lunes, noviembre 14, 2011

LA TREGUA


La mañana nace cabrona, como siempre y todas. Trato de despertarme. Juego a despertarme. Pierdo el game, como siempre y todo lo que juego. Es difícil lograr despertarme. A veces pienso que no despierto del todo, hasta antes de volverme a echar a la cama, a las doce o una de la mañana, cuando soy consciente que la noche me ganó una vez más y es hora de descansar la mente y el cuerpo un día más. La acidez y molestia estomacal que me hacían morir de a poquitos no son las mismas de antes, han cesado, me han dado una tregua, me han dicho: te vamos a dejar libre un ratito, pajero, para que pienses que estás vivo y coleando, pero después… eso me han dicho, lo sé, estoy más que seguro, por eso no me confío de mi felicidad a medias, no confío. Lo bueno es que las molestias ya no me estropean las acciones mañaneras que solía tener y que había dejado de ejecutar desde que nacieron tremendos males. Y bueno, sigo, entonces pienso que dar unos pasos antes de empezar con la rutina diaria sería muy bueno. Camino un poco por el Malecón. Buenos días, amigo chorrillano. Ya no fumo, aunque sería hermoso oler el mar, fumando un Pall Mall rojo, a las ocho con diez, con toda la brisa en las narices. Pero no puedo fumar. No tengo que fumar. Tengo que intentar dejar el cigarrillo por mi bien, o por el bien de mis acciones mañaneras que han rejuvenecido causando mi parcial felicidad. Ahora tu rostro se metió en mis ocho con veinte. Y hazme el favor de devolverme mi corazón que te llevaste aquel diecinueve de medio año, sin permiso, mi amor. Digo que pensar en ti me sana de todo, me cura de todo, me hace bien, como la salsita romanticona del american-boricua, Marc Anthony. Y ahora caminamos juntos. Desde las doce con algo estamos juntos, entre cuadernos y lapiceros, de profesores a salones, correr por pasillos, subir por escaleras, bajar por ascensores y terminar en Larco cuadra seis o cinco, tirando ascos a Sise, donde nos conocimos, que es lo único bueno de ese lugar. Y nos llegó la una en Larco viendo sombreros raros como de marinero, decía yo, y cuánto te amo, pensaba yo, al mirarte; y tu sonrisa que me enamora a diario y que me cae mejor que el almuerzo, mi vida. Reímos como nunca y como siempre. Nos jodemos como siempre. Nos besamos en cada paso que damos y regresamos para darnos otro beso en la huella que dejamos. Y recién me pongo a pensar, después de un millón de besos, que contigo quiero estar siempre. Y un flash pendejo me deja cegato por un buen momento; amor, una fotito para el recuerdo, me dices, cuando la una con treinta agrega: come algo, huevón, que la tregua se acaba, se acaba.

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