Columna de todos los viernes en La Pichanga.
He quedado ronco. He
gritado con mi voz de cabrilla adulta todo el maldito partido. He insultado al
árbitro cuantas veces he querido, tocando mi televisor, queriendo atravesarlo
cual pela terrorífica para meterle un lapo y ordenarle que cobre la falta que yo creí que fue. Me he
quedado ronco, insultando a lady Pizarro
cuando falló el penal, a los pocos minutos que empezó el partido. Que se vaya a la mierda, decía, está maldito ese gringo de puta,
agregaba. He quedado ronco, también, porque he escupido todos los insultos que
no creía jamás vociferar, en la habitación de mi padre, con la ventaba
totalmente abierta y el viento que entraba como Pedro en su casa.
Me mantuve sereno hasta
una hora antes del Perú-Argentina. Amigos me preguntaban, me pedían pronósticos,
yo ignoraba las peticiones y ejecutaba un plan de salida con un cambio de tema
espectacular. Nadie me creía, sabían que no quería hablar de fútbol y me
empezaban a preguntar por mujeres. Asentía, alegremente, cuando la mencionaron,
escribí un par de cosas y seguí con lo mío. Sonreí cuando me dijo un amigo
argento que íbamos a perder por goleada, me mandó un extenso mail diciéndome
que nuestra relación amical no se verá afectada por la pérdida de la noche y
más vainas, respondí conciso que todo se vería a las ocho con treinta, en el
campo de juego, y me despedí, mandándole saludos y besos cariñosos. El tipo me
había enviado otro mail: Sos un hijo de
puta, ¿crees que le darás pelea a Messi y todo su séquito? Tuve la
delicadeza de responderle: El mejor del
mundo sabrá jugar como mejor lo hace y en mi Perú querido. Haremos hasta lo
imposible, che. No envió más y contento esperé la hora de la hora, ¿de
nuestra muerte, amén?
Mis pies comenzaron a
moverse cada vez más rápido, incontrolables. Son los nervios, pensé. En el
Twitter la gente publicaba al segundo: En el Nacional el público… La selección
ya está en camino… Messi luce confundido… Guerrero en la banca… Más me entraban
los muñecos y me alucinaba a los jugadores que estarían en la zona de guerra,
con toda la afición hinchando y reventándoles los tímpanos, coreando sus
nombres y al insignificante yerro, el insulto respectivo. Me imaginaba a cada uno contra esos cucos
gauchos tan soberbios que vinieron tan confiados que hasta prepararon parrila
en el living del hotel.
Canté el himno con el
pecho inflado, llorando como nunca había llorado. Estaba ansioso, quería que el
árbitro pitara el inicio. Por la tele pasaban las caras de Mascherano, de
Messi, de Higuaín, los puteé con ganas locas, hijo de puta, cabrón de mierda, les decía, pensando que me
escuchaban, sacando el maleante de ventana que ciertas veces me acompaña. El
árbitro pitó y se movió la redonda. Pasando el minuto de juego, Farfán desbordó
y Di María le metió un señor patadón karate kid, cometiéndole penal. Lo grité,
volví a llorar y el bobo se me puso a mil. Lady Pizarro salió a la pasarela,
agarró el balón y en puntitas lo colocó en el point, retrocedió pensando en Barbies,
corrió pensando en sus caballos, y falló, se arregló el peinado, nervioso, y
alentó a sus compañeros frente a un contexto que le quería sacar la entre puta.
Grité el gol que no
fue, recité el diccionario lisuriento que alguna vez mi abuelita me enseñó a
memorizar, en orden, las más tranqui al comienzo, después las bombardas y el
piquito chabacano. Marca ahí, carajo,
gritaba. Tírate, huevón, que no la tenga,
que no la tenga tanto tiempo, agregaba. Messi
y la puta que te parió, decía cuando la tenía La Pulga. ¡Ronaldo, eres el mejor, diablo!, decía
y un peruano, en carretilla, le sacaba el balón al enano que nunca se supo parar
en el remodelado Nacional que lució espectacular.
Tiro libre, a ver las
prácticas con el Mago. Saca Lobatón para Cruzado, al costadito, despacito.
Rinaldo le saca un pase de la nada a Advíncula que corría por la banda derecha,
el negro que corría tipo Bolt-choro-monce se encontró el balón y sacó un pase a
ras de piso para el centro del área argentina. La encontró Zambrano que la
punteó y empezó a correr para gritar el primero con toda la gente de Occidente.
Grité como nunca. ¡Gol carajo! ¡Argento maricón! ¡Y dónde están, y dónde
están…! Grité tanto que los vecinos del edificio tuvieron que bajar para
tranquilizarme y darme agüita de Azahar que tomaba de a pocos, gritando con lo
poco que me quedaba de aliento y garganta.
Me sigue doliendo el
pecho que me golpeé ayer como Tarzán de la selva en el primer gol. Me zumban
los oídos. Tengo un dolor espeluznante en la cabeza, me vuelve loco, me saca de
quicio, me hace caminar malhumorado y contestar feo y no dejar que Dianita
ladre a cuanto salvaje se pone a jugar en el Acapulco. He gritado como nunca,
he puteado como nunca, he golpeado mi televisor como nunca, pero está intacto,
no se ha roto, no se ha rajado, no se ha quiñado, y eso me saca una sonrisa
maricona. Le escupía a la tele, pisaba
fuerte, como parando un balón, pateaba la cómoda como tratando de patear -cual
cañón en 28 de julio- cuando lady Pizarro estaba al frente del balón, en ese
penal que no supo mandar a romper las redes del cuadro de Messi y compañía.
1 comentario:
Es una de las columnas más patéticas que he leído.
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