sábado, julio 28, 2012

INFLO EL PECHO, GARBOSO



No encuentro mi bandera rojiblanca. Comienzo a buscarla entre los cajones grandes de mi cómoda. No está. No veo la escarapela en el pecho de las diferentes gentes que habitan este edificio. Qué raro. No escucho hablar de la jarana, del cajón, del cebiche con sus chelitas, de la Inca Koca. ¿Qué tienen? Subo hasta el último piso del Acapulco y veo flamear entre los aires raros de esta Lima, mi bandera que no es mi bandera, vieja, con varios años encima, cocha, pero limpia, imponente.

Me acerco al mástil. Es de madera antigua, fuerte. Me siento y diviso el Chorrillos que nunca vi. Las azoteas de los edificios de al frente, de al lado. No tengo miedo a caerme. Un Cuzco que nunca he visitado, me invade. Y no estoy a 3 500 msnm. Me siento Atahualpa en medio de la habitación llena de oro y plata, con el español señalándome con la espada. Yo, sin miedo, furioso, enseñándole los dientes. Camino. No camino detrás de él. No lo miro para abajo. Me siento en la silla, cojonudo, con la frente en alto, mirándole a los ojos. Cajamarca es mía. Vuelvo. Chorrillos es mío, y el vértigo me empieza a cagar.

Mientras bajo las escaleras lentamente, de un departamento escucho a Eva Ayllón cantar esta es mi tierra, así es mi Perú, en vivo. Me quedo un ratito. Escucho voces, cantores improvisados, cantores que se basan en el corazón zurrándose en la voz chillona que les gana. De repente, el gran Zambo Cavero y Avilés salen del minicomponente y cantan inflando el pecho, orgullosos de su tierra. Y llega Lucila Campos, Pepe Vásquez, y la loca de Lucía De la Cruz, y Bartola con Susanita Baca y su landó con pasos de ganso erguido, mientras recito una décima de Nicomedes Santa Cruz y contemplo el caminar cansado de Polo Campos, al entrar en su departamento, en el otro block del Acapulco.

Con la cabeza llena de cantores y jaraneros de voz garbosa, regreso a mi casa con hambre de gloria, porque Dios a la gloria le cambió de nombre y le puso Perú. Hambre de un Cebiche de lenguado y su vaso con chicha morada heladita, para joderme la garganta en pleno invierno cagón. Un vaso con Inca Kola, dorada, la bebida de sabor nacional, brillante. En la noche, un Arroz Chaufa, infaltable. Una bandeja de Lomo Saltado, bien saltado con ¿ron?… Pisco Sour, el trago nacional, aperitivo, trepador, más pendejo y más criollo que el mismo peruano. Un ají de gallina, y para tranquilizar la lengua achorada, una Cristal al polo, una rubia tentación, la única, dicen.

La boca se me hace agua. Se me hace Pisco. Pisco puro, acholado, quebranta, nacional. Se me hace anticucho. Se me hace Cusqueña, la mejor rubia. Se me hace mazamorra. Se me hace suspiro a la limeña. Se me hace causa rellena. Se me hace helado de lúcuma. Se me hace rocoto, relleno. Se me hace agua, y no oro.

Encuentro la bandera. Canto el himno nacional. Airoso. Orgulloso. Con alma, corazón y vida. A viva voz. Inflo el pecho, garboso. Y al culminar: Arriba Perú, carajo, lo grito hasta no sentir mi garganta, mientras mis ojos se llenan de lágrimas apasionadas. 

miércoles, julio 25, 2012

¿QUIÉN SOY?



Si algún día 
digo que te creo
no me creas
que te creo,
porque ya
no creo ni en mi reflejo.

Canserbero 

No entiendo nada. Nunca entendí nada. Ni siquiera me entiendo yo. No creo en mí. Nunca lo haría. A veces, pienso que me creo, digo que sí, pero en realidad no me creo, me miento, me hago una jugarreta pendeja y me miento tomando la figura de un mayor cojudo de voz ruda, y al mismo tiempo de un niño de tres años loquísimo por su juguete prometido. Caigo en mi juego estúpido.

«Hace un tiempo atrás, mientras revisaba correos electrónicos encontré un link de aquel blog que me llamo mucho la atención Con Ajos y Cebollas, realmente un nombre muy peculiar y que pertenece a un chico de apenas diecinueve años, muy joven por cierto, pero que aun nos deja en claro la existencia del gran potencial de escritores y sobre todo amantes de la lectura, en lo personal algo muy resaltante en estos tiempos y esa manera tan interesante que tiene al expresarse de forma directa y precisa.

Este joven creador de este interesante blog, se llama Fabrizzio Velaochaga y según información brindada es un gran hincha del Alianza Lima, como dicen otros, es un blanquiazul de corazón. A mi parecer, la forma en la cual escribe nos deja lelos al momento de leer, porque en su gran mayoría de crónicas demuestra claramente que no tiene pelos en la lengua y solo se expresa de manera libre.» 

Ana Lucia Carranza.

Nunca me pongo de acuerdo. Jamás tengo una respuesta igual. No soy normal. Tampoco anormal. Recuerdo las cosas que nunca pasan, olvido las que se disipan entre los aires grises de la Ciudad Capital. Y me voy con ellas, y vuelvo. Estoy aquí y allá. Estoy allá y sigo allá. No vuelvo más. Soy un vagabundo en estas praderas ruidosas, cochinas. Un ente entre tanta combi desenfrenada.

«Cuando te refieres a él como escritor, estamos hablando de otra cosa, hablamos de un joven cuyo talento lo ha adquirido desde las entrañas de su madre y está dentro de él, y que te puedes dar cuenta cuando comienzas a palpar una de sus crónicas; esa fluidez, originalidad y un no sé qué que te hacen sentir parte de sus relatos a tal punto que hasta una lágrima de conmoción podrás derramar. Talentos de esa magnitud ahora se ven de a pocos, estamos en el centro de una sociedad donde muchos presumen de haber terminado de escribir un libro, el quizás no lo ha hecho aún, aunque tampoco sea necesario, ya que al leer cada relato logramos sumergimos en otro mundo, en su mundo, en el mundo Velaochaga, ese mundo del chico que no escribe con las manos sino con el alma.» 

Diego Morales.

Creo saber todo, y no sé nada. No sé quién soy. A veces, creo que Shakira. Otras, Ribeyro, salvando las distancias y mi atrevimiento. Y algunas, muy pocas, yo. No sé porqué existo. No sé nada. Nunca sabré nada. Hablo de todo, y de nada. No sé ni lo que hablo. Soy un infeliz que no sabe ni dónde está parado.

«Angustia al filo de la cama. Verdad sin verdades. La escritura malcriada y acelerada de Bucho, nos lleva por los rincones de un túnel que jamás pensamos recorrer. Es entonces, cuando el filo rasguña el alma, la mente. Y en un momento a otro, lo adoras, lo odias, lo asesinas y lo revives. Eso, son sus crónicas. Un veloz romance en el tiempo.» 

Isaac Oré.

Nunca sabré nada. Nunca. ¿Que quién soy? No lo sé, huevón. Ya te dije. No insistas. Te lo juro. No me conozco. No me han presentado conmigo mismo. No he tenido el honor de saber quién chucha soy. ¿Que soy escritor? De verdad que no lo sé, sólo sé que nada sé, que cuando sepa algo, nada seré, y te lo diré. ¿Qué? Nada. Soy nada. Y mejor callado. Callado soy alguien. No tengo nada qué decir. Nada más qué decir. No me encuentro. Ni en los pasos que dejé, ni en el camino azul que me espera… 

Me entiendo poco y nada. Me pregunto y repregunto lo mismo, cada cinco segundos. ¿Que soy escritor? No lo sé, compadre. No confíes en mí. Nunca confíes en mí. Que no me conozco. Que no me han presentado. Sorry. 

«Hay cosas que la gente no se pregunta, pero él está para cuestionarte, para aconsejarte y decirte las cosas sin adornitos. Lo admiro como escritor, amigo, qué amigo, mi Hermano, digo bien. Con ajos y cebollas hizo que salga de mi rutina, hizo que vuele y me envuelva en la lectura, cada crónica tiene ese saborcito picante, exquisito. A seguir adelante que hay mucho por hacer, mucho por decir, mucho por pelear, mucho por alcanzar, mucho por escribir, hermano mío.» 

Joan Rodas.

«Todos pueden escribir, pero solo algunos tienen el don de hacerlo bien. A Fabrizzio lo conocí así como es loquito, amiguero, creativo, transparente y entusiasta; y es por eso que puedo decir que él tiene este don. Cada palabra que él usa le sale del corazón directo a esas buenas historias con las que me he regocijado muchas veces. He leído a muchos pero no los he tratado, así que no puedo dar fe de que estas personas son lo que escriben, pero si puedo asegurar que Fabrizzio lo es.» 

Carla Vega.

«Con cara de niño y alma de hombre, esta canción me hace recordar a un patita desaliñado, buena onda que conocí hace años y debo confesar que no lo soportaba, pero conforme han pasado los años, el destino nos ha vuelto a unir, él o yo hemos cambiado pero hay afinidad. Necesariamente egocéntrico como para reírme, necesariamente relajado como charlar, necesariamente extrovertido como para fluir, necesariamente bipolar como para entenderme, más que amigo, hermano.» 

Maria Alejandra Díaz.

Soy bipolar. Me entiendo cuando quiero. No me entiendo cuando quiero. Cuando quiero, no soy bipolar, y no me entiendo, entendiéndome a la perfección. Soy complicado. Soy sentimental. Soy aniquilado por mi padre, verbalmente. Soy aniquilado por mi madre, a besos. Y me aniquilo el corazón, cuando quiero, cuando me da ganas, cuando tengo las putas ganas de joderme la vida cuando mejor está. No me conozco. Nunca me conoceré. No me han presentado. No he tenido el honor de presentarme conmigo mismo, baby.

«Identificación. Eso es lo que siento cada vez que me tomo el tiempo – tiempo bien empleado – de leer algo escrito por él. Criollo y sensato, logra trasmitir lo que muchos querríamos lograr; consigue que pensemos “a mí también me ha pasado esto” e inmediatamente nos sumerjamos en una profunda lectura sobre aquella nostalgia medida y casi oculta tras cada palabra sin pelos en la lengua. Harta garra, en sus escritos como en su vida. Fabrizzio siempre tiene una historia que contar… ¡y qué historias!» 

Francesca Idunno.

miércoles, julio 18, 2012

CUMPLEAÑOS A TI



Gráfico por Gonzalo 'Bakteria' Maiz.
Diseño por Alan García. (@agarsal)
Crónica por Fabrizzio Velaochaga. (@conajoscebollas)


A Rosa Victoria Analucia.

I

Tu santo es el jueves. Cumpleaños a ti, que los cumplas muy feliz. Aún recuerdo el día que naciste, blanca como ninguna, gordita, cachetona, y ahora mírate, cumples once, ya eres una señorita, y ahora debo caminar con rifle ¿no? Digo nomás. Ajo erda uta.

II

Tu santo también es el jueves. Cumpleaños a ti, aunque no te pueda ver, aunque estés más alto que todos. Sé que siempre estás ahí, te siento. Te siento cuando me siento a escribir, siento tu mano recorrer mi cabeza, como peinándome. Siento tu presencia en el dormitorio que sigue siendo tuyo, aún están tus cosas, tus colonias, tus cremas, aún están ahí, reposando si quieres usarlas en las noches tranquilas cuando yo duermo en la que aún es tu cama.

III

Recuerdo que de pequeña jugabas a despertarme a las seis con treinta, en punto, te metías a mi habitación y me jodías con cachetadones hasta que abriera los dos ojos, recién ahí te ibas, sonriendo, pícara. Tenías tres o cuatro. Recuerdo tus ojazos grandasos, y esos cachetes que parecían de hámster, parecías un conejito. Eras lo primero que veía cuando despertaba, muy temprano. Me hacías la jugada, te ibas sonriendo, yo te seguía la risa y me volvía a tapar, y me quedaba dormido dos horas más.

IV

Ahora duermo en tu habitación. Sé que sabes que ahora vivo en tu casa, en el departamento que cuidaste como un palacio, hermoso, elegante. Ahora yo trato de seguir la chamba que inculcaste: agarrar la escoba, primero la cocina, prender tu velita, darle de comer a Diana, al Negro, limpiar la arena del Negro, tender la cama, trapear la cocina, abrir las ventanas, las cortinas, jugar con Diana, no molestar al Negro, barrer el cuarto, prender un  incienso de Canela, los que te gustaban, olores fuertes; una manita de gato a los muebles y trabajo terminado por hoy. Es la rutina, tu rutina. Yo solo me muevo, me dejo mover, tú sigues siendo el capitán del barco, yo soy un simple marinero que obedece y ejecuta.

V

Cuando vivía en la casa de mi mamá, siempre te decía gordita o chanchita, de cariño, claro. Eras una bolita, y lo decía por joderte un poco la vida, además somos hermanos y eso se hace, es una costumbre mundial de hermandad, del mayor al menor. Ahora, el tiempo pasado, ya no eres la gordita, la chanchita, si a veces te lo digo es porque aún te veo como la niña espesa que me despertaba jodiéndome el sueño, ahora eres una señorita, cumples once, pero pareces una chibola de diecisiete, y eso es lo que me pone más saltón, digo nomás. ¿Rifle o cañón?

VI

Las lisuras que salían de tus bellos labios rojos eran un chocolate que le ponía dulce a mi vida. Dulce y sazón, digo. Ajos y cebollas, mejor. Rumba y sabor, siempre. Esas lisuras que me despertaban en one y hacían que me pare derechito y no camine como jorobado, que me siente erguido para comer como se debe, como niño educado, como debe de ser. Esas lisurillas que hacían que esté proactivo, de aquí para allá, de allá para aquí, un dos, un dos, un dos, siempre listo, mi comandante. Y tú reías, me mirabas, y volvías a sonreír, no hagas muecas que así quedará tu cara, carajo, me decías, con esa voz que extraño pero que a veces la siento cuando la tranquilidad de la noche se asienta en el dormitorio donde escribo y escribo, como loco.

VII

Ahora peleamos como perro y gato. Ya no vivimos juntos. Voy una vez a la semana y a veces dos o tres, pero más no. La cosa ahora es diferente, pero igual sigo con el rifle y le pregunto a mamá que cómo vas, que qué tal la escuela, y todo eso. Dice que estás rebelde, y lo noto. Yo también era así. No tienes que hacer renegar a mamá. No tienes que hacer lo que yo, malditamente, hice. No tienes que ser como yo, please.

VIII

Te saludé el año pasado en el velorio de tu hermana. Ese momento estrujó tu alma y corazón. También estrujó mi corazón. Te di un beso en la mejilla y fue como si no estabas. Fue raro, me sentí raro, estabas rara, el momento fue raro. No sabía si decirte feliz día, o siento mucho lo que ha pasado. Fue raro. Rarísimo. No sabía si estar contento, o triste, o las dos cosas al mismo tiempo, o nada y simplemente mirar, pasmado. Rarísimo.

IX

Feliz día, gordita. Siempre te diré gordita. Mi hermana, una hermosura. Mi gordita. Feliz cumpleaños, chanchita.

X

Feliz cumpleaños, Tata. Donde quiera que te encuentres, espero estés bien. Trato de hacer mi mayor esfuerzo en el palacio que sigue siendo tuyo. Desde lo más alto, ponme una nota aprobatoria, please. Cuídame. Guíame. Y sigue poniendo esas lisuritas en mis labios y en mis dedos, esos ajos y cebollas que me hacen ver más chabacano, y al mismo tiempo más dulce, como tú. 

sábado, julio 14, 2012

LOS PATRONOS DE CHORRILLOS




A Chorrillos, que me acogió.

Las gentes revolotean por todo el Malecón. Juegan a corretearse entre un mar de cuerpos guascas caídos la noche anterior. Juegan a ser pendejos en tremenda avenida chorrillana que luce abarrotada por las celebraciones del día de San Pedro y San Pablo, patronos de los hombres de botas, redes y mar. Patronos de las almas chorrillanas que empiezan el jolgorio destapando una cerveza, un ron y porqué no, un agua ras.

El cielo limeño es gris y cochino, pero eso a la gente no le interesa. Son presas de la fiesta y el sentir popular. Y hablan gritando, y caminan corriendo. Son solos en tremendo mar de chorrillanos tambaleantes por el día que lo sienten como cumpleaños, y chupan como nunca, un vasito por aquí y por allá, chupa,  muchacho que so-mos-cho-rri-llos-ca-ra-jo. Entonces la Cristal empieza en tres por diez y no para hasta que llega la cumbia y cuando va entrando la noche los feligreses se ponen bien happy y baila que te baila con Marisol.

Soy chorrillano desde hace diez meses. Y jubiloso me abrigo y salgo en busca del placer populorum que invade al distrito a estas horas de la tarde. Con chalina y guantes salgo de mi departamento y camino lento, con miedo, hasta la puerta del Acapulco que luce bien pintado, como para la ocasión. Una larga fila de autos se acomodan encima de la berma. Se plantan. Se chantan. Los dueños no encuentran mejor lugar donde dejarlos que la entrada y salida de los carros de los habitantes del edificio donde intento vivir. No hay otro lugar, causita, no te achores tampoco, me dice un feo y mofletudo tipo al salir de su camioneta.  Carga a su hijo y se va sin ton ni son al malecón que está a una cuadra. No hay mejor lugar que el malecón. Sigo caminando, riéndome. Al fin de cuentas, no me jode que dejen su auto impidiendo el paso de los del edificio, no tengo auto ni tendré uno, y mucho menos lo guardaré en una de las viejas cocheras del Acapulco.

Chompas de colores, todo baratito, caserito. No puedo caminar. Me estanco. El griterío no cesa, nunca cesará, estamos celebrando, estamos de fiesta, estamos de tono, pe’, causita. Es que acá todos vienen como mejor pueden, no es la mejor facha, no es el mejor peinado, no son las mejores tabas. Alzo la mirada. Todo se me hace confuso. No distingo. Globos multicolores que son sujetados por pitas delgadas de nylon a una luquita. No pestañeo. Tengo miedo. Meto mis manos a los bolsillos del pantalón y trato de hacerme paso entre una señora gorda que va como en procesión con canastas de maní tostado. Quiero comprar. No sé qué comprar. Voy sin rumbo. Primera parada: Esquina de Huaylas con Alfonso Ugarte, Banco de la Nación. Estoy con los ojos bien abiertos y las manos bien nerviosas dentro de los bolsillos del jean, apretando mi celular y las míseras monedas que me acompañan para algún imprevisto. Juego con mi lengua. Tengo frío, pienso. Tengo hambre, pienso. Y otra señora flaquísima con peinado de cola y voz ronca empieza a llamar a la gente, a decirle que el choclo con queso ya está listo y que se acerquen que se acaba. 

No ha pasado ni un minuto y un grupo de treinta hambrientos están encima de la tía que no se abastece y se altera y muchos empiezan a cagarse de la risa. Dejo la esquina y empiezo a caminar al paradero. Trato de encontrarlo. Los policías refunfuñan y ya pues, jefecito, estamos de tono, no seas malito. Escucho las súplicas. Escucho el sencillo que cae. Escucho la coima, que a plena tarde cagona, vuelve a ser participante de una falta vehicular. Un chibolo ebrio que se sube a la moto con tres rucas a bordo y se va, ante la mirada feliz del de uniforme que le hace adiós con la mano, sujetando fuertemente el sencillo para las chelas respectivas. Carajo, estamos de tono, y todo es permitido, jefecito.

Chorrillos baila y su gente celebra. Chupa, ríe y grita. Son las ocho y el Malecón se ilumina. San Pedrito y San Pablito embarcan en un botecito de madera, con dos pescadores y alguien más. Entran al mar como monumentos, con toda la gente jaraneándose de lo lindo con el concierto cumbiambero y criollazo que el alcalde ha puesto para los chorrillanos de corazón. Y el castillo multicolor empieza a quemarse y nos deja sordos pero contentos, aturdidos pero en jarana. Contemplo el paseo marino que les hacen a los patronos de Chorrillos, mientras estoy baila que te baila con un par de morenas recontra tumbao que vienen todos los años al Malecón.

miércoles, julio 11, 2012

UNA NOCHE NO TAN FRÍA




Me involucro en el juego, nuevamente, sin miedo, dejándome llevar por mis instintos locos. Me incentivo. Me doy fuerzas para sólo ver para adelante. Para no retroceder, ni mirar atrás, ni pensar en lo pasado. Todo adelante. Un pasito tun tun, compadrito. Y el juego lo conozco, y por eso voy nuevamente, como ya dije, sin miedo, con mucha mierda.

Es una hora de la madrugada donde es preferible dormir que estar deambulando haciendo todo y nada. Tener los ojos abiertos a las tres de la mañana no es fácil ni simpático. Pero eres guapo si te duele la cabeza y sigues paradito como soldado.

Como yo, que me duele la mocha por haber estado baila que te baila con una morena alta de culo rico y bemba prominente. Bailaba como nunca, un tema de N’Samble, y sa sa sa salsa, y meneíto y cintura, mami, cintura. Y juegaba con su cabello ensortijado mientras me trataba de computar, de besar, de manosear, de hacerme hombre. Yo no atracaba. Yo no juego así. Las cosas como son. Dejé de puntear con ritmo caribeño y di un paso al costado elegantemente, saqué el celular del bolsillo del pantalón y empecé a tuitear con la chica que me mueve el piso y todo mi cuerpo enclenque que cuando baila da pena a la misma tristeza. Me aparté y fugué al barrio donde crecí.

Son las cuatro de la madrugada y creo que mi cerebro empieza a funcionar parcialmente, me despierto parcialmente, y hablo con una damisela teniendo como fondo musical un perreo papi perreo, dame duro, tra, que se escucha a lo lejos, en el teléfono, y pregunto si puedo ir a verla, y me dice que me espera pero que no la haga esperar. Cuelgo, abro, cierro, corro. Respiro. Contemplo.

El amanecer del día domingo nos encuentra abrazados, friolentos, bien acurrucaditos el uno por el otro. Nos miramos. Temblamos como nunca. Nos besamos como nunca. Son las cinco y abrazo a mi compañera con fuerza, me dice que le duele, le digo que la quiero, no me dice nada y sólo me mira a los ojos, le digo que quiero estar con ella, que quiero involucrarme al juego nuevamente, no me dice nada y me besa. Es un sueño, pienso, y la beso con más ganas, abrazándola más fuerte, en plena madrugada friolenta de Lima, que ya no es horrible.

Una noche no tan fría porque estoy contigo, contemplando el amanecer del domingo, acurrucados.