domingo, agosto 19, 2012

LA ESPERA

Eres, lo que más quiero 
en este mundo, 
eso eres. 
Mi pensamiento 
más profundo, 
también eres… 

Café Tacuba


Te esperaba en el paradero, con los brazos cruzados, cagándome de frío. Encapuchado como chibolo punk, enclaustrado con la música a través de los audífonos más baratos que encontré. Sentía las cosquillas del viento en mi cuello. Pellizcos. La gente en el paradero bostezaba en plena tarde. Fatigados, se sentaban en la banca para esperar el bus de ruta. Yo esperaba parado, con la vista directa, tu llegada triunfal.

Mis manos jugueteaban. Se entrelazaban atrás apoyándose en el culo, se tranquilizaban a los lados, en mis piernas tembleques, como en firmes. Cruzaba los brazos una y otra vez, y muchas veces. No estaban tranquilos. Mi corazón palpitaba rápido, sentía el frío, la tarde gris y aburrida, el cansancio juvenil por la atolondradera diaria, el estrés que no es estrés. Sentía el fuego en mi estómago por no llevarle bocado. Jugaba a darle pataditas a la nada, taco y punta, empeine y talón. El viento me inflaba los pulmones cuando inhalaba, desesperado, esperando el beso y hola, ¿cómo te fue?

Las combis pasaban raudas. El cobrador nunca sacó la cabeza por la ventana para llamar a la gente porque el policía estaba al acecho, aguardando la mínima falta para picar un sencillo. Una coaster blanca con rayas celestes paró. Tú no bajarías de aquel carro porque no era el de tu ruta. Pero igual te esperaba. Esperaba que tus zapatillas negras se asienten en la vereda, bajando la escalerita del bus. No. Esperaba tu llamado de emergencia ante el asombro que te causa el mar de gente que siempre hay en Chorrillos. No. Esperaba tu carita de ángel que me diga ya llegué, mi vida.

Me senté en la banca del paradero. Juan Luis Guerra me hacía mover los pies, de aquí para allá, nervioso, tratando de darle pelea al frío invernal que nos ha tocado. Mis manos descansaban, entrelazadas, en el bolsillo de mi polera de lana. Abrigado. Igual el frío carcomía mis huesos débiles, flacuchentos, que agonizaban a punto de quebrarse. Palo seco. Intentaba darle pelea, moviendo mis pies, taco y punta, juntando mis manos, fuertemente, buscando que el frío no cale mis huesos, ni asome a ver qué pasa por aquí.

Seguía esperando tu llegada, encapuchado como pirañita-cazador de carteras. Eres, lo que más quiero en este mundo, eso eres. Mi pensamiento más profundo, también eres… Escuchaba en mis audífonos. La canción que me dedicaste. Esperando tu presencia absoluta, tu caminar modelado, tu rostro fino, tus ojos pardos, claros, vidrios de tu alma inocente. El que por ti daría la vida, ese soy.

El frío se hacía más frío. Calaba, muy lentamente, entre mis ropones de invierno que no abrigaban en plena bienvenida de estación. No servían. La capucha evitaba que me mojara el pelo con la garúa que había empezado. Una garúa miedosa, conservadora, tratando de dejar lo mejor para después. Un rocío pausado, débil, que mojaba las calles chorrillanas. El cielo se había puesto gris y aburrido. No llegabas, ni dabas aviso que ya estabas cerca para empezar con el recibimiento a bombos y platillos. La espera se hacía cansada, y la esperanza se desilusionaba con el pasar del tiempo. Y así, nunca llegaste y aquí sigo esperándote.

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