sábado, mayo 19, 2012

DÍA PARA MAMÁ


A mi bella 
y complicada mamá.

UNO

Es el día de la madre. Despierto con buen humor. Saludo a mi tata, la extraño. Me baño y me visto; mi padre me besa la frente y salgo hacia la casa de mi vieja.

DOS

Subo a la combi. Me siento al costado de una señora que apoya su cabeza en la mica de la ventana, cansada o triste. La siento sollozar y me incomodo. La miro de reojo, lleva sus manos a su rostro moreno y seca las lágrimas que se posan en sus mejillas. (No sé echarles edades a las mujeres, es una tarea complicada; pero de que cursa los cuarenta, sin dudas). Se tapa de la gente, se oculta, se avergüenza. Yo también me avergüenzo. Nadie le hace caso. Todos se hacen de la vista gorda. Yo la escucho y bajo la cabeza. Saca su celular y contempla una foto de un negrito ruloso, pateando un balón en algún parque. Llora, y se cubre la cara con las manos, dejando caer el teléfono. Disculpa, se te cayó, le digo, nervioso. Me mira, coge lo que es suyo, y vuelve a recostar la cabeza en la ventana, y vuelve a sollozar.

TRES

Corro al puesto de Marisol, una chica de diecinueve que ayuda a su mamá en el mercado. Conozco a doña Mirna desde hace mucho, pero ahora Marisol es la que vende y la que se encarga del puesto. No sé qué regalarle a mi mamá, le digo, apenado. Los chocolates nunca fallan, me dice, con la sonrisa de siempre. Le compro tres cajas de chocolates de diferentes diseños; las envuelve en papel de regalo, y me las da. Me dice que salude a mi madre, le digo que no se olvide de darle un beso enorme a doña Mirna. De pronto, cuando unos cuantos pasos me han separado del puesto, siento una voz decir: cholita, feliz día, ¿cómo está la bebé? No volteo, siento mi cara arder y escucho la voz contenta de Marisol respondiendo a sabe quién; sonrío y confirmo que la vida es maravillosa.

CUATRO

Camino en dirección a la casa del barrio donde crecí con dos rosas en la mano. Camino garbo, como caballito de paso. Siento que me miran. Siento que se ríen de mí. Siento que las señoras suspiran cuando paso. Siento que soy romántico. Llego a la casa de mi abuelita, abro la puerta y entro a la cochera. Cojo fuerte las rosas y los regalos. Abro la segunda puerta para subir las escaleras y los gritos de mi madre me hacen sentir en casa.

CINCO

Escribo una crónica pensando en mamá y escuchando sus gritos que mantienen viva mi alma: feliz día, viejita, por haberme parido. Feliz día por haberme parido macho, digo. Feliz día por siempre hablarme fuerte. Feliz día por abrazarme hasta quebrarme los huesos. Feliz día por ser fuerte, por pisar fuerte, por hacerme saber que siendo fuerte de alma y corazón se llega muy lejos. Feliz día por hacer de mí un hombre de bien, y yo contradecirte. Feliz día por sacarte la mierda por mis hermanos. Feliz día por llegar tarde y descansar, y al día siguiente lo mismo. Escribo más, pero prefiero guardar el texto y amar en silencio.

SEIS

Voy en busca de un café caliente, a las ocho de la noche. Camino por donde caminé dieciocho años. Me encuentro con amigos que saludo y abrazo y beso, y me sacan una sonrisa pendeja. Me encuentro con personas que nunca pensé encontrarme, menos en el barrio donde crecí. Vuelvo. Apuro el paso por una calle solitaria, por el frío y sin temor alguno. Escucho silbidos. Escucho gritos. Los gritos los escucho más cerca y los silbidos de pierden en la fría noche. Una pareja discute en la esquina de la calle. El niño que iba de la mano de la mujer, se logra soltar y se sienta en la vereda; empieza a llorar. Camino lento, amargo. El hombre le pega en la cabeza a la mujer, gritándole. La mujer baja la cabeza. El niño llora y grita, sentado en el piso. El hombre para un taxi. Trato de ayudar, y el hombre me mira como para matarme, y la mujer me hace una señal de alto, que no es mi problema, logra decirme. El niño llora más fuerte. Nadie sale por las ventanas de sus casas. Todos celebran el día de la madre. Nadie escucha nada. El hombre mete a la mujer al auto, carga al niño y lo empuja para que entre. Bajo la cabeza. El taxi pasa por mi lado y el hombre clava su mirada feroz en mis ojos que no tardan en hacerse agua. Ya no quiero el café.

SIETE

Mi madre se come los chocolates que le he regalado. Se empacha. Tiene hinchada la barriga. Me agradece por el día que he pasado con ella, le digo que era lo que al menos tenía que hacer. Me hace la señal de la cruz en la frente y salgo de la casa del barrio donde crecí.

1 comentario:

Jorge Díaz Martínez dijo...

Me ha gustado el "tres", mucho.