Mientras la tarde caía y el cielo se ponía
anaranjado, recordaba cuando te decía te
amo mil veces en mi habitación, sin tocarte, sin aproximarme a tu cuerpo
delicado que yo tenía por cristal lujoso. Recuerdo cuando te amé en mi cama sin
tocarte, mil veces lo recuerdo, y mil veces lloro.
Mientras el frío de la tarde me jodía sin pedir
permiso, tus ojos me apaciguaban, los sentía como compañía. Los miraba como
cuando te tuve en mi cama y te besé con las manos atadas detrás mío, porque no
quería hacerte daño, porque quería amarte y no tenerte. Me mirabas como cuando
me dijiste por primera vez te amo,
sentados en una esquina de cierta avenida solitaria, como a las tres o cuatro
de la madrugada, con cinco o siete vasos de ron encima.
Mientras miraba el mar recordando la mañana que
vimos juntos por primera vez el mar, sentados en el malecón, prometiéndonos
amarnos para toda la vida, me mirabas, y yo también te miraba, porque te amo,
porque nunca te olvidé, porque yo te perdí pero tú no me perdiste, y las cosas
duelen pero así son, y soy un perfecto cojudo.
Mientras te miraba, tú nunca me miraste. Mientras
me mirabas, yo siempre supe que me estabas viendo. Mientras jugabas a mirarme y
volteaba y encontraba el sentido de tus ojos, jugábamos los dos, sin sonrisas,
lo más serios posibles, opacos, y no pasaba nada, y mi corazón se arrugaba de
poco en poco, hasta hacerse añicos y pedir auxilio a la razón que en nada podía
intervenir, porque no es su juego.
Mientras la noche se ponía en Miraflores y yo
fumaba un pucho, y fumaba los recuerdos que venían y se iban, suspirando y
escupiendo mierda y media exhalando el humo que zigzagueaba por los aires fríos
que se hacían sentir en mi cuerpo flacuchento sin abrigo. Presentía, y no
presentía. Lloraba sin saber el porqué. Sonreía tratando de tapar mis miedos,
sonreía mintiéndome a mí mismo. Sonreía porque soy miedoso y cabro, y eso ya es
secreto a voces.
Estoy temblando. Y llorando. Y había jurado que
nunca iba a llorar, menos por ti. Y tú me ves, me escuchas, sabes que por ti
estoy así, quieres que voltee pero el miedo me gana como siempre y me jodo
solo, como noches anteriores. Estoy temblando, con los ojos cerrados. Me siento
perdido. Me siento herido. Me siento, tal vez, usado. Porque si jugué, me jugaron
mal, y ahora no hay mofa, la chanza acabó en una noche solitaria de Miraflores,
una noche fría, muy fría.
Mientras lloraba frente al mar, tú me mirabas. Lo
sé, te escuchaba cuando me llamabas en silencio. Te sentía recostada en mi
cuerpo congelado. Te sentía haciéndome botar el cigarro que siempre me decías
que no fume al frente tuyo. Y lo boté, porque son tus recuerdos, y los cumplo
por ser obligaciones. La arena se hizo más suave. Y el recuerdo de una noche estrellada
no esperó, al ver la luna muy bien acompañada, dando brillo al oscuro momento
que no tardó en ambientarse ante mis ojos con lágrimas que ya había caído y
otras que no tardaban en partir.
Y mientras lloraba frente al mar, te pedía perdón,
y te pido perdón, porque quizás te hice daño escribiéndote, también lo
recuerdo. Te pido perdón. Te pido perdón mil veces. Por eso te escribo, para que
me des una tregua, para explicarte las cosas, para llenarme de valor de
agarrarte del brazo y decirte cuánto significas para mí, cuánta falta me haces,
cuánto daño me hace seguir con esta farsa. Por eso te escribo, para que sepas
que nunca te olvidé y nunca te olvidaré. Por eso te escribo, para que sepas la
verdad de mi vida, la verdad de mis miradas cohibidas, la verdad de mis llantos
desconsolados, la verdad de mi puta vida sentimental, con el corazón rasgado y
hecho añicos, bien tirado y vapuleado en el piso.
Bucho.
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