A mi bella
y complicada mamá.
UNO
Es el día de la madre. Despierto con buen humor.
Saludo a mi tata, la extraño. Me baño y me visto; mi padre me besa la frente y
salgo hacia la casa de mi vieja.
DOS
Subo a la combi. Me siento al costado de una
señora que apoya su cabeza en la mica de la ventana, cansada o triste. La
siento sollozar y me incomodo. La miro de reojo, lleva sus manos a su rostro moreno
y seca las lágrimas que se posan en sus mejillas. (No sé echarles edades a las
mujeres, es una tarea complicada; pero de que cursa los cuarenta, sin dudas). Se
tapa de la gente, se oculta, se avergüenza. Yo también me avergüenzo. Nadie le
hace caso. Todos se hacen de la vista gorda. Yo la escucho y bajo la cabeza.
Saca su celular y contempla una foto de un negrito ruloso, pateando un balón en
algún parque. Llora, y se cubre la cara con las manos, dejando caer el
teléfono. Disculpa, se te cayó, le
digo, nervioso. Me mira, coge lo que es suyo, y vuelve a recostar la cabeza en
la ventana, y vuelve a sollozar.
TRES
Corro al puesto de Marisol, una chica de
diecinueve que ayuda a su mamá en el mercado. Conozco a doña Mirna desde hace
mucho, pero ahora Marisol es la que vende y la que se encarga del puesto. No sé qué regalarle a mi mamá, le
digo, apenado. Los chocolates nunca
fallan, me dice, con la sonrisa de siempre. Le compro tres cajas de
chocolates de diferentes diseños; las envuelve en papel de regalo, y me las da.
Me dice que salude a mi madre, le digo que no se olvide de darle un beso enorme
a doña Mirna. De pronto, cuando unos cuantos pasos me han separado del puesto,
siento una voz decir: cholita, feliz día,
¿cómo está la bebé? No volteo, siento mi cara arder y escucho la voz
contenta de Marisol respondiendo a sabe quién; sonrío y confirmo que la vida es
maravillosa.
CUATRO
Camino en dirección a la casa del barrio donde
crecí con dos rosas en la mano. Camino garbo, como caballito de paso. Siento
que me miran. Siento que se ríen de mí. Siento que las señoras suspiran cuando
paso. Siento que soy romántico. Llego a la casa de mi abuelita, abro la puerta
y entro a la cochera. Cojo fuerte las rosas y los regalos. Abro la segunda
puerta para subir las escaleras y los gritos de mi madre me hacen sentir en
casa.
CINCO
Escribo una crónica pensando en mamá y escuchando
sus gritos que mantienen viva mi alma: feliz
día, viejita, por haberme parido. Feliz día por haberme parido macho, digo.
Feliz día por siempre hablarme fuerte. Feliz día por abrazarme hasta quebrarme
los huesos. Feliz día por ser fuerte, por pisar fuerte, por hacerme saber que
siendo fuerte de alma y corazón se llega muy lejos. Feliz día por hacer de mí
un hombre de bien, y yo contradecirte. Feliz día por sacarte la mierda por mis
hermanos. Feliz día por llegar tarde y descansar, y al día siguiente lo mismo. Escribo
más, pero prefiero guardar el texto y amar en silencio.
SEIS
Voy en busca de un café caliente, a las ocho de la
noche. Camino por donde caminé dieciocho años. Me encuentro con amigos que
saludo y abrazo y beso, y me sacan una sonrisa pendeja. Me encuentro con
personas que nunca pensé encontrarme, menos en el barrio donde crecí. Vuelvo. Apuro
el paso por una calle solitaria, por el frío y sin temor alguno. Escucho
silbidos. Escucho gritos. Los gritos los escucho más cerca y los silbidos de
pierden en la fría noche. Una pareja discute en la esquina de la calle. El niño
que iba de la mano de la mujer, se logra soltar y se sienta en la vereda;
empieza a llorar. Camino lento, amargo. El hombre le pega en la cabeza a la
mujer, gritándole. La mujer baja la cabeza. El niño llora y grita, sentado en
el piso. El hombre para un taxi. Trato de ayudar, y el hombre me mira como para
matarme, y la mujer me hace una señal de alto, que no es mi problema, logra
decirme. El niño llora más fuerte. Nadie sale por las ventanas de sus casas.
Todos celebran el día de la madre. Nadie escucha nada. El hombre mete a la
mujer al auto, carga al niño y lo empuja para que entre. Bajo la cabeza. El
taxi pasa por mi lado y el hombre clava su mirada feroz en mis ojos que no
tardan en hacerse agua. Ya no quiero el café.
SIETE
Mi madre se come los chocolates que le he
regalado. Se empacha. Tiene hinchada la barriga. Me agradece por el día que he
pasado con ella, le digo que era lo que al menos tenía que hacer. Me hace la
señal de la cruz en la frente y salgo de la casa del barrio donde crecí.
1 comentario:
Me ha gustado el "tres", mucho.
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