La mañana nace
cabrona, como siempre y todas. Trato de despertarme. Juego a despertarme. Pierdo
el game, como siempre y todo lo que
juego. Es difícil lograr despertarme.
A veces pienso que no despierto del todo, hasta antes de volverme a echar a la
cama, a las doce o una de la mañana, cuando soy consciente que la noche me ganó
una vez más y es hora de descansar la mente y el cuerpo un día más. La acidez y
molestia estomacal que me hacían morir de a poquitos no son las mismas de
antes, han cesado, me han dado una tregua, me han dicho: te vamos a dejar libre un ratito, pajero, para que pienses que estás
vivo y coleando, pero después… eso me han dicho, lo sé, estoy más que
seguro, por eso no me confío de mi felicidad a medias, no confío. Lo bueno es
que las molestias ya no me estropean las acciones mañaneras que solía tener y
que había dejado de ejecutar desde que nacieron tremendos males. Y bueno, sigo,
entonces pienso que dar unos pasos antes de empezar con la rutina diaria sería
muy bueno. Camino un poco por el Malecón. Buenos
días, amigo chorrillano. Ya no fumo, aunque sería hermoso oler el mar,
fumando un Pall Mall rojo, a las ocho con diez, con toda la brisa en las
narices. Pero no puedo fumar. No tengo que fumar. Tengo que intentar dejar el
cigarrillo por mi bien, o por el bien de mis acciones mañaneras que han
rejuvenecido causando mi parcial felicidad. Ahora tu rostro se metió en mis
ocho con veinte. Y hazme el favor de devolverme mi corazón que te llevaste
aquel diecinueve de medio año, sin permiso, mi amor. Digo que pensar en ti me
sana de todo, me cura de todo, me hace bien, como la salsita romanticona del american-boricua, Marc Anthony. Y ahora caminamos juntos. Desde las doce con algo
estamos juntos, entre cuadernos y lapiceros, de profesores a salones, correr
por pasillos, subir por escaleras, bajar por ascensores y terminar en Larco
cuadra seis o cinco, tirando ascos a Sise, donde nos conocimos, que es lo único
bueno de ese lugar. Y nos llegó la una en Larco viendo sombreros raros como de
marinero, decía yo, y cuánto te amo, pensaba yo, al mirarte; y tu sonrisa que
me enamora a diario y que me cae mejor que el almuerzo, mi vida. Reímos como
nunca y como siempre. Nos jodemos como siempre. Nos besamos en cada paso que
damos y regresamos para darnos otro beso en la huella que dejamos. Y recién me
pongo a pensar, después de un millón de besos, que contigo quiero estar
siempre. Y un flash pendejo me deja cegato
por un buen momento; amor, una fotito
para el recuerdo, me dices, cuando la una con treinta agrega: come algo, huevón, que la tregua se acaba,
se acaba.
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