Crónica por Fabrizzio Velaochaga.
Corrección y edición por Carla Vega.
Corrección y edición por Carla Vega.
Caminaba lento dibujando tu cuerpo joven con el humo de un cigarro peligroso, aguantando el llanto de la felicidad. Caminaba desesperado, mostrándole los dientes filudos al tiempo que nos distancia. El juego, tu juego. Quisiera manipular todo, juguetear con los recuerdos y olvidarme del hoy. Ahora pienso en ti, en los sueños en donde me perteneces. Haces que me despierte atolondrado suspirando como chibolo cursi de época colegial.
Una garúa cae sobre mi cabeza, me humedece el pelo lacio que
tanto te gusta acariciar. Humedece mis hombres que cargan las estrellas que son
tuyas, que poco a poco una por una te obsequiaré recitándote un poema en el
oído, uno de Neruda o quizás de Azul Darío quién sabe; morderte la oreja y
decirte te amo para que me digas que soy tuyo. Sólo quiero sentirte en mí. Te
pertenezco. El brillo de tus ojos está en cada estrella del negro cielo, del
cielo infinito que hoy lagrime a causa de un amor apasionado, un amor púber que
se deja llevar por los instintos o por el desenfreno y las actitudes
peligrosas.
El viento sopla fuerte, silba tu caminar contorneado en
plena avenida concurrida. Tu pelo revolotea juguetón en cada dulce pisada, en
cada modelada. No
llevas tacos. Tu caminar es tranquilo, pausado. Miras todo. Siempre con una
sonrisa dibujada a la perfección. Quién será el pintor. Quién, pues. Tus
calancas flacas no dan marcha atrás, son pocas las veces que se han detenido
para contemplar el plano miraflorino, el horizonte sombrío de un mar pacífico que
apacigua y controla movimiento desafortunados.
No estás ahora, mademoiselle. Por eso te escribo.
Para eso te escribo. Para reclamar tu presencia absoluta, en carne y hueso, con
besos y mordidas. Reclamo pasar mis manos tembleques por tu cuerpo nervioso,
lleno de miedos. Reclamo el amor que me tienes. Que me pertenece. Que se pone
en juego cuando mis labios rojos, insípidos, prueban el sabor de melocotón de
tu boca. No estás pero te escribo, y te posas en mi mente loca y cursi. Por eso
te escribo, para amarte en una noche fría.
Me detengo cuando los carros paran la marcha,
cuando el semáforo se ha puesto en rojo y nos dice come on, guys, continue the march. Y toda la gente que ejecuta la
caminata nocturna pasa, rauda, la pista negrísima, pisando fuerte para no
resbalar y hacer un papelón. Mojarse el abrigo, la facha de estreno, el camisón
recién lavado y planchado. La polera que me cubre y calienta, como tus
recuerdos gratos en mi cama, amándote de niña. Tengo una chalina que doy dos
vueltas en mi cuello flaco para ajustar, para entibiar mi carne blanca. Fumo y
te veo en el humo suspendido, humo denso. Merece tu presencia. El plano es
hermoso. Reclamo tus juegos y tu espalda erizada cuando mis manos la recorrían.
Una y otra vez. Mil veces. Reclamo tus mil veces. Y mil besos. Tus guiñadas de
ojos en quinto de secundaria, un coqueteo del cual se perciben consecuencias
probadas.
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