A Marjorie Alexandra.
Caminabas con dificultad por esos zapatos taco
doce. Te veías elegante, como siempre. Caminabas con destreza. Yo no me pongo
esas tabas ni jugando, me las pongo y en one
estoy besando el suelo contando maripositas y hablando chucherías. Regia,
hermosa, como siempre. Te contemplaba, cómo no hacerlo, miss. Modelabas en una pasarela colmada de autos y gentes, y
edificios y pubs hasta por gusto. Y yo,
ahí, si quepo, si me dejas. Eres maravillosa, cómo no escribirte. Es un placer
dar unos pasos contigo. Eres un placer. De ensueño. Eres… Quiero decirte que te
amo, ¿manyas? ¿Me entiendes? ¿Me captas, miss?
Cambio y fuera. Quiero enamorarte, eso es todo, perdona si me voy de avance.
Quiero… Te amo, Je t’aime, mademoiselle.
Tus cabellos castaños jugaban con tu rostro. Se escondían
en tu espalda. Se corrían del viento, y revoloteaban, enfurecidos. Me desahuevo
y te lo digo todo, pensaba, mientras el pisar de tus zapatos de taco marcaban
el compás de tu airoso caminar. Te veía y me ahuevaba, así mil veces. Mil veces
en dos horas. Dos horas contigo. Mil veces te acompañaría. Te lo digo. Sí. Y me
cagué de nuevo. Así. Y así. Por la San Puta, no te pierdo ni de a balas, otra
vez no, miss. Alma para conquistarte. Sólo entiéndeme. Corazón para quererte. Sólo para ti (como la de Camila). Y vida para vivirla junto a ti. Sólo
ámame. Perdona. Olvida. Confía. Junto a ti.
Y yo, si quepo, si me dejas.
Miraflores estaba frío, con vientos que chocaban
en mi garganta que enchalinada trataba de cubrirse. Un pucho. Dos puchos. Y
tres, y cuatro, nada más. Tú mirabas y modelabas, delicada. No me mirabas. Yo te
contemplaba. Estabas ronca, pero hermosa. No hablaste mucho, sólo para decir lo
justo y necesario. Yo habla hasta por los codos, y me engreía como niño que aún
soy. No me mirabas, ni por eso. Sólo movías la cabeza. Yo temblaba, sudaba, y
pisaba siguiendo el compás de tus taco doce que te hacían lucir más radiante,
como volando. Jolie. Trè jolie,
mademoiselle.
La noche con la luna adjunta se escondieron. Nunca
las vi. Sólo te contemplaba. Las bocinas chillonas y los gritos que salían de
los puteríos de turno no me incomodaban. Eres una obra maestra, cómo no
mirarte. Tus cabellos no se cansaban de juguetear en tu cuello largo y
descansar en tus hombros cubiertos por una chompa ceñida. Y cuando el viento
apuraba, y modelabas, tus cabellos corrían a tu espalda y se sentían libres, y
te veías hermosa, desatada, libre, tú. Eres un poema, cómo no recitarte, y
escribirte, y enamorarte.
Quiero enamorarte, eso es todo. No quiero perderte
de nuevo, miss. Olvida y piensa en
nosotros. Te veo, te veo. Tus zapatos de taco ya no suenan más, porque hemos
parado a tomar el carro que nos llevará de regreso, o te llevará, sólo a ti. Yo
me quedo un rato por estos lares, haciendo qué sé yo. Contemplaré tu huida, y
que no sea fugaz, porque tendrás que regresar. Siente. Olvida. Camina lento, y
que tu pisar siempre lo escuche. Estar contigo ha sido recitar un poema con
delicadeza, con garbo, con elegancia, teniendo al amor como premisa y la
ilusión como jugueteo de niños engreídos. Contigo. Tú. Y yo, si quepo, si me
dejas.
Madrugada fría, muy fría. Junio (y que no garúa)
del dos mil doce.