciones para chillar en soledad. En su habitación, cuando duerme, cuando escribe,
cuando piensa en la chica que lo choteó: ahí chilla y gime y suspira, en la
soledad de sus cuatro paredes. Afuera se vuelve fuerte, happy. En la calle todos son fuertes, solos y contentos. Morales ha
amanecido con ganas de cumplir cada una de las pautas para conseguir el título
de payaso callejero, caminante achorado, cireador de putas de esquina,
hablantín de sexo sin poncho y cacherito de las amigas con mejor culo de la
facultad.
1 comentario:
gran comienzo en especial el primer párrafo
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