miércoles, junio 20, 2012

CONTIGO


A Marjorie Alexandra.

Caminabas con dificultad por esos zapatos taco doce. Te veías elegante, como siempre. Caminabas con destreza. Yo no me pongo esas tabas ni jugando, me las pongo y en one estoy besando el suelo contando maripositas y hablando chucherías. Regia, hermosa, como siempre. Te contemplaba, cómo no hacerlo, miss. Modelabas en una pasarela colmada de autos y gentes, y edificios y pubs hasta por gusto. Y yo, ahí, si quepo, si me dejas. Eres maravillosa, cómo no escribirte. Es un placer dar unos pasos contigo. Eres un placer. De ensueño. Eres… Quiero decirte que te amo, ¿manyas? ¿Me entiendes? ¿Me captas, miss? Cambio y fuera. Quiero enamorarte, eso es todo, perdona si me voy de avance. Quiero… Te amo, Je t’aime, mademoiselle.

Tus cabellos castaños jugaban con tu rostro. Se escondían en tu espalda. Se corrían del viento, y revoloteaban, enfurecidos. Me desahuevo y te lo digo todo, pensaba, mientras el pisar de tus zapatos de taco marcaban el compás de tu airoso caminar. Te veía y me ahuevaba, así mil veces. Mil veces en dos horas. Dos horas contigo. Mil veces te acompañaría. Te lo digo. Sí. Y me cagué de nuevo. Así. Y así. Por la San Puta, no te pierdo ni de a balas, otra vez no, miss. Alma para conquistarte. Sólo entiéndeme. Corazón para quererte. Sólo para ti (como la de Camila). Y vida para vivirla junto a ti. Sólo ámame. Perdona. Olvida. Confía. Junto a ti. Y yo, si quepo, si me dejas.

Miraflores estaba frío, con vientos que chocaban en mi garganta que enchalinada trataba de cubrirse. Un pucho. Dos puchos. Y tres, y cuatro, nada más. Tú mirabas y modelabas, delicada. No me mirabas. Yo te contemplaba. Estabas ronca, pero hermosa. No hablaste mucho, sólo para decir lo justo y necesario. Yo habla hasta por los codos, y me engreía como niño que aún soy. No me mirabas, ni por eso. Sólo movías la cabeza. Yo temblaba, sudaba, y pisaba siguiendo el compás de tus taco doce que te hacían lucir más radiante, como volando. Jolie. Trè jolie, mademoiselle.

La noche con la luna adjunta se escondieron. Nunca las vi. Sólo te contemplaba. Las bocinas chillonas y los gritos que salían de los puteríos de turno no me incomodaban. Eres una obra maestra, cómo no mirarte. Tus cabellos no se cansaban de juguetear en tu cuello largo y descansar en tus hombros cubiertos por una chompa ceñida. Y cuando el viento apuraba, y modelabas, tus cabellos corrían a tu espalda y se sentían libres, y te veías hermosa, desatada, libre, tú. Eres un poema, cómo no recitarte, y escribirte, y enamorarte.

Quiero enamorarte, eso es todo. No quiero perderte de nuevo, miss. Olvida y piensa en nosotros. Te veo, te veo. Tus zapatos de taco ya no suenan más, porque hemos parado a tomar el carro que nos llevará de regreso, o te llevará, sólo a ti. Yo me quedo un rato por estos lares, haciendo qué sé yo. Contemplaré tu huida, y que no sea fugaz, porque tendrás que regresar. Siente. Olvida. Camina lento, y que tu pisar siempre lo escuche. Estar contigo ha sido recitar un poema con delicadeza, con garbo, con elegancia, teniendo al amor como premisa y la ilusión como jugueteo de niños engreídos. Contigo. Tú. Y yo, si quepo, si me dejas.

Madrugada fría, muy fría. Junio (y que no garúa) del dos mil doce.

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