No encuentro mi bandera rojiblanca. Comienzo a
buscarla entre los cajones grandes de mi cómoda. No está. No veo la escarapela
en el pecho de las diferentes gentes que habitan este edificio. Qué raro. No
escucho hablar de la jarana, del cajón, del cebiche con sus chelitas, de la
Inca Koca. ¿Qué tienen? Subo hasta el último piso del Acapulco y veo flamear
entre los aires raros de esta Lima, mi bandera que no es mi bandera, vieja, con
varios años encima, cocha, pero limpia, imponente.
Me acerco al mástil. Es de madera antigua, fuerte.
Me siento y diviso el Chorrillos que nunca vi. Las azoteas de los edificios de
al frente, de al lado. No tengo miedo a caerme. Un Cuzco que nunca he visitado,
me invade. Y no estoy a 3 500 msnm. Me siento Atahualpa en medio de la
habitación llena de oro y plata, con el español señalándome con la espada. Yo,
sin miedo, furioso, enseñándole los dientes. Camino. No camino detrás de él. No
lo miro para abajo. Me siento en la silla, cojonudo, con la frente en alto,
mirándole a los ojos. Cajamarca es mía. Vuelvo. Chorrillos es mío, y el vértigo
me empieza a cagar.
Mientras bajo las escaleras lentamente, de un
departamento escucho a Eva Ayllón cantar esta
es mi tierra, así es mi Perú, en vivo. Me quedo un ratito. Escucho voces,
cantores improvisados, cantores que se basan en el corazón zurrándose en la voz
chillona que les gana. De repente, el gran Zambo Cavero y Avilés salen del
minicomponente y cantan inflando el pecho, orgullosos de su tierra. Y llega
Lucila Campos, Pepe Vásquez, y la loca de Lucía De la Cruz, y Bartola con
Susanita Baca y su landó con pasos de ganso erguido, mientras recito una décima
de Nicomedes Santa Cruz y contemplo el caminar cansado de Polo Campos, al
entrar en su departamento, en el otro block del Acapulco.
Con la cabeza llena de cantores y jaraneros de voz
garbosa, regreso a mi casa con hambre de gloria, porque Dios a la gloria le cambió de nombre y le puso Perú. Hambre
de un Cebiche de lenguado y su vaso con chicha morada heladita, para joderme la
garganta en pleno invierno cagón. Un vaso con Inca Kola, dorada, la bebida de
sabor nacional, brillante. En la noche, un Arroz Chaufa, infaltable. Una
bandeja de Lomo Saltado, bien saltado con ¿ron?… Pisco Sour, el trago nacional,
aperitivo, trepador, más pendejo y más criollo que el mismo peruano. Un ají de
gallina, y para tranquilizar la lengua achorada, una Cristal al polo, una rubia
tentación, la única, dicen.
La boca se me hace agua. Se me hace Pisco. Pisco
puro, acholado, quebranta, nacional. Se me hace anticucho. Se me hace Cusqueña,
la mejor rubia. Se me hace mazamorra. Se me hace suspiro a la limeña. Se me
hace causa rellena. Se me hace helado de lúcuma. Se me hace rocoto, relleno. Se
me hace agua, y no oro.
Encuentro la bandera. Canto el himno nacional. Airoso. Orgulloso. Con alma, corazón y vida. A viva voz. Inflo el pecho, garboso. Y al
culminar: Arriba Perú, carajo, lo
grito hasta no sentir mi garganta, mientras mis ojos se llenan de lágrimas apasionadas.